Por Silvia Peralta
California -la cuna de Hollywood y de los sueños- es la “sal” de los Estados Unidos. Es el lugar donde se pueden poner entre paréntesis las creencias y lo tradicional para que la creatividad emerja sin censuras ni inhibiciones. Es el sitio donde la invención y las últimas tendencias plantan sus primeras semillas, las que luego van a florecer en el resto del mundo. Y hablando de florecer, en 1890 y entre las montañas, al sur de la Bahía de San Francisco -al norte del estado de California- se hallaba un sitio que, por sus floridos durazneros, manzanos, cerezos, ciruelos, etc., había sido bautizado como “el valle de las delicias del corazón”por un rudo héroe de la milicia británica. El militar era Lord Kitchener, quien veinte años después se convertiría en ícono de la Primera Guerra Mundial. Este lugar tan bello era identificado como el valle de Santa Clara. Hace décadas, dicho sitio comenzó a reciclarse para pasar a ser “Silicon Valley” (el Valle del Silicio), la capital mundial del emprendimiento.
Silicon Valley crece y crece. En la actualidad su frontera norte no sólo incluye la ciudad y condado de San Francisco y el San Mateo County sino que también está avanzando sobre el Marin County. Concretamente esta expansión significa que en este preciso instante y junto a los hoy familiares nombres de Hewlett-Packard, Apple Inc., Google, Yahoo!, Adobe Systems, Oracle Corp., Facebook, etc. se están formando, como hongos, miles de pequeñas compañías identificadas como “start-ups”. De las que permanezcan junto a los grandes nombres, seguirá reciclándose sin cesar el siglo XXI. Pues la alucinante “brand-new hi-tech” del mundo actual primero comienza a latir en el ex “valle de las delicias del corazón”.
En él “la corriente más fuerte es las ganas de jugar con lo nuevo…”. Es una sociedad que ha aprendido el juego de la vida. Al fracaso no lo toman como una derrota. Lo asumen como una mala elección y simplemente eligen mejor, virando a otro rumbo más auspicioso. Así aprenden y van descartando. Por eso los emprendedores y sus empresas aparecen, crean, siguen, se asocian o desasocian o bien desaparecen. Sin traumas. Porque el tiempo no espara “permanecer y transcurrir, no es perdurar, no es existir,…” En el ex “valle de las delicias del corazón” el paso del tiempo no sólo es alucinante sino también estratégico porque al devenir, hace un efectivo filtrado. Lo que allí supera su prueba de permanencia, es valioso. En consecuencia lo bueno del pasado y del presente-futuro co-existen. Del pasado-no pisado permanecen miles de frutales que florecen en primavera. Como también lo hace la Universidad de Stanford y su especial Parque Industrial fundado hace seis décadas por su rector,el ingeniero Fred Terman. Es uno de los llamados “scienceparks”. Este Parque Industrial es especial porque la universidad tiene el poder de otorgar tierras a los empresarios de alta tecnología más innovadores. Entre los primeros estuvieron dos amigos y egresados de Stanford: William Hewlett y David Packard. De más está decir que sus productos (HP) junto a los cientos de otras compañías del valle vigencian al presente global. Y el futuro? ¡Quién sabe! Sólo se sabe que nace allí… y el cielo es el límite!
Para esta esperanzada vitalidad, fue clave una “tribu” de osados idealistas que hizo eclosión a mediados de los 1960 desde el distrito de Haight-Ashburyen San Francisco. Allí convergieron numerosos jóvenes identificados como babyboomers, muchos de ellos de clase media, hijos de ex combatientes de la Segunda Guerra Mundial que sentían que Estados Unidos había dejado de ser la tierra de la libertad. Se asfixiaban encorsetados por la creencia sostenida por sus padres que consideraban que la vida era un campo de batalla. En ese paradigma la supervivencia exitosa provenía del auto sacrificio, la obediencia y la sumisión a los estamentos superiores. En la posguerra esta creencia se había transformado en ideología. La prueba es que los estadounidenses votaron a un héroe de guerra -Eisenhower- un general de cinco estrellas y puño de hierro como presidente democrático. El destino se hizo determinista y si bien la economía prosperó, los adolescentes más libre pensantes, creativos y brillantes para expresarse singularmente se sentían forzados a “romper el molde” buscando otras alternativas.
Por eso -para las mentes más radicales- América volvió a ser libre en Haight-Ashbury en San Francisco. De allí y a través de la contracultura hippie, se proyectarían a la nación complejos experimentos socio-culturales tanto en las artes como en la vida en “communes”, heterogéneas comunidades de iguales que, tal como en la naturaleza, tal como sucede con las hojas de hierba, resultaban ser diversificadas pero armónicas y económicamente sustentables. No es casualidad entonces que -más de cuarenta años después- en el hoy “Silicon Valley” californiano, los emprendimientos productivos de un pasado desigual co-existan en comunidad con las infinitamente atípicas compañías del presente-futuro. Tampoco es casualidad que muchos de aquellos ex jóvenes libre pensantes de la contracultura hippie, hayan mutado transformándose en emprendedores, padres fundadores de las nobeles industrias del Valle del Silicio. Es cierto que los hippies, para cortar con su pasado, recurrieron a experimentos con ácido lisérgico (LSD) que aún no estaba prohibido. Este aislacionismo mental producía felicidad.Irreal. Así que -en cambio de estancarse desperdiciándose en esa etapa juvenil- salieron de perdedores con lo bueno obtenido: el despertar de recursos psíquicos no lineales, ajenos a la ideología militarista. Fueron recursos psíquicos clave que se manifestaron exitosamente en el reciclamiento del valle.
En la actualidad en muchos corazones del planeta late un plus de energía proveniente del Mundial de fútbol. El pensamiento ganador genera fe y ganas de jugar el juego. ¿Será válido trasplantar ese chip al juego de la vida? Pues nuestra tristeza social indica que, en lo cotidiano, es el gran ausente. Nos sentimos tan perdedores que hasta podemos llegar a pensar que en esta sociedad ni siquiera vale la pena jugar. Sin irse a la irrealidad feliz de drogas como el LSD, urgentemente salgamos de esa deprimente visión, porque en el juego de la vida no hay “Selección” que juegue por nosotros. En este juego nosotros mismos somos los jugadores.O vivimos nuestra vida o nos viven. Por eso conectémonos con ella con el mismo pensamiento ganador con que disfrutamos el mundial. En ambos juegos aprovechemos el mismo chip, pensando que -como Selección- tanto ellos en Brasil como nosotros aquí, sí tenemos con qué ganar. Porque aprendimos a jugar. Porque contamos con recursos psíquicos y talento.Y lo más importante, aprendimos estratégicamente a aprovechar las oportunidades de sinergia para al fin, jugar como equipo.
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