Por Roberto Actis
Desde aquí a la distancia, aunque para enterarse de ciertas realidades hoy eso no sea un obstáculo, lo que está sucediendo en Venezuela es un verdadero disparate. Si luego de una elección tan reñida como la del domingo, donde el chavista Nicolás Maduro le ganó a Henrique Capriles por un ajustadísimo 1,7% (265.000 votos sobre 15 millones), era algo bastante previsible que para legitimar el resultado debía hacerse un recuento de votos, aunque fuese algo excepcional. También excepcional fue la pequeña diferencia, y además con la posesión por parte de la oposición de documentación de más de 3.000 incidentes que podrían estar dando cuenta de anormalidades en el escrutinio.
¿Qué hubiese sido lo mejor para Maduro y darle consistencia a su victoria? Pues hacer el solicitado recuento que reclamaba Capriles. ¿Cómo respondió? Con una cerrada negativa, la inmediata asunción a la presidencia que lo pone en el cargo hasta 2019 y la amenaza de tomar medidas en caso de manifestaciones públicas en su contra.
Por otra parte, si el recuento de la Junta Electoral era correcto y efectivamente existían esos 265.000 votos de ventaja, ¿cuál era el temor a contarlos?
Realmente se trata de un escenario muy difícil de encontrarle explicaciones. Maduro quedó bajo la sospecha de medio Venezuela y de gran parte del mundo. Era el momento de despejar todas las dudas, optándose en cambio por el camino inverso, el de imponer la fuerza, predilecto de esta clase de regímenes autoritarios, cuya condición no varía aunque cuenten el respaldo de los votos.
Hoy Venezuela está dividida por mitades, en el abismo del desborde y el enfrentamiento, como ya los hubo con trágico saldo de muertos y heridos. Con una economía en avanzado estado de descomposición, a la que costará muchísimo levantar, más aún con metodologías populistas, alejadas del esfuerzo. El 93% de las exportaciones lo explica el petróleo, y el dinero que ingresó los últimos años fue malgastado.
Por otra parte, está visto que Maduro está muy lejos de ser Chávez, y que el pajarito tal vez ya no cante. Una invención que lo llevó al ridículo, del cual no se vuelve.
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