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Notas de Opinión Sábado 14 de Abril de 2012

El arte de ejercer la medicina

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Edith Michelotti (*)

Por Edith Michelotti (*)

Sentimientos, historia, fantasías, realidades, se dan cita a la hora de decidir una carrera universitaria relacionada con la medicina.

Se ingresa a la alta casa de estudios, con la arrogancia y el audaz impulso de alcanzar la meta ambicionada.

Aulas, profesores, compañeros, libros, personas enfermas, desfilan durante años por el singular corredor del conocimiento que va forjando al nuevo profesional.

Al completar el trayecto, se archivan en el rincón de los recuerdos los exámenes angustiantes, los profesores díscolos, las materias insoportables, las horas de placer y descanso postergadas.

Se tiene la certeza que lo más intrincado concluyó.

El título permite sospechar un futuro de grandeza.

Una sonrisa ingenua de cara al porvenir, se dibuja en el rostro y en los anhelos de los noveles egresados.

Como en un escenario imaginario, la realidad del ejercicio de la profesión levanta el telón, se visualizan los actores, comienza el primer acto.

El enfermo relata sus síntomas, quizás contando a medias lo que necesita transmitir. No es un estómago dolorido, una articulación inflamada, una cefalea que obnubila, un útero gestante.

Es un ser humano con una personalidad y un carácter exclusivo, que ama o no ama, que trabaja o no, que anhela, sueña, sufre.

Y que, preocupado, suma a ese todo la dolencia que motiva la consulta.

Observa a “su médico” mientras expone sus problemas. Comprueba su apuro, su indiferencia, su nerviosismo o su calidez y comprensión.

De una u otra forma su percepción es exagerada.

Si el profesional en su paso por las aulas ha logrado comprender que “el ejercicio de la medicina lleva el arte en sus cimientos”, al desempeñar el soberbio oficio podrá considerar a su paciente como lo que es, una auténtica amalgama psico-física-emocional-social.

Si conoce bien su ciencia, maneja correctamente sus propios límites y sabe utilizar la palabra oportuna con el tono apropiado, habrá creado el espacio para el éxito terapéutico.

Si sólo prescribe una receta apresurada, o anota con letra ininteligible análisis inexplicables, y despide al paciente apresuradamente con pocas o ninguna explicación, su puesta en escena habrá fracasado en gran parte.

Si en posteriores encuentros no logra revertir la situación, quedará demostrado que simplemente es médico, mas no es un “buen médico” porque no ha sabido incorporar arte en un oficio exclusivo para artistas.



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