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Notas de Opinión Martes 21 de Diciembre de 2010

La ley natural

Roberto Grao Gracia (España)

Por Roberto Grao Gracia (España)


Por Roberto Grao Gracia (*)

Es un hecho comúnmente admitido, no sólo en Filosofía moral sino también en la vida ordinaria, que todos los seres humanos al alcanzar el uso de razón, poseemos una voz interior que nos informa acerca del bien y del mal, de la verdad y la mentira, y de la justicia e injusticia de los actos humanos, propios y ajenos. Es lo que llamamos conciencia, que no sólo nos informa sino que también mediante la ponderación de esos actos, los censura o los aprueba de una manera diríamos casi independiente de nosotros mismos.
La pregunta es: ¿en qué se basa la conciencia para informarnos sobre la bondad o maldad de esos actos humanos? En mi opinión se basa en tres factores: la razón, la fe en Dios y el conocimiento de la naturaleza de las cosas que la persona percibe a su alrededor. Con la razón reflexiona y juzga sobre los hechos, con la fe los percibe con mayor claridad y en cuanto a la naturaleza de las cosas, está ahí mostrando sus características objetivas, retándonos a que la descubramos y conozcamos en su más íntima esencia.
La ley natural o ley moral natural no es otra cosa que el descubrimiento objetivo de esa naturaleza de las cosas hecho con imparcialidad por parte de la persona y su reconocimiento subsiguiente. Por ejemplo, cuando afirmamos que nadie se debe apropiar de los bienes de otro (robar) o privarle de la vida (matarle), o maltratarle (violencia), o engañarle (mintiendo), o abusar de un menor (pederastia) o tener relaciones sexuales con la mujer de otro (adulterio) etc. estamos descubriendo la ley natural que todos percibimos.
Pero hay que contar con el papel de la voluntad en cada ser humano, que es la que tiene la última palabra en sus decisiones. En efecto, la persona puede rechazar la fe e incluso la ley natural tal como se entiende tradicionalmente (la voz de Dios en el corazón del hombre), para adoptar una postura subjetiva que le lleve a satisfacer sus ambiciones de poder, de dinero, de dominio, influencias y riquezas o simplemente por comodidad o cobardía. En este caso la razón se pone al servicio exclusivo de esa postura más o menos egoísta adoptada y trata de justificarla con razonamientos falaces, imponiendo su servidumbre a la propia conciencia humana.
En esas estamos. A lo largo de la historia, incluido el hoy del tiempo que vivimos, demasiadas personas han optado por rechazar la fe en Dios y la ley natural para seguir el dictado de una voluntad inclinada al ego y al poder sobre los demás. Con su actitud han provocado innumerables males e injusticias a sus semejantes con mayor o menor crueldad e intensidad (no voy a mencionar nombres que están en la mente de todos) como los campos de concentración y exterminio o el genocidio actual del aborto provocado por ejemplo; son sobre todo las que se burlan o blasfeman contra la Iglesia, contra Jesucristo y contra la fe de los creyentes, las que insultan, desprecian, y odian a Dios y a los que no piensan como ellos llamándolos gentuza. ¿No es verdad que la blasfemia en algunos círculos de convivencia es un síntoma común de “hombría” y de arrogancia maldita? ¿O que en otros la burla contra la Iglesia es causa de jolgorio? ¡Qué pena!
Estas palabras no quieren ser negativas, sino ayudar a descubrir el origen del mal que existe en el mundo desde el principio, (el rechazo de Dios, de la fe y de la ley natural) para hacer pensar a algunos y para que, reflexionando, se decidan a optar radicalmente por Dios, por el bien, haciéndolo con mayor decisión e intensidad que hasta el presente y a luchar denodadamente contra el mal propio y ajeno para que podamos entre muchos reducirlo. 


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