Por Vicente Ceballos
A modo de introducción recurro a un diálogo entre Sócrates y Glaucón contenido en “La República”, de Platón. Aquél propone a Glaucón un sistema para educar a los ciudadanos, de este modo: “Les diremos sois todos hermanos pero Dios os ha dado formas diferentes. Algunos de vosotros tenéis la capacidad de mandar, y Dios los ha hecho de oro; a otros los ha hecho de plata, para que sean ayudantes; y a otros que deben ser labradores y artesanos los ha hecho de bronce y de hierro; y conviene que, en general, cada especie se conserve en los hijos. Ese es el cuento. ¿Hay alguna posibilidad de hacer que nuestros ciudadanos se lo crean? “. A lo que Glaucón contesta: “En la generación actual no hay manera de lograrlo. Pero sí es posible hacer que sus hijos lo crean, y los hijos de sus hijos y luego toda su descendencia”.
Platón, biógrafo de Sócrates, que no dejó nada escrito pese a lo que se diga, legó a las generaciones que vendrían el diálogo que Glaucón cierra de modo magistral. No menos que eso puesto que lo aseverado se traduciría en la construcción del pensamiento de las diferencias jerárquicas y, por ende, de las desigualdades arbitrariamente impuestas a lo largo de los siglos, con ropajes diferentes y la infaltable carga de padecimientos para los sometidos..
La cita de Stephen Jay Gould del encabezamiento figura en el texto del libro de su autoría, cuyo título es el mismo de esta nota. Paleontólogo y biólogo evolucionista estadounidense desaparecido en 2002, dejó una obra valiosa de investigación y difusión de la ciencia, en un punto opuesto frontalmente a la teoría del determinismo biológico, o determinismo genético, respecto de supuestas diferencias genéticas entre los seres humanos. Cosa que ha servido, señala Gould, “para clasificar a las personas en una escala de méritos, descubrir en todos los casos que los grupos –razas, clases o sexos- oprimidos y menos favorecidos son innatamente inferiores y merecen ocupar esa posición”.
En tal sentido, le asigna al presupuesto determinista condición de “arma social” por su vinculación con la xenofobia y la discriminación racista; es decir, la actitud de rechazo y menosprecio hacia los ‘otros’ considerados inferiores, y como consecuencia, rebajados. Así como, añade, “su condición económica inferior ratificada como una consecuencia científica de su ineptitud innata más bien que de las injustas opciones de la sociedad”.
Tal el encuadramiento sustentado en el supuesto biológico que, entre otras cosas, sirvió a fines políticos y chauvinistas con resultados más que lamentables y recurrentes para mayorías indefensas. En tiempos de crisis económicas como la vigente, la formulación reaparece en impiadosas medidas que impúdicamente cargan sobre aquellas las consecuencias de los excesos de los enclaves del poder –el omnipresente financiero- y los necesarios factores asociados, corporaciones y gobiernos. Caso, por ejemplo, de la crisis desatada por la estafa mundial de las hipotecas basura del 2008. Sencillamente, los menos deciden que los más se hagan cargo de las cuentas impagas.
“¿Qué argumentos contra el cambio social –se pregunta Gould- podría ser más deprimentemente eficaz que la tesis de que los órdenes establecidos, con unos grupos en la cima y otros abajo, existen como exacto reflejo de las capacidades intelectuales, innatas e inalterables, de las personas así clasificadas?”. Y prosigue: “¿Por qué esforzarse, y gastar, en aumentar el inelevable coeficiente intelectual de razas o grupos sociales situados en el fondo de la escala económica; no es mejor aceptar sencillamente los desgraciados dictados de la naturaleza y ahorrar un montón de fondos federales? (¡así nos será más fácil mantener bajos los impuestos a los ricos!)”.
Sostener el orden existente –crudamente utilitario a cualquier costo y básicamente egoísta- es la preocupación de los poderes que usufructúan de las condiciones dadas, remitidas a la postulación de Glaucón, moldeada a través del tiempo de acuerdo a necesidades y estrategias La forma conservadora extrema que le es propia, proyectada en el neoliberalismo que conocemos los argentinos y cuyo producido subyace en las problemáticas socioeconómicas que caracterizan nuestra realidad, no puede dar otros frutos que las crisis que genera, hoy de alcances globales. ¿Puede no verse como muestra de desprecio a las víctimas de las crisis el hecho de que los poderes no solo cargan sobre ellas el costo de las reparaciones sino que premian a los responsables del desastre habido? ¿No es posible visualizar allí los tres escalones del planteo socrático?
Debo señalar que no ha sido mi intención, lejos de ello, ocuparme en detalle de la notable y esclarecedora obra de Gould. Honradamente, no estaría en condiciones de hacerlo.. La he tomado solo como lector interesado en una temática de no menor cuantía, presencia inmanente en el conflicto social revelado sin ambages en hechos de la candente actualidad mundial. Perspectiva que, desde luego, es compresiva de nuestra Argentina.
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