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Notas de Opinión Domingo 5 de Enero de 2014

Acuerdo mágico

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Roberto Actis

Por Roberto Actis

Si la respuesta del Gobierno para luchar contra la inflación es este acuerdo de precios que no termina de acomodarse, y que por otra parte se da por descontado que irremediablemente terminará fracasando como siempre ha ocurrido con esta clase de metodologías, es que no se ha comprendido cabalmente la situación, o bien, como en otros tantos problemas, se busca minimizar la magnitud del mismo, por un lado para no tener que hacerse cargo de buscar soluciones que no parecen estar dentro del manual kirchnerista, donde las palabras inflación y ajuste son innombrales -recuérdese los malabares idiomáticos que debe hacer Capitanich para hablar de estos temas-, y por el otro, agudizar la imaginación para hallar con quienes compartir la responsabilidad o directamente echarles toda la culpa. En este caso, del peor de los flagelos, los elegidos más a mano son los empresarios que manejan los precios. Que seguramente no son santos, pero que permanecen alerta para eludir que el peso de la inflación, o al menos una muy buena parte del mismo, recaiga sobre sus hombros.

La política del "yo no fui", como lo dijimos en alguna nota anterior. En tanto, y dentro de este contexto, da la sensación de existir una desorientación muy pronunciada. Confiar en este acuerdo de precios, cuando se anunció hace más de 15 días y se dio todo el tiempo del mundo para alzar los valores todo lo posible antes del congelamiento, con la experiencia inflacionaria que existe en la Argentina, parece una ingenuidad.

Se trata de una medida aislada, cuando en realidad la inflación, que alguna vez definimos como "la madre de todos los males" -hoy ya no estaríamos tan seguros de esa calificación, pues siempre aparece algo que lo supera-, debe ser enfrentada con un frente total y plenamente coordinado. Si caemos sólo en la puja por tratar desde cada sector salir lo menos perjudicado posible, el resultado negativo de este intento puede ser anticipado antes de ponerlo en ejecución. El Gobierno aumenta los combustibles -49% durante todo el año pasado, muy por encima de la inflación- pero no quiere que los demás ajusten sus precios. Se ha llegado a la mayor presión impositiva de la historia, comparable a países desarrollados que a cambio prestan servicios públicos de primer nivel -aquí hemos visto lo que sucede con la energía eléctrica y el agua-, reclamándose a cambio que ese altísimo costo no se traslade a la comercialización. 

El peso se viene devaluando todos los días -recuerdan cuando Cristina Fernández dijo "mientras yo sea Presidenta no piensen en una devaluación"-, pero se prohibe atesorar en divisa extranjera, condenando a la gente, es decir al sector más reducido que aún conserva alguna pequeña capacidad de ahorro, en un consumismo poco menos que desenfrenado para tratar de defender sus pesos ya que conservarlos es casi como ponerlos en un tobogán, cada día se compra menos con igual cantidad. El fenómeno de la venta de automóviles y motocicletas no es algo mágico, producto de las maravillas que se cuenta de un relato que hace agua por los cuatro costados, sino el resultado de una de las pocas chances que se tiene para defender los ahorros, e incluso si hay cuotas sin intereses de por medio, hasta llegar a emparejar o ganarle a la inflación.

Si se toman los índices del INDEC la inflación del último año fue de 10,5% y con las canastas que se arman en base a esos cálculos los pobres suman 1,7 millón y los indigentes 600 mil. Claro, esa es la perspectiva de poder alimentarse con 6 pesos por día. Si en cambio se acude a los datos de todas las consultoras privadas, algunas provinciales y otros organismos como la Iglesia y la CGT, el cambio es absoluto,  con 30 puntos de inflación y 10 millones de pobres. Apenas un pantallazo, pero que nos muestra el escenario en el que vivimos, que es donde está la gente, que es quien debe soportar el peso de las consecuencias. Algo así como canastas mágicas, lo que se quiere ahora trasladar a este acuerdo, que tal las cosas, ni Mandrake podría hacerlo funcionar. Pero a no preocuparse demasiado, el Gobierno ya le encontró la vuelta: desde febrero no se darán más a conocer los índices de estas ridículas canastas. Aunque claro, los pobres seguirán existiendo.

Si lo que se pretende es llegar de esta manera,  "profundizando" el modelo nacional y popular hasta 2015, el horizonte es mucho más complicado de lo que se supone.  La confrontación entre la ficción y la realidad viene dándose cada vez más fuerte, y cuanto más se demore en ir buscando conciliar razones y objetivos entre ambas, más difícil será alcanzarlos.

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