Por Roberto Actis
Si alguien podía tener alguna duda sobre el comportamiento del gobierno nacional sobre la inflación, los sucesos de estos últimos días han terminado por disiparla. Sólo han quedado certezas. Es que la instrucción clara, precisa y terminante, es continuar ignorando la existencia de la inflación, con lo cual queda muy en claro que no se hará poco y nada por encontrarle solución. Cae de maduro, no se puede arreglar lo que no existe. Así venimos desde enero de 2007, cuando por decisión de Néstor Kirchner, instruyendo a su brazo ejecutor Guillermo Moreno, el INDEC dejó de ser un organismo sostenido por principios técnicos y cientificistas, para convertirse en una herramienta de uso propagandístico del Gobierno, que le permite -entre otras cosas- mantener a la pobreza e indigencia muy achatadas.
Claro, con un nivel inflacionario dibujado -en todo el año pasado arrojó una acumulación de 10,9% y este año lo comenzó por igual camino con un enero de magro 0,7% que fue al menos triplicado por todos los demás índices, tanto provinciales como privados- se puede decir que la canasta alimentaria básica es de 1.267 pesos. Cantidad con la cual debe vivir (¿o sobrevivir?) un matrimonio con dos hijos en edad escolar. En realidad, alguno de los funcionarios que elucubra esta clase de mentiras públicas, o bien los gobernantes que los sostienen ante la gente ¿habrá probado vivir todo un mes con 1.200 pesos? De hacerlo, tal vez no seguiría insistiendo.
No era descabellado imaginar que, dado el carácter electoral de este año, donde los resultados se sobredimensionan hasta una cuestión de vida o muerte, poco más poco menos, podía darse una situación de sinceramiento en ciertas y determinadas cuestiones. La inflación, una de ellas.
Nada de eso ocurrió, ni ocurrirá por lo visto. Siguiendo una lógica kirchnerista que resulta inalterable, se profundizó aún más todo lo que tenga que ver con el engaño del INDEC. El ministro Boudou dijo primero que la inflación -al menos en parte la admitió- afectaba sólo a las clases media y alta, constituyendo un razonamiento en la vecindad del disparate, para luego insistir en que no era inflación sino dispersión de precios. Y en eso tuvo el respaldo de la propia presidenta Cristina Kirchner, avalando lo de la dispersión y tirándoles las orejas a los empresarios, que es cierto una parte del peso de la culpa tienen sobre sus espaldas, pero no toda. El resto es del propio Gobierno, que emite en exceso, gasta más de lo que puede y sostiene el consumo inyectándole subsidios que sobrepasaron las posibilidades actuales de recursos.
Pero no sólo hay posicionamientos políticos, que aunque no compartidos resultan legítimos, sino que medidas que se estrellan contra la realidad del sentido común. El salir a presionar a las consultoras privadas y con multas que pueden llegar a los 500 mil pesos, una de ellas por ejemplo.
Matemos al mensajero es el razonamiento. El contenido del mensaje hay que mantenerlo oculto a cualquier costo. Como si acaso las amas de casa no tuvieran su propio índice en sus monederos, que cada semana son maltratados los los precios.
La inflación es definitivamente fatal para la mayoría de la gente, y especialmente los que viven de ingresos fijos, y más bien bajos, donde se alistan justamente las clases trabajadoras que el Gobierno dice defender a capa y espada. Si así fuese, admitir la inflación en lugar de ocultarla, y después enfrentarla con todos los medios a su alcance, sería una medida más que saludable, por sobre todas las cosas para recomponer la credibilidad, que es justamente una de las maneras para combatir el flagelo.
A veces hay que mirar a los vecinos qué hacen, y con mayor razón cuando les va bien, "brasileñofilia" al margen. Con una inflación anual de poco más de 5 puntos, la nueva presidenta Dilma Rousseff achicará los gastos del presupuesto en 30.000 millones de dólares, pues hay que ir previendo oscilaciones inflacionarias. Aquí, con 11 puntos admitidos y unos 30 en la realidad, los gastos continúan subiendo. Es al menos, una situación para discutirla.
No hay demasiadas vueltas, al gran enemigo hoy lo tenemos todos en nuestros bolsillos.
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