Por Roberto Grao Gracia (*)
Efectivamente, puede aceptarse que, como dijo el político inglés Winston Churchill, en cierta ocasión, la democracia es “el menos malo de los regímenes políticos”, entendiendo por democracia aquella forma de gobierno en que la soberanía proviene del pueblo y este tiene la última palabra, a través del voto depositado en las urnas en cada convocatoria.
Enunciadas así, estas afirmaciones son muy simples por lo que hay que considerar después la constitución de los Partidos, la Ley electoral, la organización del Estado y sus Instituciones, la elección de los miembros del Poder judicial, y un largo etc. para poder analizar la calidad y el grado de democracia existente en un país determinado.
Entiendo que la democracia, para que sea verdadera, debe cumplir las siguientes premisas o principios fundamentales:
1. Participación. Los ciudadanos deben poder participar frecuentemente en la toma de decisiones de los políticos, no sólo a través del voto en las elecciones generales, sino también a través de referendums, propuestas legislativas, plebiscitos, asambleas, asociaciones, manifestaciones, etc. El Gobierno debe facilitar y fomentar esa participación y no impedirla en ningún caso.
2. Representatividad. Los diputados y senadores, sean del Partido que sean, deben representar la voluntad de los electores que les han elegido para que les representen y no la voluntad de los dirigentes políticos; de ahí la necesidad de elaborar listas abiertas en cada elección, para que los ciudadanos elijan a la personas que crean que les representen mejor y se evite la llamada disciplina de voto, que hace que prime la voluntad de los jefes, desvirtuando con ello la esencia de la democracia, que se basa en la representatividad.
3. La separación de poderes. Los tres poderes fundamentales del Estado, legislativo, ejecutivo y judicial, deben ser independientes, de tal modo que ninguno de ellos interfiera en la elección y organización del otro, bajo ningún concepto, amañando, imponiendo o condicionando su funcionamiento.
4. El combate contra la inmoralidad. En cualquiera de sus formas, tales como la mentira, el tráfico de influencias, el soborno, el cohecho, la prevaricación, el engaño, la burla de las leyes, la falta de transparencia de los actos públicos derivados del ejercicio del cargo, la malversación de fondos, etc. debe ser permanente y ejemplar, para que el Estado de Derecho no sea pervertido por los mismos políticos que dicen defenderlo.
Si estas premisas no se dan, y en la medida en que no se cumplen, se puede afirmar que no existe una democracia verdadera y la que haya, será una democracia falsa que será menospreciada y rechazada por todos los ciudadanos de buena voluntad, como ocurre con los billetes falsos, que nadie los quiere.
Una última observación, la democracia que tenemos en España, en mi opinión, no cumple satisfactoria o suficientemente ninguna de estas premisas, rigiéndose por una Partidocracia o gobierno totalitario de los Partidos que alcanzan y se alternan en el Poder, en su propio beneficio, es decir, de los militantes que se acercan a él, con grave perjuicio de los derechos de los ciudadanos corrientes que no actúan en Política.
(*) Foro Independiente de Opinión (España).
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