Por Edith Michelotti (*)
La libertad tiene límites. Tiene varios límites. La mentira quizás sea el más importante, el principal. El derecho de los otros, también. Si no se los respeta, deja de ser libertad para convertirse en libertinaje. En esta oportunidad me refiero a quienes tienen la posibilidad de comunicarse masivamente con el pueblo. Ellos, los representantes de la libertad de prensa, nada más ni nada menos.
Los periodistas, los invitados de los periodistas, los políticos, los gobernantes. Los que a través de los medios se conectan con el ser invisible pero real que somos nosotros, los lectores, los radioescuchas, los televidentes. Resulta genial que todos puedan decir lo que sienten o lo que piensan siempre y cuando lo hagan con absoluta libertad, es decir, respetando los límites que la misma conlleva.
Porque sino, cualquiera sale a decir lo que se le viene en ganas, falseando la realidad, o ignorando los derechos del otro. A través de todos los medios, incluida la web, recibimos un cotidiano bombardeo de noticias tan absurdamente contradictorias que resulta dable pensar que alguien está mintiendo.
Esos personajes, muchas veces más peligrosos que un mono con navaja, han saltado los límites de la libertad de prensa y nos introducen en un mundo de zozobras e inestabilidad bastante delicado. Los que recibimos el embate podemos apagar la radio o el televisor o no leer los diarios, pero de esa forma perdemos la posibilidad de vivir comunicados. Es muy difícil pasar la zaranda y observar lo puro que queda en el fondo.
Porque sabemos que nos mienten, pero no estamos seguros de quiénes son los que nos mienten. Por primera vez no encuentro la forma de llegar a ustedes con un mensaje esperanzador. Sólo emito un deseo: que la inteligencia, la cordura y el amor prime en la vida del ser argentino o terminaremos fritos del todo.
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