Por Vicente Ceballos
Tanto se utilizó lo de la “lucha de clases” como argumento para cargar contra el marxismo en la versión del comunismo soviético que en nuestro occidente justiciero, de libertades y derechos consagrados, y también mutilados, muy pocos se ocuparon de los espacios que ganaba un creciente imperio: el de las corporaciones financieras Sucesoras, puede decirse, del capitalismo productivo, el poder construido adquirió dimensiones tales que resultan, a la par de inmedibles cuantitativamente, de un peso y gravitación que lo convierten en una fuerza capaz de imponer unilateralmente sus estrategias de dominio sobre estados e intereses legítimos. De tal modo esto que, efectivamente, la lucha, como expresión natural del conflicto social dado en la forma capitalista, deriva a una situación de indefensión de las mayorías frente al atropello de una maquinaria especuladora que se beneficia sin invertir ni arriesgar dineros propios, y que en las crisis carga las consecuencias de sus actos sobre el conjunto.
La crisis no agotada del 2008 es una muestra cabal de los alcances de un fenómeno cuyos efectos, más allá de lo delictual de las acciones, revelan una naturaleza inmoral como componente esencial. No pueden verse con otra óptica hechos recientes que sacuden hoy a los centros financieros de Estados Unidos, Europa y Japón.
En un caso, la manipulación de la tasa Líbor (tasa de interés sobre préstamos interbancarios, que sirve de referencia para otros tipos de prestaciones, seguros, hipotecas, préstamos, etc.) durante cuatro años y en los que aparecen involucrados, en diverso grado, bancos líderes como la UBS (Unión de Bancos Suizos), Crédit Suisse, Deutsche Bank, JP Morgan, Citigroup, HSBC, Société Générale, Nomura, Royal Bank de Escocia y su similar de Canadá. Según los expertos del Reino Unido y EE.UU., resulta imposible calcular el monto de la estafa perpetrada. Manipular la tasa permitía a los responsables de la maniobra anticipar la orientación de aquella y situarse en el mercado sin riesgos mayores.
No es, por consiguiente, inmerecido el calificativo de “banksters” (banqueros-gangsters) adjudicado a los ejecutores del “mayor fraude financiero de todos los tiempos”, como es calificado el accionar de los directivos, o “traders”, de los bancos en cuestión, que admitieron haber participado en la componenda . “No hay ninguna ética. Estamos ante un nivel repugnante de cinismo y codicia. Esto sugiere que existe un problema de fondo”, expresó un miembro de la autoridad europea de Servicios Financieros en relación con lo ocurrido, en detrimento de “ciudadanos, empresas y autoridades públicas”, como se reconoció oficialmente.
Otro hecho de proporciones mayúsculas es el protagonizado por el banco británico Standard Chartered, acusado de llevar a cabo operaciones con Irán por un valor del orden de los 250.000 millones de dólares durante 10 años, que le reportaron cientos de millones en comisiones. La institución, denunciada por EE.UU., mantuvo en reserva ante las autoridades reguladoras unas 60.000 transacciones secretas. La cuestión tiene un relevante contenido político: el banco es acusado de violar leyes de USA que restringen las transacciones con entidades iraníes debido al peligro de estar apoyando el programa nuclear de ese país con objetivos militares encubiertos.
No acaba en lo señalado el panorama que resulta de los excesos marginales a ordenamientos, legislaciones y acuerdos internacionales que los condenan. Es obvio que el lavado de dinero proveniente de actividades criminales (narcotráfico, corrupción, tráfico de armas, contrabando, etc.) requiere de una estructura blanqueadora que incluye el concurso de entidades bancarias. Jaime Mecikovsky señala en su libro sobre lavado y evasión que “el ingreso ilícito ponderado de trillones de dólares se encauza mediante el blanqueo de capitales, la evasión fiscal y la corrupción a lo largo y ancho del globo. Hay una oferta de servicios que lo consiente, sean asesores legales, contables o instituciones financieras, bancarias, aseguradoras que le sirven de soporte”.
Una muestra la proporciona el HSBC: admitió ante el Departamento del Tesoro de USA haber lavado 7.000 millones de dólares del narcotráfico mexicano. Una cifra “modesta” en un marco general de dimensiones colosales al que Argentina aporta lo suyo: en diez años (2000—2009) cerca de 96.000 millones de dólares, producto de la evasión tributaria, la corrupción y los delitos de guante blanco (La Nación, 31/12/2011), fueron a parar a centros financieros y paraísos fiscales. Lo reveló un informe de Integridad Financiera Global (GFI) sobre el “flujo financiero ilícito” de 157 países en vías de desarrollo, de los que en el mismo lapso se fugaron 903.000 millones. Cuadro en el que nuestro país ocupó el puesto 18º entre los de mayores pérdidas. Es el dato que explica muchas cosas, entre ellas, la creciente inequidad social. El peor año fue el 2008, cuando fugaron más de 21.000 millones de dólares hacia escondites que facilitan alrededor de 70 paraísos fiscales en todo el mundo.
Para el GFI, la causa de la actual crisis económica mundial es la falta de transparencia del sistema financiero global. La entidad apunta que algunas estimaciones indican que al menos la mitad del comercio y los movimientos de capitales pasa por el sistema financiero en la sombra. Alguna conclusión puede extraerse de esto.
Un nuevo orden
La consecuencia es un nuevo orden globalizado, modelado por una excluyente finalidad de cuño neoliberal: la maximización del beneficio cualquiera sea el medio utilizable para lograrlo. “No hay misterios que no sepamos del capital”, escribe Mecikovsky, y explica que “el más importante es que no hay fortuna en menos de una generación que no levante ampollas, ni empresas que, por lo mismo, no susciten recelos”. A su juicio, toda aceleración patrimonial inexplicable no es tanto mérito de su promotor como, si, de quienes le facilitan “medios y recursos ilícitos para gestionarlos”.
Una cuestión lleva a otra en esto del cambio. Para no pocos analistas, lo que estaría en retirada es el viejo capitalismo de la producción como motor de las economías, y con él, conquistas y logros sociales fundamentales. El periodista y economista Roberto Savio dice que el capitalismo histórico incorporó “valores como la justicia social, la participación y la democracia, en la base de la organización social”. “Ese capitalismo -afirma- está desapareciendo hoy”. “El motor del capitalismo moderno ha sido la finanza, no la industria”, expresa, al describir el nuevo escenario dado por el cambio de valores a costa de derechos incorporados a las constituciones de los estados modernos. “En un plazo muy rápido, los capitales se han concentrado en las finanzas para obtener ganancias más veloces y mayores que con la industria”, plantea.
Savio no es, desde luego, el único que se pregunta si lo que está ocurriendo no nos acerca “a la época de las desigualdades, que fue la de la revolución industrial, cuando Marx publicaba su famoso libro blanco sobre la explotación en las fábricas”. En tal sentido repara en la declinación de los sindicatos y los retrocesos en materia de salud y educación, entre otros. A los que se suman efectos de las crisis del sistema, trasladados a las clases media y asalariada y que recortes y ajustes que afectan a los servicios de la seguridad social evidencian claramente. A la par del aumento de las cargas impositivas cuyo mayor peso recae inexorablemente sobre los sectores sociales más expuestos.
Para el fundador de Inter Press Service (nacido en Roma y nacionalizado argentino) , “el grave problema de hoy, que nos diferencia de la época de la revolución industrial, es que el sistema político, el garante de las Constituciones, ha perdido legitimidad y participación, especialmente entre los jóvenes”. De tal manera esto que, prosigue, “cada día sucumbe más a las finanzas”. “Si la política no vuelve a fundamentarse en valores y en asumir riesgos, vamos a entrar en una época de populismo, con tristes perspectivas”, afirma.
VICENTE R. CEBALLOS
Agosto 19 de 20
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