Por Roberto Actis
Todo indica que la larguísima confrontación que mantuvieron el Gobierno nacional y el campo -desde marzo de 2008 cuando el intento de imponer las retenciones móviles-, que tanto perjuicio le significó al país, y más que eso a nosotros, sus habitantes, está a punto de reeditarse. O tal vez, dicho con mayor propiedad, de adquirir una continuidad mucho más encarnizada, ya que en realidad y más allá de lo que se discuta puntualmente, las diferencias nunca fueron superadas. En ciertos momentos se apagaron las llamas, pero las brasas siempre se mantuvieron candentes.
Esta vez es el trigo, pero mañana puede ser la leche, pasado la carne. El tire y afloje es permanente y siempre se está al borde de que el conflicto estalle. Justo como ahora, cuando tras una semana de suspensión de la comercialización, ya se está hablando de nuevas medidas de fuerza.
Nadie anda con prudencia a la hora de marcar diferencias, pues invariablemente se va a los extremos, ya que la dirigencia agropecuaria lisa y llanamente acusa a los funcionarios de ignorar la realidad, de carencia de políticas acertadas hacia un sector que es justamente el que ha sostenido la recuperación luego del violento tropezón de la crisis de 2001. Pero además, y he aquí lo todavía más grave, de estar favoreciendo a las multinacionales que exportan en perjuicio de los productores, con una transferencia de recursos realmente notable. Se sostiene, directamente, que existe mala intención, y eso es mucho peor que la ignorancia.
Se habla de Moreno, del ministro Domínguez, aunque en definitiva sean meros ejecutores de las instrucciones que dispone la presidenta de la Nación. No hay que dar demasiadas vueltas al momento de buscar explicaciones, dando la impresión que se siguen los lineamientos que había fijado en su momento el fallecido Néstor Kirchner. No se retrocedió un paso.
Los trazos gruesos, son tan claros y precisos que cuesta entender el problema. En ocasión de la campana anterior, con una cosecha sumamente baja de 6 millones de toneladas, existió temor por el abastecimiento interno, buscándose la incentivación de los chacareros, quienes respondieron con 14 millones de toneladas. De sobra para atender el consumo y poder exportar, lo cual ya paga una retención del 25 por ciento, pero aún así, no se liberan las ventas al exterior en su totalidad, pues se continúa manejando desde la Onca, con los Roe y todas esas dificultades burocráticas que se impusieron, más para generar inconvenientes y trabas que otra cosa. Pero no queda ahí la cuestión, ya que ante la necesidad e incluso la incertidumbre por lo que pueda suceder en el futuro con el precio del grano, las ventas se deben canalizar a través de la media docena de compañías multinacionales, que se quedan con un margen extra de casi 60 dólares por tonelada debido a la distorsión existente entre los precios locales y los del mercado internacional. En pocas palabras, el trigo tiene buen precio en el mundo, pero la diferencia en lugar de hacerla quienes producen, la hacen las intermediarias.
Aquí no hay "mesa de los argentinos" que valga. El consumo interno está lo suficientemente abastecido y con subsidios que supuestamente deberían mantener los precios del pan aplanados, aunque los dos pesos con cincuenta de Moreno sean otra de sus ilusiones. El planteo, sobre ignorancia o intencionalidad, adquiere una vigencia indisimulable, por el grado de exposición. Casi, como la inflación del INDEC.
En el Gobierno dicen que la gente de campo gana demasiado, pero si esta es la manera de llevar adelante la redistribución del ingreso, se está yendo por el camino equivocado. Los resultados son de una elocuencia absoluta, pues mientras la pobreza e indigencia no bajan -INDEC al margen por supuesto-, se le ponen trabas a quien produce, que es de donde salen los recursos para atender no solamente a aquellos, sino también el funcionamiento del propio Estado. El cual de paso, viene disponiendo en exceso de esas posibilidades, habiendo elevado los gastos de manera tal que se ha comenzado a rascar el fondo de todos los tarros. Un círculo que no cierra.
Es complicado comprender que mientras el mundo pide a gritos alimentos, y aquí los tenemos de sobra, se pongan tantas trabas e inconvenientes para poder exportar. Que se busque asegurar primero el consumo interno, es una cosa, pero caer en estas confrontaciones tan desgastantes como inútiles, es muy distinto. Salvo, claro está, que haya de por medio otras cuestiones.
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