Por Ricardo M. Fessia (*)
Cumpliendo el rito casi sagrado de los domingo, promediando la mañana pasé revista los “diarios de la semana”, esto es, “La Opinión” de los pasados días.
Precisamente el artículo central del domingo se debe a la péñola de Roberto Actis. Como un periodista de oficio, como un paciente lector, como un agudo intérprete de la realidad, se le ocurrió traer algunos conceptos vertidos hace siglo y medio. Luego de invitar al lector que lo califique, agrega que el autor es “un tal Figarillo” que no es “nada menos que Juan Bautista Alberdi”.
Sería fútil evocarlo biográficamente; pero sí me permito recomendar “Vida de un ausente”, la obra de su coterráneo José Ignacio García Hamilton.
Alberdi, sin dudas el hombre que más influencia tuvo en la formación jurídica nacional, nació el 29 de agosto de 1810 en la antigua Ibatín, hijo de un próspero comerciante vizcaíno, Salvador Alberdi, y de Josefa de Aráoz, integrante de una familia tradicional.
Sin progenitores de jovencito, 1824 recibe una beca del gobierno de Tucumán y se traslada a Buenos Aires para sus estudios medios que luego continúa en la universidad rivadaviana donde obtiene el diploma de abogado.
En el año 1837 se funda el “Salón literario”, gracias a la percepción de Marcos Sastre que descubrió la nueva generación. Precisamente en el acto de apertura habló Alberdi para subrayar los elementos filosóficos de la civilización aplicables a las condiciones peculiares del medio histórico argentino.
Entre otras actividades, publicó el periódico “La Moda”, cuyo primer número -noviembre de 1837- se percibe la gracia y agilidad del autor de una serie de artículos de costumbres firmados bajo el seudónimo de "Figarillo", nombre tomado en homenaje a su muy admirado Mariano José de Larra, que escribía usando el apodo de “Fígaro”.
El grupo de intelectuales era incompatible con el régimen y por lo tanto se impuso el cierre del cenáculo. Pero los jóvenes pretendían más y Echeverría, fundó en junio de 1838 la “Asociación de la Joven Generación Argentina”, que decidió darse un Credo enraizado en el ideario de Mayo. Pero pronto advierten que la situación no daba para más y Alberdi emigra a Montevideo el 23 de noviembre de 1938. Declarado el sitio de la ciudad, hace los arreglos necesarios y en abril de 1843 se embarca junto a Juan María Gutierrez con destino a Europa en el bergantín “Edén”.
Este viaje de juventud será definitivo; no volverá a su patria hasta muy entrado en años y por un corto tiempo.
En 1844 se instala en Chile, primero Valparaíso y luego Santiago, donde ejerció intensamente la profesión y desplegó todo su talento de estadista y periodista.
La generación revolucionaria, desengañada de la ayuda europea, puso los ojos en Urquiza como medio para terminar con la tiranía. Obtenida la memorable victoria de Caseros, escribió al correr de la pluma, su obra cumbre: “Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina”, cuya primera edición vio la luz en mayo de 1852.
Formando parte de su pensamiento y con la ley fundamental sancionada, completó su labor publicando el “Derecho público provincial” (1853) y “Sistema económico y rentístico de la Confederación Argentina según su Constitución” (de 1855), que elevó su nombre a la altura de los economistas del más alto nivel.
Aceptó la designación de Urquiza de enviado extraordinario de la Confederación Argentina en Francia e Inglaterra. Vivió en Europa con la mente y el corazón en la Argentina.
Después de una ausencia de varias décadas, regresó al suelo natal en 1879 para ocupar la banca de diputado nacional ofrecida por sus comprovincianos.
No superados del todo los viejos resentimientos, resolvió volver a su tranquilo retiro francés. Para hacer frente a los gastos de su existencia, aceptó el cargo de Comisario de Inmigración. Abandonó la granja de la villa de Saint André para trasladarse a un triste hotelito parisiense, donde necesitaba residir para atender las obligaciones de su cargo.
El clima y el trajín de la gran ciudad precipitaron la crisis, y el 19 de junio de 1884, en una sórdida casa de sanidad de Neuilly, expiró el gran patriota.
Luego de esta ojeada a la vida del prócer, valen dos acotaciones.
La obra que referencia Actis es precisamente de “Sistema económico y rentístico” escrito en 1855 en la vecina Chile. En la misma explica el sistema económico que sostiene la Constitución y por ello se erige en un libro de economía en donde se explica qué es lo que no puede hacer el Estado en materia económica si es que quiere respetar los principios que sostiene la norma fundacional. Nadie mejor que el mentor ideológico de la tan ansiada constitución para trazar los lineamientos económicos. La lectura completa de la obra es de utilidad para advertir cómo los distintos gobiernos fueron pisoteando el espíritu de la Constitución.
La otra anotación es por “Fígaro”. Se trata de Mariano José de Larra un personaje español de vida tan breve como intensa. Nacido el 24 de marzo de 1809 tuvo que trasladarse a Francia con sus padres para seguir la adhesión al régimen de Napoleón. De regreso en su tierra se dedica al periodismo, luego de abandonar los estudios universitarios en Valladolid. Los jóvenes inquietos y que comenzaban a desandar los meandros del periodismo se reunían en un café de la calle del Príncipe que llamaron “el Parnasillo”. Sus primeros trabajos los firma como el “Duende”, siguiendo una suerte de tradición de ese tiempo, pero el verdadero talento aflora con los artículos en “La revista española”, una publicación creada en noviembre de 1832 aprovechando la debilidad política generada por la enfermedad del Fernando VII y como una de las expresiones de los liberales. Firma ahora como “Fígaro” sus artículos que se iniciaron como crítica literaria pero fueron tornándose hacia la política dentro del costumbrismo, situación que se profundizó cuando en 1833 muere el rey. Luego escribe, ya con un claro perfil político, en “El español” y a favor del ministro de la regente María Cristina de Borbón, Juan Álvarez de Mendizábal.
En uno de los célebres artículos, “Vuelva usted mañana”, comienza diciendo, “Gran persona debió ser el primero que llamó pecado mortal a la pereza”.
Fue un articulista de gran calidad y fina prosa, tal vez la cumbre del romanticismo español, que reconocía como antecedentes a Quevedo y Jovellanos. Las desavenencias con su mujer, según los cronistas, lo llevaron a quitarse la vida en las primeras horas de la fría noche del 13 de febrero de 1837.
(*) Abogado, profesor titular ordinario de la Universidad Nacional del Litoral.
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