Por Roberto Actis
¿Es tanta la decadencia en que hemos caído que estamos retrotrayéndonos a la Edad Media? Es que en ese entonces, era común la aplicación de la "ley del talión", que no era otra cosa que darles a los delincuentes un castigo exactamente igual al crimen cometido. Una expresión que podría definir en pocas palabras, con máxima justeza, el "ojo por ojo, diente por diente".
Tal parece ser lo que estamos viviendo en la Argentina de este tiempo, cuando después de tantos años de negar la inseguridad y de calificarla sólo como una sensación, se ha vuelto imparable, al punto que son los propios vecinos los que unidos en turbas, toman venganza por mano propia, ya que de justicia es justamente lo que no se puede siquiera rozar en esa clase de acciones. Es que justamente, la justicia brilla por su ausencia, al igual que la prevención y represión por parte de la policía, tanto como otras fuerzas de seguridad que en distintas oportunidades son quitadas de la función que les corresponde. Caso concreto, el estado de indefensión en que se han dejado las fronteras, que es por donde penetra el narcotráfico.
Es cierto que para entrar en la búsqueda de los orígenes de este exagerado y descontrolado avance de la delincuencia se debe mirar hacia otros flancos, no sólo el de la droga, pues allí aparece la complicadísima situación socio económica, la falta de oportunidades de los jóvenes, la desintegración del núcleo familiar, el bastardeo que se ha hecho de la cultura del trabajo y del esfuerzo, y además, con los pésimos ejemplos que bajan desde arriba, donde tantos se han convertido en millonarios poco menos que de lo que canta un gallo. Una legión nutrida no sólo por la clase política sino por rebuscadores de toda clase, desde choferes, porteros o jardineros cercanos al poder, hasta auxiliares que se transformaron en magnates.
Todo este facilismo es también un fuerte incentivo para ingresar al mundo de la delincuencia, junto a las drogas, el alcohol, el permanente exceso que ha venido dejando tantos marginados. Casi toda la sociedad, en mayor o menor medida, ha sido víctima de la descomposición.
Es por eso que hoy, esta ley de la selva que se ha generado sostenida en el deseo de venganza, incluso no llega a sorprender demasiado. Es que la ausencia del Estado ha sido tan grande, tan abrumadora, que nadie sabe en realidad en quien confiar, hacia donde apuntar su esperanza. Un botón de muestra: el delincuente al que el actor Gerardo Romano ayudó a detener fue liberado a las pocas horas. Por ese carril anda la cosa.
Hasta un par de años atrás los gobiernos de todos los niveles y las policías de todas las jurisdicciones, nos mostraban estadísticas de grandes logros contra el delito, que parecían mostrarlo en retirada. Y resulta que contrariamente, nos enterábamos que en las comisarías se desconsejaba asentar las denuncias pues eso les aumentaba el promedio en contra. Formaba, ni más ni menos, otra de las partes del relato del país de las maravillas, hasta que la cantidad de episodios criminales se hizo insostenible.
Se dejaron de lado las estadísticas, tampoco se habló más de la sensación, continuar mintiendo no tenía más ninguna clase de sentido. Hubo que comenzar a admitir la realidad, como la inflación, el dólar, la suba de la pobreza e indigencia, el desempleo que viene pegando fuerte, los subsidios mal distribuidos desde hace años. Aunque claro, esa no es la solución, hoy la criminalidad en la Argentina tiene componentes que costará muchísimo desarraigar, se la dejó avanzar demasiado mientras se la ignoraba. Fueron varios años que los funcionarios no pudieron siquiera decir las palabras inflación e inseguridad porque la señora presidenta se enojaba. Aún hoy vemos los eufemismos a los que tiene que recurrir el cada vez más impresentable Capitanich para tratar de darle sustento al relato todas las mañanas.
Todo lo que sea economía, aunque grave, puede repararse, ya hemos pasado por esta clase de experiencias y aún más graves, pero en cambio este deterioro del entretejido social, esta alteración de conductas y desprendimiento de valores, no sólo es sumamente peligroso, sino que costará sangre, sudor y lágrimas recomponer. Muchos especialistas en estos temas sostienen que ya nunca podrá ser como entonces, y que la restauración puede llevar décadas, engulléndose a una generación entera.
Suele decirse, y con razón, que la educación es el camino más directo para la recomposición social y el afianzamiento del futuro. ¿Cómo andamos en educación? Pues según todas las evaluaciones realmente mal, aunque se le destine dinero como nunca antes en el presupuesto.
Vivimos tiempos complicados. Desde hace más de una década la falta de seguridad encabeza todas las encuestas que se han hecho en cualquier lugar del país sobre los problemas que afligen a la gente. Ahora, cuando es una avalancha incontenible, los que tienen la responsabilidad de encaminar las soluciones, parecen haberse advertido.
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