El dólar. "La" moneda de esta mundialización, convertida en referencia económica por los mercados actuales, sin límites geográficos. Es tan universalmente deseada que para evitar falsificaciones, Estados Unidos decidió que su billete de más alta denominación -el de 100- se renueve llevando una banda de seguridad en 3D. No obstante este y otros retoques identificatorios, en este dólar aggiornato, el rostro de Benjamín Franklin sigue inamovible. Es como si estuviese vigilando el devenir de su país. Soberana vigencia, es decir, este ser parte del preciado billete americano de última generación, hubiera sido el primero de sus sueños hechos realidad pues se reporta que Franklin solía expresar que le hubiera gustado no haber nacido en los años 1700 sino 2 o 3 siglos después. O sea ahora. De vivir unos años anteriores a este siglo XXI, aquel "comercialista republicano" de seguro habría disfrutado de la caída del muro de Berlín, hecho simbólico que echó por tierra e hizo automáticamente decadentes a las ideologías y los dogmatismos. Este sería un segundo sueño suyo hecho realidad, pues si algo tenía la postura frankliniana, era su carácter de no ideológica ni dogmática sino evolutiva.
Franklin gozaba considerarse un "comercialista republicano". Lo cual era revolucionario en la época que le tocó vivir, con contragolpes de tipo militar y -en menor grado- ideológicos. Por aquel entonces (en el siglo XVIII, final de la era mercantilista e incipiente comienzo de la era industrial) se consideraba al enfrentamiento y posterior derrota del adversario como el único modo de abordaje de los conflictos. Contrariamente desde la visión frankliniana, lo opuesto al conflicto y que a la vez actúa como clave republicana era el intercambio comercial (o mejor dicho, la negociación -ya sea de commodities o de ideas- entre mi persona y la del otro). O sea que su concepto de "visión" -mucho más estratégico y general que los "objetivos" a corto plazo- opera de modo concreto y práctico y se ubica en la vereda de enfrente de las utopías, que nunca se alcanzan.
El asistemático y antifilosófíco sistema del "comercialista" llevaba a una política de mejoramiento personal constante del cual devenía la "república". Y para mejorar era necesario estar muy en contacto con la conciencia personal, que es quien desde el interior más profundo distingue que es malo y que es bueno y a través del malestar, avisa cuando hay que descartar ese "algo" del contexto que produce disgusto y reemplazarlo por otra cosa superadora que sí produce bienestar. Este proceso de sustitución hay que hacerlo a través de la negociación. Lo cual tiene sus bemoles. Pues esta palabra, si bien en una primera aproximación significa negar el ocio (o sea "trabajar"), en un significado extendido también implica también negar el ego. "Mi" ego. Para dejarle lugar al ego del otro. De ahí que en esta actitud dialogal se subsumen tanto mi existencia personal como la social. De ahí que la visión flankliniana sea ni más ni menos que tomar una más amplia perspectiva que, si bien parte de lo personal, se deja influenciar por la otredad y, al nutrirse de ella, vira ligeramente el rumbo produciéndose en uno una incesante mutación desde un estado actual hacia otra etapa superadora de la anterior.
La "visión" frankliniana es una herramienta emotiva altamente fortalecedora. Es una concepción optimista y vital pues, después de que la conciencia detecta aquello que no le gusta del contexto, inmediatamente genera una visión de un nuevo estado que sí produce bienestar. Si bien la amplitud de la visión la hace poco específica, es muy operativa. Porque, debido a que es un pensamiento en general, auspicioso y próximo a los sentimientos, es diferente al pensamiento en "objetivos" -que es frío, concreto e invariablemente genera resistencia pues lidia con los "dónde", "cuándo", "cómo", etc. Resumiendo, una visión es un "sueño" que si bien parte de la realidad, contrasta con ella. Y al ser guiado por la fe en el futuro, nos hace transitar lo bueno por anticipado y actuar en consecuencia. Por eso a Franklin se lo considera el padre fundador del sueño americano. Tal herramienta emotiva es atemporal. Es decir que actúa estratégicamente sobre el hombre de sentido común (a quien Franklin llama "reasonable creature"}. Y actúa siempre. Lo hace como la luz de un faro giratorio que, al iluminar las distintas zonas de oscuridad en un determinado tiempo-espacio social, orienta a la "reasonable creature" en sus negociaciones para que sortee obstáculos con una perspectiva solucionadora y no creadora de conflictos y así se direccione hacia su felicidad.
La vida del "comercialista" fue un verdadero ejemplo de cómo su visión lo condujo , primero, a una política de mejoramiento personal de la cual devino Estados Unidos como "república". Veamos. Alrededor de sus veinte y tantos, en un anexo de su tienda, Franklin se había hecho "bróker" de esclavos. A los treinta años sólo conservaba dos. A los cincuenta', abogó por la primera escuela para negros. Trece años más tarde, fundó una sociedad para promover la abolición de la esclavitud. Este concepto de visión evolutiva de Franklin el imprentero, se fue proyectando en forma de aforismos, artículos o panfletos en sus publicaciones. Visto con una mirada "light" o corto-placista, se podría acotar que Franklin "no tenía códigos" en su vida. Porque una vez hacía una cosa y después otra. No. Sólo tenía una conciencia que le permitía ir mutando. Y esta le abría una perspectiva más amplia a la de su tiempo cultural (que estaba limitada a la perspectiva británica que encorsetaba a América para que siga dependiente y proveedora de insumos).
Por eso la estrategia personal no puede limitarse a la pronta adquisición de dólares. Sino a la pronta adquisición de una perspectiva cultural más amplia, frankliniana, de sentido común y 'con fe en el futuro. Una visión estratégica que, partiendo de mí, me ilumine el camino para mutar negociando con el otro en vez de atropellado. Para co-crear el bien común. Y la república. Porque no se trata de la cotización peso-dólar. Sino de la cultura detrás de cada billete.