Por Roberto Actis
Si la década fue ganada o perdida, es según de que lado del mostrador esté ubicado el opinante. Lo vemos en todos los ámbitos, incluso en las cartas de lectores que se publican en el diario, donde los argumentos parecen responder a personas que viven en distintos países. Aunque al fin y al cabo esta es parte de la realidad que nos toca vivir, donde la consecuencia más visible es la cada vez más grave fractura entre los pro y los anti.
Sobran temas para preocuparnos. El blanqueo que reclama dólares vengan de donde vengan, el control de precios que más que eso parece un manotazo para tratar de llegar con un maquillaje de contención inflacionaria hasta las elecciones, la reforma judicial, la inflación no admitida por la manipulación que se viene haciendo desde 2007, la inseguridad y sus trágicas consecuencias, la pérdida de cantidad y calidad del empleo, los dibujados índices de pobreza e indigencia, cuentas públicas raquíticas y desbordadas por los gastos, desconfianza en la moneda nacional, el control sobre los medios, además de los fracasos de las políticas aplicadas del transporte y la energía, que se están engullendo los recursos que ingresan por la soja. Y la bendita corrupción, que de abstracta no tiene siquiera una coma. Es que cuando algunos se enriquecen tanto, se trata de dinero que se les resta a otros, generalmente a los que menos tienen y por lo tanto más necesitan.
Sin embargo, aún con tantos temas, que en verdad llegan al hartazgo, este domingo enfocaremos el caso de los actos nacionales y populares y la forma en que habitualmente se consiguen tan abultadas concurrencias. El punto de partida es lo sufrido por un grupo de jóvenes formoseños que asistieron a la movilización de los 10 años kirchneristas en la Plaza de Mayo, en coincidencia con la celebración patria reciente. Desde esa provincia viajaron más de 20 micros, llevando cerca de 3.000 jóvenes -uno de ellos admitió "viajé porque me prometieron un plan trabajar"- portando pancartas del gobernador Insfrán. Varios de esos jóvenes quedaron varados en Buenos Aires, al perder los micros que los debían llevar de regreso, alojándose en comisarías y en casas de amigos y familiares.
En realidad, esto es bastante conocido, pues las multitudes enfervorizadas en estos actos, desplegando pancartas y banderas de toda índole, suelen reunirse desde todo el país con recompensas variadas, que van desde el bolso con la vianda, dinero en efectivo e incluso promesas de subsidios y asistencias.
Viene al caso la mención por algo ocurrido poco más de una década atrás, cuando era Eduardo Duhalde el que estaba en la presidencia y se realizaba un acto de estas características en Plaza de Mayo, donde había que desbordarla de gente. Sindicatos de Rafaela enviaron también su aporte, levantando gente de buena voluntad y pocos compromisos -de toda clase, tanto familiares como laborales- para completar los varios micros aportados, que en alguna medida aseguraban una factura que en algún momento iba a ser pagada.
A aquella delegación, entre muchos otros, se sumaron dos jóvenes residentes del Villa Dominga -mención que no conlleva ninguna intención discriminatoria, simplemente para identificación geográfica-, cuyas identidades obviamente son preservadas. Recibieron las vituallas para alimentarse durante el viaje de ida y regreso, a la vez que una interesante suma de dinero cada uno, nada del otro mundo, pero que en sus manos parecía una fortuna. Una vez llegados a la gran urbe, como se trataba de dos muchachos realmente "sedientos", de esos que hacen un culto y sienten verdadero fervor por el tinto, en lugar de asistir al acto adquirieron varios "tetra", terminando como es de suponer, fuera de control. Los micros regresaron a la ciudad una vez terminado el acto, y ellos recién se despertaron un par de días después, totalmente perdidos y desorientados.
¿Saben cuánto demoraron para regresar a Rafaela? Pues más de 20 días y el último trayecto lo hicieron desde Gálvez hasta aquí en el interior del vagón de un tren de carga, completando largas caminatas y otro pequeño tramo en el acoplado de un camión. Una verdadera odisea, que contada a la distancia suena risueña, pero que para sus protagonistas fue una penuria, quedando en clara exposición cómo se montan estos actos de concurrencias masivas, en el que algunas veces, como en el caso de estos dos aventureros rafaelinos, el único fervor que los anima es el del tinto. Aunque blanco o clarete también sean bienvenidos.
No enfocamos esta vez en hechos puntuales, aunque esta sea también una manera de contar la historia de la política, ínfima pero parte al fin.
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