Por REDACCION
Por Pedro Ulman
La cultura del aguante que se hace carne en cada argentino, acostumbrado a pelear en la adversidad, fue puesta a prueba este domingo, a la postre inolvidable, una vez más. A los que todavía nos cuesta asimilar aquella final perdida en el Maracaná en 2014, cuando sonaba con fuerza aquel pegadizo cantito "Brasil decime que se siente, tener en casa a tu papá", el tramo decisivo del Mundial de Qatar fue traumático. Las cábalas que habían funcionado a la perfección dejaron de tener efecto repentinamente.
La mejor final de todos los tiempos, como medios internacionales calificaron el duelo entre argentinos y franceses en Doha, fue sin duda un gran partido para los neutrales. Podríamos decir que para nosotros lo fue hasta el penal que Mbappé transformó en el descuento.
Después comenzó otra historia, de emociones cruzadas. De la felicidad total y la confianza plena en una Selección que dominaba al hasta ese momento campeón vigente pasamos un estado de preocupación, de miedo, de angustia y de tristeza cuando en un abrir y cerrar de ojos la victoria se esfumó en un par de minutos.
La noche del sábado había sido para no dormir. Buen tiempo en Rafaela y en el país. Ver redes sociales para llorar con el coro de niños del Teatro Colón interpretar a pura alegría el segundo himno de este Mundial... "en Argentina nací, tierra del Diego y Lionel, de los pibes de Malvinas que jamás olvidaré...". Y darse manija con el banderazo argentino en Qatar. Bromear con los planes del domingo. ¿Desayunar tarde o almorzar temprano? ¿Mezclar el mate, el asado y la cerveza? Cualquier debate permitía canalizar la ansiedad. Los pesimistas con incertidumbre, pidiendo tranquilidad. Los optimistas gastando a cuenta, confiados.
Y Messi y su equipo compartió en sus redes la agenda del día, esa cita con la historia. "Es hoy, todos juntos". La televisión, los medios, las redes, el streaming todos buscaban responder la pregunta sobre el futuro: ¿cuál sería el resultado de la final del Mundial de Qatar? ¿Ganan los bleus o los albicelestes? Le preguntan a distintos animales, a quienes leen las cartas, a quienes dicen tener poderes para anticipar lo que puede pasar.
Nadie pudo adelantar el partido que fue. La final dramática, épica, cambiante, vertiginosa que se definió a penales con la Argentina paralizada. Bangladesh también. Y gran parte de Francia como todo el mundo mundial.
Como en el 86 con Diego frente a Alemania, en Qatar Argentina logró una ventaja de 2 a 0 pero lo más importante era ver una superioridad notable de Messi y su ballet, que nos atravesó a todos los argentinos como bien dijo Sofi Martínez, sobre el calificadísimo adversario.
En un par de minutos todo se fue de las manos. Esa sólida Selección argentina entró en crisis como un boxeador que recibe un golpe al mentón y trastabilla. Nosotros, que jugábamos con intensidad ese mismo partido sentados frente al televisor, acusamos el golpe, pedíamos reacción y elegíamos creer. Los minutos pasaron con un sufrimiento absoluto, la sangre hervía, las lágrimas aparecían para regar las mejillas y comenzamos a temblar.
Pasamos de los abrazos felices, de celebrar a la Selección, a mirarnos sin saber qué hacer en casa. Las cábalas, estériles, parecían haber perdido efecto. Lo pudimos ganar y perder antes de que se terminen los 100 minutos del partido. Al final fue tablas y a empezar de nuevo con un mini partido de media hora.
Y dale alegría a mi corazón... es lo único que te pido al menos hoy inmortalizó Fito. Recordamos esa frase mientras cada uno se aferraba a lo que podía y los grupos de Whatsapp eran una caldera. Una calesita de emociones. Todos jugamos el partido. Y volvíamos a "muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar, quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial".
El alargue fue insoportable. Los corazones imploraban para que se termine la tortura. Otra vez la Selección argentina lo tenía para ganar, y al toque, para perder. Partidazo, no había palabras para describir estados de ánimo. Dibu eterno con esa atajada sobre la hora para mantener el empate. Penales, más sufrimiento. El corazón decía basta. Las cábalas que fallaron era lo que nos quedaba para volver a creer. Y lanzamos promesas -que ahora deberemos cumplir-. Transitar esos minutos fue un calvario, nos entregamos a las manos de nuestro Superman del arco.
Había una vez un héroe moderno llamado Messi y otro Dibu Martínez. Y colorín colorado la mejor final de todos los tiempos ha terminado y fue nuestra. Nos alegramos por nosotros, nos abrazamos, por nuestros hijos que por primera vez vieron a la Argentina consagrarse en el planeta fútbol. Y lloramos de felicidad.
Lloramos de nuevo, sin consuelo. Nos quedamos frente a la tele hasta que ese héroe reciba la Copa del Mundo, la tercera. Y nos quedan esas palabras dando vueltas que el Capitán de esta aventura con final feliz nos regaló: Demostramos una vez más que los argentinos cuando luchamos juntos y unidos somos capaces de conseguir lo que nos propongamos. El mérito es de este grupo, que está por encima de las individualidades, es la fuerza de todos peleando por un mismo sueño que también era el de todos los argentinos… Lo logramos!!!
Fue ayer, todos juntos. Desde hoy, el objetivo debería ser un mejor país, todos juntos.
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