Vejez, última etapa de la vida de una persona que puede incomodar, producir rechazo, miedos, inseguridades, percibirse como una terrible enfermedad y que está expuesta a burlas y discriminación. Es una consecuencia de los años vividos, afectando el cuerpo y la mente; pero jamás al espíritu; a un espíritu de niño, adolescente, adulto; a un espíritu colmado de vida, empuje, valor, fortaleza y sabiduría.
Darse cuenta que la vejez es el resultado del paso del tiempo; de nuestro tiempo. Vivimos en el seno de nuestra madre, nacemos, fuimos niños, adolescentes, adultos; algunos construyeron una familia; hijos, nietos, bisnietos, tataranietos.
¡Alabada seas vejez! Cada uno sabe el camino transitado y las huellas imborrables que en cada paso dejó. Sería justo considerar a esta etapa como un trofeo a los años vividos; recordar que es corto el camino por transitar y que todavía se puede.
¡Vive, ama, perdona y pide perdón; estás a tiempo! “Entonces si erguirás tu frente inmaculada, estarás firme y nada temerás. Así te olvidarás de las penas, las recordarás como una correntada pasajera. La vida se alzará más radiante que el mediodía, la oscuridad será como una alborada. Estarás seguro, porque habrá una esperanza; observarás a tu alrededor, y te acostarás tranquilo”. Job capítulo 11. Versículos del 15 al 18.
“Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. ¡Pero nunca te detengas!”, sugirió Santa Teresa de Calcuta. A disfrutar esta etapa de la vida, de la familia, de los amigos y de las pequeñas cosas que cada día nos presenta.
Bendiciones.
Ana María Abuh Arias de Abeillé
Rafaela
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