Notas de Opinión

Violeta, Carlitos y Tatita



Conocí a un payaso. Trabaja en la calle, pintado de ocasión, con pantalones anchos, sombrero achicado, obvia nariz de clown y un perro en la mano. Es de tela, o de lona; lo sube y lo baja al grito de “Salta violeta!!!”. Caramba, me dije: Carlitos Scazziotta vive y se gana el mango en las esquinas con los pibes de este barrio que conserva algo del Buenos Aires de adoquín que aún pinta Horacio Ferrer.

Lo esperé un rato y lo invité a un café. Aceptó gustoso y se acomodó en la mesa contando las monedas que el día le había dejado e instaló a su fiel can en un costado. El bicho no molestó y el dueño me contó que siempre quiso ser payaso y nunca pudo lograrlo hasta que el hambre – y el infame de La Rioja- lo dejaron en la calle. Entonces, entre tanta malaria, pudo disfrazarse como Carlitos (a quien admiraba) y hasta fabricó una Violeta a imagen y semejanza del original. “y con eso, como”, me dijo.

Después amontonamos unos cuantos pocillos y el tipo juntó puchos como en el cenicero de Cacho en el café La Humedad y me contó la triste historia de Scazziotta.

“Sabe, – comenzó- Carlitos venía de una familia de gente de circo y ya a los 5 años debutó con sus padres en la pista que, imagino, era de aserrín. Pero la gran oportunidad al pibe (que había nacido en 1937) se la dio Pepe Biondi (otro bicho de ilusiones y lona que era amigo del viejo) cuando lo llevó a su programa de televisión que era un éxito. De allí en adelante, Carlitos se hizo conocido actuando en TV, y en películas. De ser el yerno salame de Campanelli (hacía de marido de María Cristina Laurenz y le puso de nombre a su hijo Albertito J. por el presidente boquense Alberto Jacinto Armando) pasó a ser un héroe de los pibes con nombre propio: Carlitos. Se convirtió en famoso y la hizo estrella a Violeta. Pero el mundo tiene mala memoria y el payaso pasó al olvido con los años. En 1986 un ACV lo bajó del ruido y la diabetes hizo el resto, muriendo en 2001 casi olvidado, a los 64 años”.

Nos saludamos y dimos por terminado el encuentro. El Carlitos II me había contado las desdichas del original, pero nunca me dijo las suyas, que deben haber sido más duras. Quien sabe.

Sumaba estos datos en mi memoria y me acordé de algo. Alguna vez en la redacción de LA OPINION encontré una foto de Scazziotta obtenida en un festival infantil en Independiente. La había sacado el querido Lidel Caccia y un día Elda Massoni decidió mandarla al archivo luego que circulara un par de siglos en su siempre nutrido escritorio. Fue en aquel 2001 tan fatídico que me acordé de la imagen y la fui a buscar. Le pregunté a “Tatita” (por entonces amo y señor de esos páramos donde abundan los recuerdos y el polvo) y me prometió buscarla.

Nunca me dijo nada. En realidad, no me acuerdo si volví a preguntarle. Hoy, “Tatita” se debe estar riendo desde algún lugar del cielo donde seguramente habita, cómo iba a estar la foto si nunca fue papel ni tinta, era este tipo que encontré en un bar de Buenos Aires, era el propio Carlitos que – aseguran- cuenta la historia para que no lo olviden y lo sigan queriendo. Estoy seguro. Le abrieron el cajón de metal y se fue a los tiempos ideales desde donde sólo vuelven los que no dejan huella. Y tuvo cómplices necesarios, los dos eran hinchas de Boca. Y buenazos.







Autor: Edgardo Peretti

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