Notas de Opinión

¿Y si aceleramos para bajar un cambio?

“Se viven quejando de que tenemos la tarifa más cara del país. Pero nadie dice que pagamos impuestos altísimos, y que por culpa del mal estado del adoquinado tenemos que llevar todos los meses los autos al taller. Y los arreglos no cuestan 5 pesos”. Esa noche no tenía el auto y me pedí un remis para ir con mi pequeña hija a cenar a lo de un amigo. Evidentemente el remisero venía masticando sinsabores, y decidió lanzarlos ante el primer pasajero que se le cruzó. Bastaron un saludo, la indicación de la calle y algún comentario aislado para que el hombre comenzara un lento y extenso monólogo acerca de lo difícil que era su trabajo y lo injusta que era la ciudadanía al criticarlos tan duramente sin conocer la situación desde adentro.

Me bajé del auto pensando que, efectivamente, soy de los que piensan que los remises rafaelinos son muy caros, tanto como la mayoría de los bienes y servicios que se pueden comprar en una ciudad. Mal que les pese a empresarios y comerciantes, también soy de los que creen que esta urbe es cara.

Pero más que en eso, en realidad me quedé razonando acerca del tema del adoquinado. A menudo me pregunto qué hay que hacer con el empedrado. Y me lo pregunto como peatón, como propietario de un auto, como periodista y como ciudadano. Pero fundamentalmente, como rafaelino. ¿Es posible seguir “mancándose” una situación como la actual? La respuesta no tiene dobleces. Es no.

Y acá hay que aclarar, para no herir susceptibilidades ni abrir una discusión innecesaria, que no se está en contra del adoquinado. Al menos de parte de quien escribe estas líneas. Se trata de un patrimonio histórico de la ciudad, y como tal hay que salvaguardarlo. Y la cuestión es precisamente esa: nos la pasamos defendiéndolo, pero no hacemos nada para que deje de ser un tema de debate.

Y es un tema de debate porque durante muchos años la clase política –oficialistas y opositores, cada uno con la porción de responsabilidad que le cabe- ha hecho la vista gorda, amparándose fundamentalmente en los elevados costos de los trabajos de reparación. En medio de esa abulia dirigencial, el parque automotor creció en forma exponencial, reduciendo significativamente el tiempo de duración de los arreglos.

Ante esto, no quedan demasiadas opciones. O bien se reduce la cantidad de cuadras adoquinadas –en la actualidad son más de 200-. O bien se intensifica el ritmo de las tareas, que por estos días es muy pero muy bajo, a razón de 10 cuadras por año. Un rápido cálculo permite llegar a la conclusión de que para cuando esté culminada la reparación de todas las cuadras adoquinadas, las primeras en haber sido refaccionadas estarán completamente destruidas.

De las dos alternativas, la segunda es la que aparece como más viable. Y no sólo porque la otra variante nunca ha superado el primer nivel de discusión, sino también porque el recientemente electo intendente, y actual concejal, Luis Castellano, ya ha expresado su interés por imprimirle otra velocidad a los trabajos. Incluso durante la reciente campaña electoral propuso duplicar el ritmo para tratar de completar la remodelación durante el período de cuatro años que iniciará al frente del Municipio el próximo 10 de diciembre.

Más allá de esto, está claro que hay que tomar medidas urgentes. Porque el tránsito es uno de los mayores déficits de la ciudad. Y lo es, al menos en parte, por el pésimo estado de las calles adoquinadas, que no hace más que deteriorar los vehículos y alterar notablemente el humor de la gente, entre ellos a los criticados remiseros.

Autor: Paulo Miassi

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