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Notas de Opinión Jueves 20 de Junio de 2013

La cruenta filosofía del consumo

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Dr. León Jorge Nihoul (*)

Por Dr. León Jorge Nihoul (*)


En todo tiempo y lugar los pueblos han tenido una filosofía de vida. Cuando comenzaron a indagar el misterio de la existencia creyeron encontrar en la religión la respuesta, tanto como al código moral conforme al presupuesto divino. El karma, el eterno retorno, podía trascenderse mediante la renuncia al deseo y al ego. Los hebreos encontraron en el Decálogo el mandato moral por excelencia, y se declararon el pueblo elegido por Dios. Los gitanos, oriundos tal vez de la India, conservan su identidad sin mezcla, pero sin Dios, sin historia y sin predestinación, y también sin prostitución. Los griegos, creadores de mitos, descendieron al nivel de la razón e hicieron del pensamiento el instrumento que pudiera dar respuesta a todos los interrogantes; y por ser tan racionales concibieron la democracia, aunque no popular. Roma eligió la ley, mientras los emperadores morían asesinados. La Edad Media conoció la noche oscura del progreso, y también la noche oscura del alma que iluminaba al ser con la esperanza del trasmundo. Europa vivió la intolerancia religiosa, pero los dogmas eran también morales, y el ser surgió cual Ave Fénix entre las cenizas de la opulenta corrupción de Roma, y de los azotes de las hordas de la barbarie. El Renacimiento marcó el retorno al hombre, a lo contingente y dionisíaco, y lo apolíneo; la duda como método de Descartes encontró en el telescopio de Galileo el nacimiento de la ciencia y de la técnica que, gestando burguesías, fueron desplazando a) Absolutismo consumidor de la sangre de los pueblos. El despertar moderno de la Grecia del ágora inspiró posteriormente el sueño de una democracia proletaria que, llevando a un extremo el ideal cristiano de comunidad, quiso que todos pudieran consumir por igual, aunque sin libertad y sin Dios. Todo estaba encaminado al nuevo orden, el del consumo. La Guerra de Secesión norteamericana no fue obra de un Norte filantrópico empeñado en liberar a un Sur esclavista: era necesario terminar con la competencia desleal de la mano de obra gratuita, al tiempo que ampliar los mercados elevando la capacidad adquisitiva de medio país privado del consumo.

Actualmente esa filosofía del Norte, la del consumo, invade al mundo. Herencia del pensamiento calvinista, el hombre se realiza con su propio éxito personal, y con ello demuestra haber sido señalado por el dedo de Dios, para gloria de este mundo, y del otro. Este distintivo personal, individualista, difiere de la otra elección racial del pueblo de Dios que una vez adorara al becerro de oro. Ya no existen los pueblos elegidos, solamente existen ganadores y perdedores, y el becerro que todos adoran.

El individualismo calvinista, promotor del éxito personal, conforma también el andamiaje que sostiene la construcción de las sociedades anónimas, donde el hombre desaparece para fortalecerse en la mancomunidad de un capitalismo que no podría existir sin mercados consumidores.






Si las monarquías consumieron pueblos, hoy el capitalismo ya no necesita esclavos ni pobreza, los robots son más eficientes; los pobres no consumen, generan conflictos.

La mecánica capitalista consiste en producir, en producir riqueza y pobreza, nivelar sería lo contrario, sería el comunismo, para que todos consuman pobreza. Capitalismo y comunismo, riqueza y pobreza, giran sobre el mismo eje: el consumo.

La orden de la actual filosofía es, consumir. La orden es para todos, incluyendo a los jubilados; para ellos también están los tours, aunque a muchos no les alcance para comer. Todos están tentados al consumo. Así nadie acepta la pobreza con dignidad; se justifica al robo. La clase media se ha empobrecido por exceso de ofertas de consumo. Los niños ya no juegan a las bolitas y las niñas a la rayuela. Hoy juegan con celulares. Todos deben consumir. Los poderosos dan el ejemplo, nunca llegan a saciar sus necesidades. Pero el límite es la pobreza. Es necesario ayudar a los países subdesarrollados, con préstamos, para que se endeuden y no se desarrollen demasiado, y sigan consumiendo a crédito. Esta es la cruenta filosofía del consumo, una suerte de recurso espurio del desarrollo económico. Se trata de un proceso. En el remoto Oriente la renuncia al deseo y al ego prometía el Nirvana. Hoy se exalta al yo y la falta de deseo constituye una patología, la del anti-consumo. La Torá, el Corán, los Evangelios ya no son compendios de preceptos morales capaces de contribuir al perfeccionamiento de la naturaleza humana, ínsitamente posesiva y egoísta. El Medioevo quiso espiritualizar al hombre imponiendo la noción del pecado y el sentimiento de culpa. La filosofía del consumo es inmoral y enemiga de la culpa; todo está permitido, todo debe ser consumido; drogadicción incluida.

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