Por Amado Raspo
Treinta años antes de la Revolución de Mayo se estableció en Buenos Aires, la Real Imprenta de los Niños Expósitos, la única dentro del vasto territorio de Bolivia, Paraguay, Argentina y Uruguay.
La primera imprenta en suelo americano se estableció en el año 1535, en México. Quince años después, otra en Lima.
La escasez de imprentas en las colonias, respondía a la censura impuesta por la corona española.
Desde su llegada a la región guaraní, los misioneros de la Compañía de Jesús, habían emprendido el adoctrinamiento religioso de los pueblos originarios en su propio idioma; tras varios pedidos al General de la orden, sin lograr que se les enviara una imprenta, el padre Juan Bautista Neuman decidió construirla con artesanos indígenas.
Uno de los Jesuitas escribía al General de la orden: “la imprenta, como las muchas láminas han sido obra del “dedo de Dios”, tanto más admirable cuanto los instrumentos son unos pobres indios nuevos en la fe y sin la dirección de los maestros de Europa. Las hábiles manos de los guaraníes habían fundido los tipos, fabricado la prensa y grabado las planchas de las ilustraciones.
La ciudad de Córdoba, fue la primera ciudad que contó con imprenta; se debió a que los Jesuitas tenían en la “Docta”, un Centro de formación que incluía la Universidad y el Colegio Monserrat. En 1764, los Jesuitas hicieron traer de España una imprenta con todos sus implementos. A mediados de 1765, lograron que el Virrey del Perú diese la autorización para ponerla a funcionar.
En abril de 1767, fueron expulsados los Jesuitas, e incautados los bienes de la Orden, que pasaron a ser administrados por juntas de temporalidades”; controladas por funcionarios de la Corona.
La imprenta de Córdoba, quedó arrumbada por más de una década en el sótano del Colegio Monserrat, hasta que en 1779, el Síndico del Cabildo de Buenos Aires, Marcos José Riglos, tuvo una idea iluminada, hacerla llevar a la Capital del Virreinato del Río de La Plata, creado tres años antes, hacía rato que Buenos Aires necesitaba una “Casa o Cuna de Expósitos”, para alojar y criar a los chicos abandonados al nacer.
A fines del Siglo XVIII, Buenos Aires era una ciudad cruel, en la que centenares de niños eran abandonados anualmente.
Eran frutos no deseados de amores prohibidos y violaciones de amos a sus esclavas o de marinos a mujeres de los barrios bajos.
En 1779, el Virrey Juan José Vertiz, hizo lugar a la petición de Miguel Riglos para establecer una casa destinada a la niñez abandonada y a los que quedaban huérfanos y sin familia. Así nació el 7 de agosto de 1779, la casa de los niños Expósitos. En el frente tenía una especie de torno, con un armazón de madera, que funcionaba como receptáculo para los niños, de tal manera que los de afuera no podían ver a los de adentro. La desidia de los empleados hacía que se acumularan bebés, que la mayoría de las veces morían de hambre o frío.
Riglos le propuso a Vertiz, traer la imprenta, que era necesaria a la Capital y que podía aportar los fondos necesarios para el normal funcionamiento de la Casa de los Expósitos. Vertiz, escribió entonces al Rector del Colegio Monserrat de Córdoba y el padre Francisco Pedro José de Parras, contestó que había hallado la imprenta; en un sótano, desarmada y deshecha, mostrándose contento de que se le sacaran de encima esos trastos viejos. Al colegio le costó la Imprenta, dos mil pesos, conviniéndose finalmente un arreglo en un mil pesos, y todos contentos.
Ya antes que la imprenta llegara a Buenos Aires, don José de Silva y Aguilar, librero y bibliotecario del Colegio de San Carlos, le propuso el virrey hacerse cargo de la administración. La Casa de los Niños Expósitos se haría cargo de la Imprenta, su reparación y funcionamiento, del local para instalarla, del abastecimiento de papel y tinta, del sueldo de operarios, etc. Silva y Aguilar se encargaría de dirigirla, capacitar al personal, etc., y recibiría a cambio, la tercera parte de las utilidades.
La condición que también exigía el Administrador, era que ninguna otra persona del virreinato, pueda imprimir cartillas, catecismos, calendarios, rezos eclesiásticos, y que la venta de todo ello, haya de celebrarse en la casa de los Niños Expósitos.
Un dato curioso y que muestra lo que podía ocurrir con las comunicaciones entre la burocracia de América y su casa matriz en España; es que de inmediato Vertiz solicitó la autorización de la corona, pero el Rey Carlos III, recién en septiembre de 1782, estampó su firma aprobando la creación de la Real Imprenta de Buenos Aires; y la vista final, recién hecha en enero de 1784.
La instalación fue en la actual esquina de Perú y Moreno de la Capital. El personal era escaso, y formado “a los ponchazos”, ya que no había gente del oficio en Buenos Aires.
Fue la Imprenta de los Niños Expósitos un hito en su Historia Cultural Argentina; entre 1801-1802, aparecieron los 110 números del “Telégrafo Mercantil, Rural, Político Económico e Historiográfico del Río de la Plata”; y los primeros del Semanario de Agricultura, industria y comercio” en septiembre de 1802.
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