Por Roberto Actis
Desde siempre se ha sabido que para que una pelea sea tal, se necesitan dos contendientes. Cuando sólo uno disputa y el otro permanece inmóvil, en realidad no es una confrontación, es paliza. Algo así es lo que está ocurriendo con esta colosal embestida de la presidenta Cristina Fernández contra el gobernador Daniel Scioli, quien aun cuando nunca fue de sus preferencias estuvo acompañando -e incluso en algunos momentos poniéndose al frente como candidato testimonial para traccionar al propio Néstor Kirchner en las elecciones legislativas de 2009, aunque finalmente fuera derrota-, demostrando además una lealtad sin límites ni claudicaciones.
Pero es tanta la presión, muchas veces transformada en actos de humillación pública, debiendo Scioli tragarse algunos sapos que, dadas las circunstancias, se asemejan más a culebras que otra cosa, que hoy en día la pregunta que todos se hacen es ¿hasta cuándo aguantará? Aun cuando haya demostrado ser un hombre prácticamente de hielo, a quien no se le mueve un sólo músculo del rostro al ser amonestado por la Presidenta, con una resistencia especial en ese sentido, parsimonioso, paciente, de absoluto control sobre sus reacciones, tiene cierta lógica suponer que todo tiene un límite. Por eso el ¿hasta cuándo?
En realidad, lo mejor que podría suceder es que la reacción del Gobernador no llegue nunca, por el bien de la salud del país, en todo sentido. Es que una revuelta institucional en la provincia más grande e importante, con 14 millones de habitantes y de donde sale el 40% de la producción y generación de riqueza de la Argentina, en instancias como las que se viven, con una economía tambaleante, alta inflación, severas complicaciones fiscales, un comercio exterior que flaquea y un cerco al dólar que se estableció sin medir consecuencias, adornado todo por una inseguridad desbordada, contribuiría a agravar muchísimo más este escenario.
Esta feroz interna del peronismo, la cual es apenas observada por una oposición que sigue sin reacción, ya tuvo su primera batalla con Hugo Moyano, quien ahora quedó sólo con una parte de la CGT. Ante la imposibilidad de controlar totalmente a la central obrera, el cristinismo optó entonces por dividirla, lo que también es una forma de restarle poder.
Ahora están yendo por Scioli, como decimos, alguien de la primera hora que demostró absoluta lealtad. ¿Cuál fue su mayor atrevimiento? El haber dicho que tenía aspiraciones presidenciales en 2015, siempre y cuando -lo dejó bien claro- la presidenta Cristina no tomara la decisión de postularse nuevamente. En realidad, una alternativa que no dispone, salvo que sea reformada nuevamente la Constitución, lo cual viene fogoneando el coro de aplaudidores y obsecuentes, y considerando las circunstancias, es altamente probable que se intente.
Queda claro que la Presidenta no desea que haya quien pretenda ocupar su lugar en la Casa Rosada, mucho menos si son de su propio sector. Seguro que todos, y de modo especial el gobernador salteño Urtubey que alguna vez hizo pública su aspiración para 2015, se cuidarán muy bien de abrir la boca viendo lo que le sucedió a Scioli. En cuanto a la oposición, aunque navegue en el mar de la nada, quien pueda aparecer con alguna posibilidad, caso de Mauricio Macri por ejemplo, se convierte en blanco de una andanada de todo tipo, judicial, económica e institucional. Aunque en su caso, convengamos que él mismo contribuyó bastante para quedar en esa endeble posición, que de todos modos no justifica excesos.
Pero la cuestión no queda sólo en las aspiraciones y candidaturas, se avanza a paso firme en todo sentido, siendo cada vez más complicado, y riesgoso, pensar distinto. Así quedó demostrado con el escrache público -y nada menos que por cadena nacional, un sistema destinado para otros fines- de un agente inmobiliario que declaró en Clarín que tenía una gran caída de su actividad comercial, a quien la Presidenta mandó investigar impositivamente comprobando que no había presentado declaración de Ganancias desde 2007.
Toda una situación sin dudas. El eje de la discusión debería estar remitido con exclusividad a si cayó o no la actividad inmobiliaria, que está al borde de la parálisis, no caer en situaciones personales, provocando una intimidación de este tipo, como para que la mayoría tome recaudos y se calle la boca. Es decir, respaldar al relato oficial con el silencio. Es que con ese mismo parámetro usado contra el empresario inmobiliario, se podría reclamar a la presidenta Fernández que haga pública la situación de la ex Ciccone, que es quien imprime nuestros billetes, y ni siquiera los jueces pueden averiguar.
Seguir insistiendo en que no hay inflación, que la economía goza de buena salud, que casi no hay más pobreza y que la Argentina no tiene problemas, es una negación de la realidad que dificulta la búsqueda de soluciones. Y más todavía enojarse con quienes lo dicen, o simplemente piensan diferente.
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