Por Edith Michelotti (*)
Somos el pueblo adulto, que una vez más elevará su voz a través del voto. Y una vez más, será una decisión difícil. No creo que nos ayude improvisar al momento de elegir ni tampoco apostar a cara o cruz. Como siempre, el presente de todos y el futuro de los más pequeños, está en nosotros. Todos los políticos hablan lindo, prometen maravillas, se presentan como los únicos capacitados para solucionar los problemas que nos agobian y señalan a los gobernantes de turno como sus únicos responsables. Y una vez más nos dejan afuera. Como si fuéramos un pueblo de ovejas a las que les señalan dónde está el pasto más tierno y cuáles son los exclusivos pastorcitos que los conducirán hacia él. Y los que sumamos experiencia venimos comprobando que nunca encontramos el pasto tierno y que los pastorcitos a la hora de conducirnos, improvisan, arreglando a su antojo aquellos senderos prometidos. ¿Entonces qué hacemos? Cada uno de nosotros pondrá un voto. Nuestra máxima expresión. No es poco. Si lo hacemos en blanco, dejamos el lugar para el que no nos gusta y si no votamos, igual. No queda más opción que prestar atención, recordar a los mentirosos, escuchar entre líneas sus discursos, y exigir que nos muestren claramente cuáles son sus proyectos. Que no sólo mencionen que los tienen, sino que los enumeren y expliquen con qué herramientas piensan lograrlos. En salud, en educación, con el campo, la justicia, la inseguridad, la corrupción, etc. Escuchar sus discursos suele ser ilustrativo. Si sólo hablan mal de sus opositores, no sirve. Si son gobernantes que nos quieren convencer de la maravilla de Argentina que logramos, cuando estamos sufriendo como nunca, tampoco. Si promocionan sus obras como si no las hubiéramos visto, nos subestiman. Porque hemos crecido en democracia. Todos notamos en el diario vivir que la gente habla como nunca de política. De políticos. Eso es bueno, es participación. El cotidiano rezongo callejero ante la injusticia, significa que hemos abierto los ojos. Sólo nos resta abrir nuestras mentes, sacudirnos la modorra y pensar, pensar y decidir. Y cuidar que no nos hagan trampa. Caminaremos entonces de la mano de los pastorcitos que elijamos, exigiéndoles el rumbo prometido. ¿Quién no les dice que lleguemos ¡por fin! a encontrar los anhelados pastos tiernos?
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