Hasta la penúltima semana del año, los muertos en hechos violentos en la ciudad de Rosario eran 242 y en Santa Fe 147. Puntualizamos la fecha, pues estas cifras que constituyen récords, se van incrementando todos los días. Se trata de una verdadera radiografía de la transformación que estamos sufriendo como sociedad, donde la violencia, la brutalidad y el desprecio por la vida se van constituyendo en una costumbre. Seguramente lo peor que podría pasarnos.
Nadie puede sentirse al margen o exceptuado de estas situaciones, más viendo que la mención refiere a la primera y segunda ciudad de la provincia de Santa Fe, escala en la cual Rafaela ocupa el tercer lugar, y si bien aún a considerable distancia demográfica, muchos son los indicios que estamos yendo por ese camino. Una más que clarísima señal de que hay que extremar los recursos y prevenciones, ya que todo lo que se haga en contención y represión, frente a esta clase de avalanchas, siempre es insuficiente.
Lo que parecía que nunca iba a llegar, está aquí entre nosotros. Tanto Rosario como Santa Fe están entre las ciudades más violentas y con mayor cantidad de muertes violentas en la relación de habitantes de toda Latinoamérica. La droga es uno de los factores decisivos para esta transformación que estamos experimentando, que se expresa mucho mas allá de traficantes y consumidores, teniendo un impacto poco menos que total en toda la sociedad.
Lo hemos visto con el contagio que produce toda esta violencia, sin caer en lugares comunes ni frases hechas, que por el sólo hecho de ser tales, pueden interpretarse como vacías de contenido. La realidad marca absolutamente lo contrario, pues la droga tiene un enorme efecto sobre la criminalidad, no sólo acrecentándola en cantidad sino, y muy especialmente, en la brutalidad que es ejercida, donde las víctimas a pesar de ser tales y darlo todo sin resistencia, igualmente son masacradas o quedan muy cerca de haberlo sido. La vida, hoy en día, parece ser un valor perdido.
Las reacciones que provoca esta delincuencia sostenida en una violencia sin extremos, las tenemos ante nuestros ojos. Gente común, vecinos, padres de familia, formados en el trabajo y el esfuerzo, se convierten hordas cayendo en el salvajismo del cual son víctimas, provocando de tal modo un sinfín todavía mas peligroso. La justicia por mano propia vulnera no sólo las leyes, sino también las esperanzas, y cuando esto se va perdiendo es un síntoma de que el mal es mucho más grave de lo que a veces se supone.
Los episodios en que la reacción de la gente frente a delincuentes se transformó en feroces golpizas, intentos de linchamientos e incluso la muerte como le sucedió a un arrebatador de 18 años tras robar una cartera en Rosario, siendo asesinado a golpes por un medio centenar de personas que lo aprehendieron.
Pero en materia de violencia hay muchísimo más para decir, chicos aún en edad de jugar que andan armados, otros que van a la escuela con esas mismas armas y que las exhiben casi con orgullo. Padres desconectados de la realidad, otros rendidos frente a la impotencia. La generación de violencia se va instalando como una cultura, como antes lo eran la honestidad, la responsabilidad, el respeto, el trabajo, y más que nada el ejemplo que debía transmitirse en el ejercicio diario de esos valores.
¿Cómo puede admitirse que un espectáculo como el fútbol se juegue sin espectadores o de una sola hinchada? Eso sucede sólo en la Argentina. Significa el rendirse frente a los violentos, arriar las banderas de la convivencia, de la familia, en definitiva rendirse y dar una clara demostración de impotencia. Es igual que si debido a la cantidad de muertos que hay en nuestras rutas, se prohíba la circulación de automotores. Esas no son soluciones, simplemente el producto de la incapacidad, del no saber que hacer frente al problema.
Lo cierto es que aún por encima de estas menciones y especulaciones, poco más poco menos, la realidad es la que se impone, y la tenemos frente a nuestros ojos, todos los días. ¿Quien desea vivir tras las rejas, no sabiendo con lo que se va a encontrar a la vuelta de la esquina? Nadie, al menos de los que viven sostenidos con su propio esfuerzo del trabajo.
Vivimos inmersos en la violencia, con temor, huidizos de una delincuencia que desborda. Una situación que ha venido expandiéndose de manera alarmante y que tuvo muy escasas respuestas. Podrán ensayarse muchas declamaciones, desparramar promesas, pero los números son contundentes: asesinatos récord en Rosario y Santa Fe. Y además, jefes policiales procesados y vinculados con la droga. Hoy, ya nada sorprende demasiado.
Dejemos en cambio abierta la posibilidad que nos sorprenda 2015, el nuevo año del que en cuestión de horas traspondremos el umbral. ¡El mejor de los deseos!