Por Alberto Asseff
Recojo una luminosa frase de Miguel de Unamuno: “Sobra codicia, falta ambición ”. Como tantas cosas de España, nos cuadra y encuadra como si hubiese sido pensada para nosotros.
Cada día es palpable. La codicia personal – trasciende, a lo sumo, hasta el límite de lo familiar, muchas veces en medio de la inocencia de sus miembros – se despliega. Hasta tal punto que no trepida en atentar contra los intereses nacionales. En el balanceo codicia individual- interés general, este sale siempre y sistemáticamente derrotado.
La codicia no vacila ante nada. Si tiene ocasión de aprovechar el trabajo esclavo no deja pasar la oportunidad. Si no hay vallas para concentrar un negocio, desbaratando la competencia, va para adelante. Si hay un intersticio - ¡vaya si los hay y con qué abundancia! – para cometer un fraude, nada la detiene. Sobre todo porque a la codicia desmadrada la protege esa vieja maldita con nombre de simulador de profesión, la impunidad.
La codicia exorbitada es el terrorismo disfrazado de modernismo. Es la causante de inmensos e inenarrables flagelos, desde el despilfarro de recursos públicos hasta el negocio político que se ha montado con la pobreza. La corrupción de ‘guante blanco’ es la hija predilecta de la codicia desenfrenada. Y ya se sabe, la corrupción es la irresponsable – porque no da la cara, se esconde cual todo lo pusilánime que es – de que tengamos ferrocarriles peores que los de Pakistán o Bengala, que las villas miseria nos acorralen en todas las urbes argentinas, que padezcamos una burocracia de órdago, al punto que se crean y suprimen organismos – como la ONCCA – que nacieron con malformaciones insalvables y que murieron carcomidos por una velocísima metástasis, pero, eso sí, dejando en el medio un tendal de plata nuestra vilmente dilapidada en perversos subsidios. Y al campo devenido en dependencia de algún burócrata que pretende ser su amo.
¡Para qué seguir con la pérfida codicia! Es recomendable pasar a reflexionar sobre la ausente ambición nacional.
Con ambición nacional estaríamos ya entreviendo una Argentina ad portas del G-11, es decir los 8 grandes más los 4 o 5 emergentes. El BRIC sería BRICA –Brasil, Rusia, India, China, Argentina -. UNASUR estaría dando gigantescos pasos integradores, el NOA Y NEA habrían abandonado su parecido a la peor Africa y por encima de todo, seríamos un pueblo optimista. No viviríamos en una Arcadia – nadie la vive -, pero tendríamos proyecto común, perspectivas, movilidad social, progreso de verdad.
La ambición nacional tendría focos corruptos, pero la Justicia los combatiría eficazmente porque la impunidad estaría inhumada. Siempre aparecerían líderes con carisma, pero las instituciones – robustas, sólidas, funcionando cabalmente – los contendrían. Esa confusión que nos retrotrae a Luis XIV –“el estado soy yo” – estaría erradicada en estas playas. Al igual que el discrecionalismo y el secreto, dos amigos de la codicia y enemigos de la ambición. Los emprendedores y los meritorios de todas las áreas tendrían el beneplácito generalizado, comenzando por el Estado que los auparía y respaldaría en lugar de destratarlos o mirarlos con insoportable indiferencia.
Con ambición nacional no ahogaríamos a la economía y a la libertad creadora, sino que la regularíamos con mano de relojero, de modo que ni daríamos rienda suelta ni aplicaríamos innecesarias espuelas, sino que preservaríamos el equilibrio. Y, esencialmente, no contaminaríamos, en estos albores del nuevo siglo, el desenvolvimiento económico con ideologías rancias que esclavizan nuestra mente colectiva, en las antípodas de la mentada ‘liberación’.
Con ambición nacional haría rato largo que tendríamos una estrategia demográfica, un plan orientativo de Desarrollo, un federalismo renacido, una administración estatal camino a la excelencia funcional, una educación que iría muchísimo más lejos que un salario digno, sindicatos modernos que coadyuvarían para mejorar la vida de sus afiliados. También haría bastante tiempo que estaríamos ocupando la ‘pampa mojada’, ese esplendoroso mar nuestro, pescando en sus aguas, estudiándolo y, por supuesto, aprovechando su lecho y sublecho, pletóricos de recursos.
En fin, con ambición nacional, con los mismos fondos que hoy se llevan la salud pública, las obras sociales y las prepagas tendríamos una salud de maravillas. Bastaría organizarlas, es decir ese mágico verbo – organizar – que la codicia y vaya a saberse qué mal congénito nos impiden conjugar en la Argentina. Al punto que no somos capaces ni para organizar una cola o proteger la escena de un crimen.
¡Qué país podríamos tener si lo viviéramos con ambición nacional y menos codicia personal!
La falta de ambición nos empobrece colectivamente a la par que la codicia enriquece a algunos. Pero, ¿es llevadero un bienestar de pocos logrado al costo de una sociedad irrealizada y plagada de problemas? Quizás, el Oriente Próximo de estos días nos diga algo al respecto.
Sobra codicia, falta ambición.
*Profesor de Geoestrategia y abogado. Fue presidente de HIDRONOR. Actualmente es dirigente del partido UNIR. www.unirargentina.com.ar , www.pnc-unir.org.ar
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