Por Gabriel Profiti
El Gobierno se alquiló solito un dolor de cabeza con
la reforma del impuesto a las Ganancias, pero en simultáneo la
discusión destapó internas en prácticamente todos los campamentos
políticos y sectores involucrados en la pulseada.
Con la mochila de haber prometido su eliminación en la campaña
y luego de que Sergio Massa lo madrugara en el final del año
parlamentario, a Mauricio Macri le cuesta permear con el mensaje
de responsabilidad fiscal en este debate.
El Gobierno demoró más de la cuenta la discusión de un tema con
el que se había comprometido y, luego, apurado por las
circunstancias, mandó un proyecto al Congreso para tratar en
sesiones extraordinarias con el que no convenció a nadie. Terminó imponiéndose en la Cámara baja una iniciativa
desordenada y ambiciosa emparchada por Massa, Axel Kicillof, Diego
Bossio y el progresismo.
Si bien esa foto panperonista no trajo réditos políticos al
líder del Frente Renovador -más bien lo contrario-, Macri estuvo a
pocas horas de sufrir una derrota parlamentaria en el Senado.
Cerca del cadalso, surtió efecto la presión que ejerció sobre
los gobernadores del PJ. Varios caciques provinciales hasta ese
momento habían evitado pronunciarse sobre una cuestión antipática
y esperaban que Macri asumiera el costo político con un veto.
El oficialismo filtró que si el proyecto avanzaba no sería
vetado y varios mandatarios provinciales salieron a pronunciarse en contra por la consecuente pérdida de recaudación para sus
comarcas que implicaría la puesta en marcha.
Juan Manuel Urtubey vio la oportunidad de rivalizar con Massa,
a quien ve como futuro contendiente en la jefatura política
peronista y le tiró con todo, en alianza con Macri.
El cambio de escenario motivó al presidente del bloque de
senadores del FPV-PJ, Miguel Pichetto, a frenar la firma de un
inminente dictamen de comisión para negociar con el Gobierno la
apertura de un diálogo multisectorial.
La tregua abrió dos grietas: una entre gobernadores
dialoguistas y duros del PJ -Gildo Insfrán, Carlos Verna, Juan
Manzur y Alicia Kirchner- y otra entre los senadores del FPV-PJ.
En la Cámara alta se recorta una docena de halcones
representados por Marcelo Fuentes y los ultrakirchneristas,
quienes no quieren concesiones para Macri. Fuentes, presidente de
la Comisión de Asuntos Constitucionales, ya había frenado la
reforma electoral propuesta por el Presidente.
Cruzado por esa acidez interna que cada tanto genera un
reflujo, Pichetto emplazó al Gobierno a sellar un acuerdo en una
semana y Macri habilitó un diálogo a varias bandas, pero con
especial interés en contentar a los gremios que integran la CGT.
Un dato sugerente: el presidente dejó afuera del operativo
seducción al cerebro del proyecto original de reforma de
Ganancias, el ministro Alfonso Prat Gay.
Lo primero que hizo fue convocar a Hugo Moyano, porque confía
en que el ex cacique sindical ordene las pujas que cruzan a sus
sucesores. También, dispuso como negociadores a interlocutores
habituales del sindicalismo: el ministro del Interior, Jorge
Triaca y el coordinador del gabinete, Mario Quintana.
Las divisiones del movimiento obrero -que ya habían amontonado
un triunvirato de conducción- quedaron demostradas en la
reunión que inauguró formalmente las negociaciones, cuando Triaca
y Quintana se toparon con dos de los triunviros cegetistas, Héctor
Daer y Carlos Acuña.
El tercero, Juan Carlos Schmid, a la misma hora se encontraba
anunciando una jornada de protesta de los gremios del transporte
aglutinados en la CATT, precisamente para presionar para que el
Gobierno ceda a los reclamos de los trabajadores.
Las tratativas no son sencillas.
El proyecto de cuño massista
dejó la vara muy alta. "La reunión fue buena pero a veces se
pelean por ver cuál de todos es más duro", confió una fuente
oficial con respecto a la postura de los sindicalistas.
Macri ordenó negociar con dos premisas: no alterar la meta de
déficit fiscal de 4,2% del PBI presupuestada para 2017 y evitar
mensajes de desaliento a las inversiones como sería una reposición
de las retenciones a la minería.
En el medio, todo está en danza. El aumento del mínimo no
imponible, la exención del aguinaldo o las horas extras del
gravamen y el aumento de los impuestos al juego, o la posibilidad
de gravar el champán y otras bebidas alcohólicas para compensar.
VIDAL TAMBIEN SUDA
Mientras Macri busca superar el trance por Ganancias, la
gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, trata de que
finalmente la Legislatura le apruebe el presupuesto y el
endeudamiento requerido para 2017.
Pero así como el peronismo sigue fragmentado en el parlamento
nacional, busca unificarse en la Legislatura bonaerense a partir
de una gestión personal del reaparecido Florencio Randazzo.
El peronismo provincial tiene tres expresiones en la
Legislatura y otras tantas en el territorio, pero el exministro
del Interior quiere aglutinar a todos para obligar a Vidal a que
ceda espacios de poder -prometidos al massismo- al PJ, como la
Vicepresidencia de la Cámara de Diputados.
En esa discusión están. El peronismo difícilmente logre
ordenarse fuera del poder.
Cerca de Randazzo aseguran que Máximo
Kirchner habilitó la gestión con las principales figuras de La
Cámpora y sostienen que si "el Flaco" se impone, quedará parado
como candidato y referente para las elecciones.
A Macri le conviene que el PJ se mantenga dividido y que siga
vigente políticamente Cristina Kirchner, con quien puede
rivalizar. Hasta ahora el macrismo venía surfeando sobre consignas
vagas como la de "unir a los argentinos".
Por el contrario, la fuerte controversia con el presidente de
Venezuela, Nicolás Maduro, también le permite antagonizar con una
figura poco popular en la Argentina y allanar una tarea pendiente:
la construcción de una identidad política propia.
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