Por Roberto Actis
Cuando se dispuso el cerco sobre el dólar, casi sin medir consecuencias, la actividad inmobiliaria sufrió un cimbronazo realmente descomunal, que aún hoy se prolonga. Luego, para tratar de enmendar aunque sea en parte el error, se recurrió al Cedin, el curioso engendro derivado del blanqueo, el que posiblemente tenía otros fines no tan claros. Ahora, mucho más cercano en tiempo, le llegó el impuestazo a los automotores, dejando al sector que había sido el gran traccionador del consumo estos últimos años, prácticamente en la lona. Para tratar de corregir algo del daño se apeló entonces al bien fresquito plan Procreautos, con préstamos a tasa subsidiada, para que la gente vuelva a comprar cero kilómetros y las automotrices puedan dejar de afectar el mercado laboral de la manera que lo están haciendo.
Dos ejemplos claros y muy precisos, además suficientes, sobre la política del parche. ¿No hubiese sido mejor medir costos y beneficios antes de tomar esas medidas? Tal vez con ciertas correcciones, con algunas otras formas, con algo más de prolijidad se hubiese podido tener un mejor resultado.
Pero además, y con ese desmesurado afán de mostrar solamente los éxitos y de esconder los fracasos, en el lanzamiento del plan para comprar autos, la presidenta Cristina Fernández -tarea que compartió con la ministra Débora Giorgi- tuvo uno de sus habituales deslices verbales, que terminan generando grandes confusiones, cuando dirigiéndose a algunos de los de primera fila del séquito de aplaudidores, les advirtió que ahora con esta posibilidad la gente podría volver a comprar automóviles con relativa comodidad ya que sus ingresos habían mejorado alrededor de un 30% con relación al año pasado, por los aumentos logrados en las paritarias. En esa referencia se olvidó citar un detalle fundamental: la inflación. Está bien que a la Presidenta no le guste hablar del tema, pues es lo que le está descompaginando un deslizamiento con cierta comodidad hasta el final del mandato, pero ignorarla de esa manera resulta incomprensible.
Todo el mundo, por su bolsillo, más allá de cualquier otro indicativo, sabe que hoy el dinero alcanza mucho menos que el año pasado. Es que la inflación, medida de mayo a mayo, está en el orden del 40 por ciento, un vendaval que se trata de sostener con el programa de precios cuidados.
Tal vez se debería refrescar la memoria con algunas estadísticas, y nada de recurrir a las privadas a las que se ubica opositoras al modelo, aunque a esta altura es válido preguntarse ¿qué modelo? Los salarios suben detrás de la inflación, se está pagando al exterior más de lo que reclaman los acreedores -preguntar a los españoles de Repsol o a los del Club de París-, la desocupación pende como espada de Damocles, y la pobreza está en raudo avance, lo que hizo que la inclusión haya quedado perdida en algún rincón. Justamente, las cifras oficiales del INDEC dan cuenta que al primer trimestre de este año, la mitad de los asalariados cobra menos de 4.500 pesos mensuales, y que ampliando ese universo hasta el 70 por ciento, los ingresos no llegan a los 6.000 pesos.
Sería bueno explicar cómo con esos ingresos se puede comprar un cero kilómetro, o decir que los salarios están mejor que el año pasado. Como es habitual en esta clase de relatos, se exalta la suba nominal de los ingresos y se obvia el deterioro inflacionario.
De paso, en esa misma información del INDEC se determina que la franja más pobre de la población cuenta con un ingreso promedio por hogar de 1.628 pesos. Del volumen de la pobreza y de la indigencia no se hace ninguna mención, manteniendo la decisión de eliminarlas de las estadísticas que se dispuso luego del reconocimiento de la inflación del 10% que hubo en los tres primeros meses del año, que llevaron los índices hacia las nubes. Pero como esas manchas son las que algunas veces logran que la realidad prevalezca por sobre la ficción, entonces lo mejor es borrarlas.
La última medición oficial de la pobreza que dio el INDEC fue del 4,7%, del primer semestre del año pasado. Se comprenden las razones para la retirada, cuando la cifra está tan alejada de la realidad. Hoy, tomando diversas mediciones, oscilan entre 20 y 35 por ciento, incluso con unos 2 millones de personas que están pasando hambre. Hace poco, y aunque sea un solo caso no deja de ser conmovedor, una niña sacó malas notas en la escuela pues hacía cuatro días que no se alimentaba. ¿Y la inclusión? Bien gracias.
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