Por Roberto Actis
La carta de lectores publicada el domingo pasado en este Diario por Agustín Aresse fue un disparador, un quiebre si lo prefiere de ese modo. Sencillo, sin espectacularidades, sólo con apelar al sentido común, interpretando seguramente lo que piensa la mayoría de la gente que vive con una permanente sensación de angustia por la inseguridad, que se siente amenazada con sólo salir a la calle y que cada noche ruega por no ser despertada por desconocidos en el interior de su casa.
Fue sin dudas este "efecto Aresse" el que marca un antes y un después, al menos en la interpretación del reclamo de la gente, y seguramente también en la forma que quienes nos gobiernan deberán encarar la búsqueda de soluciones. Que no son un par de nuevos móviles, ni tampoco algunos agentes más, o el reemplazo de algunos jefes, que son para tratar de pasar el sofocón del momento pero sabiéndose perfectamente que no cambiará absolutamente nada. La política de seguridad requiere de medidas de fondo, no de superficie.
La mayoría de las cosas expuestas por Agustín -a quien alguna vez lo conocimos como un juvenil y muy atento coordinador turístico y hoy lo tenemos como empresario, padre de familia y ciudadano preocupado por lo que ocurre en la comunidad- en su carta, fueron reiteradas cara a cara con el ministro Raúl Lamberto, responsable de la seguridad en la provincia, durante su visita a Rafaela. Habiendo llegado para entregar equipamiento a la Unidad V y encontrándose con un fuerte reclamo de parte de las autoridades y de los ciudadanos. El intendente Castellano volvió a entregar, por tercera vez, un memo en el cual se plantean las necesidades y las falencias que tiene la ciudad en materia de proporcionar seguridad, que hasta ahora no habían tenido respuesta, antes con Corti como ministro y una vez anterior con el propio Lamberto.
La voz de la gente estuvo en boca de Aresse, quien de corrido le expuso al Ministro la tremenda experiencia vivida con un delincuente armado en el interior de su céntrico negocio a las 11 de la mañana, llegando a gatillar dos veces sin que salga el proyectil. Pero además puntualizó una serie de aspectos que, poco más poco menos, es lo que piensa la mayoría: que la gente en lugar de sentirse segura le teme a la policía, pidiendo dignificación para la fuerza y que no sea tomada como un negocio. "Necesitamos una policía que nos proteja, no una que no tenga ni una birome para tomar declaraciones", textualmente dicho a Lamberto, quien escuchó en silencio, en clara muestra de asentimiento. Su escueta respuesta fue que el gobierno provincial está al tanto de lo que ocurre y prometió avanzar en una relación más directa con Rafaela, al punto que ya comprometió una reunión amplia aquí el próximo martes 12 de febrero, algo que no tenía en carpeta.
Queda claro que Lamberto, un diputado que integra el riñón del socialismo, del cual se desconocen sus antecedentes y conocimientos en materia se seguridad -aunque en ese cargo y desde hace décadas, se vinieron desempeñando expertos y los resultados están a la vista-, le arrojaron una brasa ardiente en las manos. Una figura más que representativa de lo que es hoy la seguridad en la provincia de Santa Fe, comenzando esta serie de hechos resonantes desde el caso Tognoli, el jefe que fue señalado como apañando a gente del narcotráfico.
Da la impresión que el gobierno de Antonio Bonfatti, esta vez, luego de aquella conmoción inicial y de los episodios posteriores en Rosario y Santa Fe, pero con un repiqueteo que se va extendiendo por toda la provincia, con Rafaela tenemos el ejemplo más claro, tomó el tema con mayor énfasis. El aporte de 400 cámaras para Rosario y 200 para Santa Fe -las 20 comprometidas para Rafaela al parecer deberán seguir esperando-, y la compra de nuevos autos patrulleros, son señales importantes, pero insuficientes. Aunque la respuesta que se espera, más integral y abarcativa, es cierto que no puede ser de la noche a la mañana, necesita algo de tiempo, pero no demasiado. Hoy todo se ha acelerado, acorde a los tiempos que se viven, la gente exige, tiene todo el derecho y bien que hace en comportarse de esa manera.
Con las rutas tenemos otro indicio muy claro. Se acabaron las notas y las quejas que no iban más lejos que eso. La gente de Saguier y Villa San José debió peticionar durante 50 años para que le hagan la ruta 67-S, los de Egusquiza están viendo cómo se pavimenta la ruta 13 después de 30 años de reclamaciones. Si esos son los tiempos de la política, por cierto no son los de la gente. Lo estamos viendo con la ruta 34 y la casi destruida ruta 20, la gente se une a través de las redes sociales, se agrupa en las propias carreteras para hacerse oír. No son tiempos para distraídos.
Otro tanto se vive con la seguridad. Aresse echó la gota que desbordó el vaso, y bien que hizo. Desde el domingo se cansó de recibir adhesiones, palmadas en el hombro y mensajes más que expresivos. "Tenemos que manifestar que no somos ignorantes, presionar a quién corresponda para que las leyes nos protejan, que la policía sea nuestro orgullo, que el policía cuente con elementos, paga digna", apuntando más adelante al futuro "miro a mi hija y quiero que Rafaela siga siendo un lugar donde crecer feliz, segura, libre. Quiero ver a mis nietos de esa manera", textual de su carta pública. Nada del otro mundo, aspiraciones sencillas, de un tipo normal, con los pies sobre la tierra. Quien no comparta principios tan elementales, y además no se comprometa con ellos cuando su cargo lo exige, se encuentra fuera de foco, debiendo replantearse algunas cuestiones de fondo.
El efecto Aresse impone replanteos, pero respuestas por sobre todo.
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