Por Roberto F. Bertossi
Los saqueos en el país como los costos diferidos por el proyecto nacional, popular y progresista, se han traducido en mucho más que una incógnita inquietante respecto de, vg., inseguridad, inflación, inversiones, empleo, niveles educativos y culturales, disponibilidad energética, tarifas de servicios públicos, consumo, cotizaciones salariales, monetarias y bursátiles; saqueos y costos ligados a esquemas endémicos de corrupción política, económica y administrativa, a la ausencia de seguridad jurídica y de claras reglas de juego como a absurdos egos, vanidades y riñas políticas personales que han discriminado vidas argentinas, instituciones, provincias, derechos y ciudadanías haciendo estallar hasta la propia amistad social en demasiados lugares de la Patria.
Mucha economía de rapiña pública, privada y mixta, se explica y predice en precios/tarifas desproporcionados y obscenas como también, en una inequidad salarial y jubilatoria absoluta, todo lo cual no hace más que reflejar un sistema de valores profundamente desequilibrado y corrompido.
Entre otras medidas convergentes, urge afrontar problemas y desafíos sindicales ineludibles como esos relacionados con la agremiación policial, de gendarmería, infantería, etc., los que deberán resolverse ecuánime y satisfactoriamente privilegiando la equidad, la cultura del trabajo, la idoneidad y la paz social dejando para un pasado sin futuro, autoacuartelamientos, saqueos, vandalismos, caos y anarquía.
Ante la envergadura y hondura de la crisis, si como parece, sólo el jefe de gabinete Jorge Capitanich junto al ministro de economía Axel Kicillof monopolizan las medidas (sin información pública, Chevron, Repsol, etc.), estas podrían traducirse en eufemismos (o atajos) de ajustes diseñados para reactivar -como sea- inversiones internas/externas, crecimiento económico y estabilidad monetaria pero posponiendo armonía social, tranquilidad del orden, igualdad, transparencia, mejoramiento real y duradero en la calidad de vida general; singularmente en segmentos humanos lindantes o hundidos por la indigencia.
Cuando cae el telón de la puesta en escena, si se quiere mirar, se podrá ver y con diáfana claridad, una política extraviada por la decrepitud de “sus comandantes”
No se olvide que toda resiliencia socioeconómica ciudadana también tiene su límite, razón por la cual, ya no debemos continuar prescindiendo de tensegridades humanas, asociativamente creativas y latentes en nuestra sociedad civil (en línea con la reciente exhortación papal de Francisco: “Evangelii Gaudium”) para que se convoque, aglutine, amalgame y comprometa a todos los actores y sectores de la comunidad nacional y, así entonces, de una muy buena vez, ante tanta violencia e inseguridad, se logre la unión nacional, se afiance la justicia, se consolide la paz interior y el bienestar general sobre la base insustituible de la justicia, de la libertad y de la solidaridad social.
Una primera condición si se quiere disminuir el enorme costo social del proceso de reconversión y ajuste en ciernes, es la democratización y moralización de un diseño económico público y confiable pero “siempre integrado a un irrenunciable desarrollo humano” para una noble y cabal ejecución de políticas económicas, más ecuánimes, equitativas y realistas lo que no excluye sino implica, recuperar vg., subsidios inequitativos, desvío de fondos, enriquecimientos ilícitos, bienes saqueados, etc., todo lo posible.
Finalmente, cuando se nos expone a una sobrevivencia silvestre, esto es lo menos que se debe exigir a cualquier gobernante y, si no quieren o no pueden o no saben, obedecieran sólo a su especulación política personal, entonces que declinen cuanto antes, patrióticamente, su tremenda responsabilidad ante esta gravísima e inédita encrucijada económica, sindical e institucional.
(*) Investigador universitario. CIJS – UNC y UNL. Profesor de postgrados UNL. Experto de la Coneau.
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