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Notas de Opinión Sábado 15 de Marzo de 2014

De la épica al presentismo

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Por Elida Rasino (*)

Por Por Elida Rasino (*)

En ocasión de referirnos al Plan Progresar que sorpresivamente fue puesto

en marcha por el gobierno nacional el mes pasado, expresábamos nuestra

preocupación acerca de lo inconducente que resulta abordar problemáticas

complejas con soluciones simples o, podríamos decir también, atacar las

consecuencias sin entender ni accionar sobre las causas.

Recientemente, en su discurso ante la Asamblea Legislativa, la Presidenta

recurrió una vez más a la simplificación y arremetió contra los maestros

por sus inasistencias. Complace de este modo el oído de una sociedad que,

aunque solidaria con las luchas docentes, no soporta más la situación de

abandono educativo al que se ven sometidos sus hijos. Pero el supuesto de

que una medida administrativa como la incorporación al salario del ítem

"presentismo" resolverá el problema es una nueva demostración de la

superficialidad con que se aborda un tema que, por real y masivo, debería,

cuanto menos, estudiarse con seriedad.

El problema es cómo mejorar la educación. De allí entonces la preocupación

por el docente y su tarea. En ese orden, deberíamos analizar, por ejemplo,

la razón por la que en treinta años de democracia y diez del actual

gobierno, no se ha logrado una política de Estado que permita a los

trabajadores sentirse parte de la gran tarea de hacer efectivos los

derechos ciudadanos. Por el contrario, la ausencia de los maestros en las

aulas es una muestra de la distancia existente entre quienes conducen las

políticas y quienes deberían ser sus mejores aliados para llevarlas a la

práctica.

A esta altura, ese punto es una cuestión de Estado. Y quienes están a cargo

del gobierno deben explicitar su proyecto para resolverlo. Esto no exime a

nadie de responsabilidad, ni habilita a la arbitrariedad. Sólo asigna mayor

obligación a quien detenta mayor poder.

Cuando la Presidenta hace referencia al aumento de los aportes destinados a

educación, no dice que el grueso del financiamiento del sistema recae

sobre las arcas provinciales. No es con presupuesto nacional que funcionan

las escuelas. Aún así y con toda una décadade ingresos excepcionales y

liderazgo político indiscutible, el Kirchnerismo no tuvo voluntad o

capacidad para realizar los cambios estructurales que cimentaran una

educación diferente. Lo que incluye sin dudas, un maestro bien pago y que

disfrute lo que hace. Para ello, hubiera necesitado un verdadero proyecto

nacional que ofreciera esperanza de futuro; garantizara el respeto por la

institucionalidad y abandonara el paradigma economicista y tecnocrático que

instaló el Menemismo.

El proyecto nacional es la base de todo proyecto educativo. Es el que

señala la utopía colectiva y el rol de la escuela en esa construcción de

futuro. La denominada Ley Sarmiento, la 1420, reposaba sobre un liderazgo

político que construía sociedad e instituciones modernas bajo una misma

Bandera y con un sueño de progreso y convivencia en la diversidad. La

educación era una gran herramienta, pero el Estado y la sociedad en su

conjunto sostenían el proyecto y fortalecían a la escuela.

No menos importante es la institucionalidad. Para que el hecho educativo

tenga lugar, es indispensable la organización social, el respeto por los

roles y el cumplimiento de las normas. La ejemplaridad del rol político

garantizando ese marco permea a todos los rincones de la sociedad señalando

modos y formas de hacer. Por eso es necesario comenzar a hablar, no sin

dolor, del modo en que el destrato, el clientelismo y la corrupción

debilitan a la educación argentina.

El tercer aspecto del proyecto nacional que no fue, se relaciona con los

valores que este proyecto ofrece al hecho educativo. Educar es brindar a

niños y jóvenes elementos para pensar por sí mismos. Educar exige

incorporarlos a la cultura. Pero, no a cualquiera, no a la cultura del

pensamiento único y las múltiples violencias; no a la cultura del lujo, la

ostentación y la banalidad como ideal social; no a la que produce un escaso

acceso a los bienes simbólicos.

Pensemos entonces ¿con qué utopías, marcos filosóficos y estrategias se

forman los docentes y las instituciones para reconstruir la cultura que

desde el imaginario colectivo se le reclama a la escuela? ¿Qué trabajo se

ha desarrollado desde la política educativa para desandar tantos años de

tensiones en los que maestros y Estado se han transformado en adversarios

permanentes? ¿De quién es la responsabilidad de brindar las condiciones

materiales y simbólicas para que cada trabajador sienta que, además de a su

sustento, está aportando a la construcción del presente y del futuro del

país? ¿Quién está trabajando en cargar nuevamente de sentido la tarea de

educar?

Estos interrogantes nos ayudan a visualizar la complejidad del hecho

educativo y la enorme responsabilidad del gobierno en su conjunto a la hora

de pensar la política. Una verdadera reforma de la educación va más allá de

los cambios curriculares nada innovadores y manifiestamente tecnocráticos

que se ofrecen. Reformar la Educación es reformar el pensamiento y las

instituciones, nos dice E. Morín. Eso seguramente hubiera generado

discusiones y crujidos de añosos esquemas, pero hubiera puesto a todos a

pensar.

Esta es la tarea épica pendiente para recuperar la educación argentina. Ella

solo será realizable por quienes entienden que todo trabajador es un ser

humano capaz de brillar y superarse cuando encuentra la pasión de hacer,

cuando descubre la perspectiva histórica de su hacer y cuando siente que no

está solo en ello. ¡Qué bueno hubiera sido que la exagerada épica

gubernamental de estos años se hubiera aplicado a la convivencia social y a

reentusiasmar a los argentinos!

 (*) Actual diputada nacional por el FAP. Ex ministra de Educación de la provincia de Santa Fe.

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