Por Juan Carlos Fessia
Lo que no se ve, generalmente no se lo considera para evaluar su magnitud. Más allá de todas las noticias que llegan a nuestros oídos y a nuestros ojos, nuestra mente generalmente capta, retiene, todo aquello que tiene una relación directa con nosotros mismos.
La angustia, el dolor y las crisis, se sostienen transitoriamente en nuestros pensamientos y pronto en la mayoría de los casos, estas situaciones se disipan, dado que la vida debe continuar.
¿Pero qué pasa cuando los acontecimientos que afectan a toda la naturaleza se ocultan por la magnitud de sus daños?
La prensa internacional nos hizo conocer el accidente nuclear de Chernobil (Rusia) y el más reciente producido en Fukushima, Japón, a raíz de la formación de un tsunami natural, que devastó sus costas y destruyó dos centrales nucleares.
En ambos casos tuvo implicancias directas y consecuencias para varias generaciones y el cáncer es el principal efecto sobre todos los cuerpos afectados, humanos y animales. Hoy Japón tiene en todo su territorio 51 centrales nucleares y es uno de los países más propensos a sufrir terremotos de consideración.
Hace unos pocos días, se cumplieron 68 años del lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima (de uranio) y en Nagasaki (de plutonio), la historia marcó el hecho y las consecuencias imposibles de ocultar por su magnitud; en segundos desaparecieron más de 200.000 personas y todo tipo de vida animal.
La radiactividad al día de hoy no ha desaparecido, a pesar de lo que se diga. Se trata de ocultar lo que no se ve, pero existe y se mantiene perenne en la tierra, el agua y el aire.
Hoy estas ciudades son mostradas por Internet con todo su esplendor y el renacimiento de las mismas, como un antes y un después de la tragedia y el progreso japonés, pero el deceso de habitantes continúa y seguirá por generaciones.
En la época de la guerra fría las grandes potencias tenían un objetivo bélico, denominado bomba atómica. Antes de finalizar la segunda guerra, Alemania iba camino a tener su bomba, proyecto que los aliados pudieron desactivar a tiempo en beneficio de la humanidad.
Un informe secreto, da a conocer que a raíz de los ensayos nucleares en EE. UU., murieron más de 15.000 personas y se generaron más de 2.000.000 de afectados entre 1945 y 1992.
Este país, que se sepa, ha realizado en su territorio 1.030 pruebas nucleares bajo y sobre tierra y convirtieron el desierto de Arizona, Nuevo México y Nevada en territorios altamente contaminados de radioactividad.
El cáncer en EE. UU. y en todo el mundo es el mayor flagelo de los humanos, dado que el planeta con todos los ensayos nucleares quedó y quedará irradiado por muchos siglos.
Un ejemplo histórico fue el caso de la película filmada en el año 1954 “El conquistador de Mongolia”, en Utah a 150 km del desierto de Nevada, donde se desarrolló el mayor número de experimentos nucleares. Por irradiación murieron el actor John Wayne, el director de la película Dick Powell y la primera actriz Susan Hayward. En 1980 de las 200 personas que participaron en la película 81 habían fallecido de cáncer.
En 1968 decía Charles de Gaulle, “ningún país sin una bomba atómica podrá considerarse a sí mismo independiente”
En la madrugada del 16 de julio de 1945, en el desierto de Nuevo México se hizo la primera prueba nuclear en territorio de EE. UU., 600 personas entre militares y civiles observaron, el hongo atómico, a la operación se la llamó TRINITY.
El Coronel Stafford L. Warren, director de seguridad reconoció los daños inmediatos, “ceguera parcial a los observadores cercanos y destrucción de todo tipo de vida” (este informe secreto se desclasificó en 1974, para entonces, miles de personas había sufrido leucemia, cáncer de tiroides y todo tipo de tumores).
A partir del 6 de agosto de 1945, serían arrojadas sobre Japón.
Esta breve reseña nos debe hacer pensar que la energía nuclear, más allá de los beneficios económicos que nos brinde, es un potencial peligro para todo el planeta, una falla humana o un desastre natural como el ocurrido en Japón, no sólo contaminará el área del hecho, sino que los vientos propagarán la radiactividad por donde la lleven, contaminando el mar, los ríos, las ciudades y el flagelo del cáncer continuará como una constante en la vida de todos.
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