Por Alberto Asseff
Tengo la agobiante, angustiante sensación de que así, con esta anomia, vamos siniestramente hacia más pobreza. No 'derecho', sino siniestro encaminamiento hacia esa Argentina enrevesada: todo lo tiene y todo le falta.
La Argentina está atrapada por una mentalidad vieja, fracasada en todo el orbe. Una visión de la vida social que irreversiblemente fabrica pobres y, lo peor, cada día más ineptos para valerse por sí mismos y por ende más subordinados a las redes de la corrupción política y económica. Es una (des) organización social patética. No se entiende que el desorden es pariente del sometimiento y enemigo letal de la libertad y de la justicia social.
Estos días son de eufórico consumo, al punto que nos han puesto un 'corralito' de facto haciendo desaparecer los billetes papel de los cajeros en un intento de astringir el mercado y neutralizar que la inflación se fogonee. Pero este no es nuestro tema, salvo para advertir que el consumo no puede disimular el mar de fondo y sus corrientes devastadoras del tejido social.
En 1973-1974 ó en 1980-1981 también tuvimos picos de gasto popular, preludio de gravísimas crisis, no sólo financieras.
Sobrevivimos en un país trastrocado. Por doquier se publicita "jubílese con o sin aportes", por ejemplo. ¿Somos conscientes de lo estrafalario de esto ? El mensaje es terrible: aportar luego de una vida laboral da lo mismo que no haberlo hecho. Al margen de las amas de casa que sí trabajaron toda su vida, pero a nadie se le ocurrió que deberían haberse regularizado ante el sistema previsional, lo que propone ese sistema de "con o sin" es aberrante, demoledor, anómico. Es perverso. Invita a que tiremos los botines.
Igual acaece con el legendario esfuerzo para acceder a la entrañable 'casa propia'. Años de trabajo y esfuerzo, mérito y desvelos iban construyendo el puente hacia ese hogar físico para cobijar al que ya existía en la unión espiritual de la familia.
Seguramente ese largo y forzado camino estuvo plagado de miles de injusticias para otros tantos compatriotas del pasado y del presente. Empero, ¡qué felicidad era y es alcanzar un objetivo por la propia mano y por el sudor de la frente de uno mismo!
Desde que nacimos como nación y sobre todo con la Constitución de 1853, el artículo 14, con sus derechos para todos los habitantes, fue la locomotora de nuestro progreso. Con vaivenes, así construimos nuestro país.
El derecho de propiedad es una de esas prerrogativas fundamentales, vertebradoras. Con su cota, claro está. Pero él constituye el eje en torno del cual se va articulando la economía de la prosperidad.
Si a esa funcionalidad virtuosa se le adosa un Estado, sabia y finamente regulador y arbitrador de demasías, excesos, defectos e inequidades, la sociedad se equilibra y progresa.
Pero acción directa, incluido el corte de calles y rutas, es el nuevo procedimiento para obtener justicia. Jueces y abogados está prontos a ser piezas de un mundo antiguo que creía en la civilización. Ahora, un piquete vale infinitamente más que el Código Civil y los innúmeros Juzgados. Los derechos o lo que se entiende por él, se obtienen sin audiencias ni demoras. En la calle, vocinglerando, interrumpiendo la circulación, lesionando los derechos de los otros. Incivilmente. Regresivamente. Eso sí, todo en nombre del progreso y de la legitimidad de la protesta.
Del mismo modo que con el piqueterismo, casi simultáneamente ha aparecido su gemelo, el okupa.
El okupa es toda exigencia en nombre de la justicia. Pero ninguna obligación. Primero tuvo en la mira a las casas desocupadas, generalmente de herederos desavenidos o herencias vacantes. Después terrenos fiscales o ferroviarios y, en un avance sin freno, el espacio público, incluidas plazas y parques.
Tenemos tierras y aún desiertos que, yermos, aguardan que se ejecuten las obras de irrigación - los canales que ya pensaba Sarmiento - y así estén prontas para la radicación de colonos migrantes internos a quienes se pueden sumar los inmigrantes de nuestra periferia y de todo el planeta.
Pero, ¡no! Pensar, planificar y llevar a la práctica una política demográfica y de desarrollo descentralizado, eso es para otros. Nosotros, los argentinos, estamos dedicados hace añares y cada día más intensamente a aglomerarnos y concentrarnos en la megalópolis porteña, sin omitir a sus émulas, la rosarina y la cordobesa.Y en esos amontonamientos, pelearnos todos contra todos, en una conflictividad que asciende exponencialmente. En Soldati hasta se atacó a ambulancias, algo no visto en Kosovo ni en ninguna guerra.
Han entrado a tallar desde los casi 'inocentes' punteros - si los medimos por la significación peligrosísima de los otros actores - hasta los narcotraficantes, pasando por los especuladores de los negocios más espurios.
Los punteros, siempre con su búsqueda de clientela electoral, sin parar en medios ni mucho menos en respetar la ley. Los especuladores loteando parques públicos, primero alquilándolos y luego vendiéndolos y revendiéndolos, en una cadena, no de la felicidad, sino de la depravación. Los narcotraficantes intentando establecer un corredor de la miseria donde la 'ley' y el mando sea ejercido por ellos, sin interferencia de lo que queda de Estado.
A estos protagonistas se les suman los activistas ideológicos que obran con arreglo a esa maldita consigna: cuanto más se pudra el cuadro social, mejor nos va a ir.
Y, para colmar las cosas, un Estado que se agranda y ensancha, pero que cada vez es más inservible. No es ni garantista ni de mano dura. Es manco, autista. Descerebrado, disfuncional. Grandilocuente, pero inmensamente inútil. Ni siquiera es un Estado desequilibrado. Está vacío, aunque nos cuesta mucha plata.
Lo del parque Indoamericano es la probanza mayúscula: bastaba cercarlo el primer día. Realizar un censo inmediato. Separar la necesidad real del interés personal, evitar el enfrentamiento con los vecinos, impedir que se incorporen activistas y otros facinerosos.
No puede ser tan difícil disponer de una brigada especializada en neutralizar protestas sociales - genuinas o inducidas - sin derramar sangre, pero poniendo autoridad y ley. Reprimiendo, como manda el Código Penal.
La acechanza es que se han disparado acciones asistemáticas. Una cosa es un puntero sujeto de mala manera al sistema y otra agentes decididamente ajenos a lo que queda de orden social y jurídico. Si a este cuadro se lo combina con la anomia estatal y gubernativa - los primeros que se burlan de la ley son quienes deberían darnos el ejemplo de cumplimiento -, la situación se va tornando más que alarmante.
Por eso, falta poco trecho para que los chicos digan que de grandes quieren ser okupas. Total, vale muy poco trabajar, hacer mérito, ajustarse a las reglas.
Tenemos una sola vía para recuperarnos. Se resume en tres letras: ley.
Dirigente del PNC UNIR
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