Por Roberto Actis
"No me ponen nerviosa", fue la respuesta de la presidenta Cristina Fernández a un cacerolazo de protesta que se extendió por gran parte de la geografía del país, ante la evidente degradación institucional que se viene deslizando como por un tobogán, cuyas consecuencias son el cada vez más atizado clima de confrontación en la sociedad. Situación que está definiéndose como un regreso al pasado.
Por cierto, difícilmente esa breve síntesis haya sido el verdadero estado de ánimo de la Presidenta. No hace falta conocer tanto el paño, sino echar la mirada hacia atrás sobre algunos episodios que por muchísimo menos que este ruidoso cacerolazo merecieron reacciones contundentes, duras, casi impropias de quien debe conducir el Estado con una visión amplia que cobije a todos los sectores de la sociedad.
Sin pretensión cronológica ni siquiera con abundancia de detalles pues se trató de hechos por demás conocidos, recordemos cuando amonestó a los maestros por reclamar salarios diciéndoles que tenían 3 meses de vacaciones, lo cual provocó repudios en sus mismas filas, como la de Hugo Yasky por ejemplo. O bien la calificación de pijotero al abuelo marplatense que no pudo comprar los 10 dólares que quería regalar a su nieto. El envío de la AFIP al agente inmobiliario que osó decir que las operaciones estaban en fuerte caída -hecho que hoy padecen todas las agencias de la Argentina-; el reto al gremialista y ex agente de los militares durante la dictadura, Gerardo Martínez de la UOCRA, por haberse atrevido a decir que el dólar estaba a algo más de 5 pesos; ni que decir de ponerle un imaginario bonete a Aníbal Fernández, cuando compartía la primera fila de los aplaudidores en un acto en la Rosada.
Pero sin dudas, la gota que rebalsó el vaso fue la advertencia que había que tenerle miedo a Dios pero también un poquito a ella. Quedó claro que la gente quiere libertad y no miedo, recuperar sus derechos, educación y no adoctrinamiento, seguridad para poder vivir en paz, que se combata la corrupción que se hace a la vista de todo el mundo, como el caso Ciccone que involucra al vicepresidente Amado Boudou y el rechazo al intento reeleccionista indefinido. En fin, todo un cóctel de reclamos que tuvieron como exclusivos protagonistas a los ciudadanos, no hubo convocatorias de los medios hegemónicos, de los sindicatos, de ninguna otra organización ni mucho menos de partidos políticos de la oposición, a quienes también estuvo directamente dirigido el reclamo, por la ineptitud demostrada en todo este tiempo.
¿Cómo reaccionará la Presidenta? Aunque no se haya puesto nerviosa, si repasamos sus procederes frente a circunstancias similares, es altamente probable que pase de largo el fuerte llamado que le hizo parte de la sociedad y redoble la apuesta, con medidas aún más rígidas, profundizando muchos de los aspectos que generaron los reclamos. Así al menos sucedió otras veces, incluso después del duro revés electoral de 2009.
El Gobierno, con algunas de sus iniciativas, tiene un poder de convocatoria tremendo, siendo el único que ha logrado unir a la oposición, y como en este caso de la agitada noche del jueves, provocar la reacciones de ese tipo. Volvamos un poco la mirada, en marzo de 2008 con la resolución 125 de las retenciones móviles generó un conflicto con el campo que, aún con altibajos, todavía hoy se mantiene latente, produciendo toda aquella secuela de hechos como la noche del tembloroso voto no positivo de Julio Cobos, el amague de renuncia de Cristina, la convocatoria en Rosario que concentró 300.000 personas contra el gobierno. Luego, aunque sin reconocerlo públicamente, en el propio gobierno se calificó a esa lucha contra el campo como un grave error de estrategia política. Su efecto fue consolidar a una oposición que no se pegaba ni con cola, y que así logró vencer al kirchnerismo con el propio Néstor Kirchner encabezando la lista bonaerense.
Ahora, y cuando el ánimo de la gente estaba al punto del desborde, se arremetió con la re-reelección y la necesidad de reformar la Constitución para que Cristina pueda ser candidata a 2015. La consecuencia fue la salida a la calle con las cacerolas y volver a unir, al menos eso parece, a una oposición que estaba desperdigada y viviendo en una desorientación permanente. Como antes le sirvió en bandeja la bandera del campo, ahora les ofrece este intento del "Cristina eterna", al buen decir de Diana Conti.
Aunque el clima no es muy propicio para hablar de reformas constitucionales, asunto que es probable se deje enfriar por unos días -sólo eso porque las circunstancias urgen- repasemos los números. Para lograr la reforma se debe contar con el respaldo de los dos tercios en las cámaras. En Diputados, el kirchnerismo y sus aliados cuenta con 145 bancas, y debe llegar a tener 172; en el Senado en igual sentido dispone de 40, debiendo llegar a 48 para los dos tercios. Hoy las encuestas dan que el 60% de la gente no quiere reelección indefinida, por lo cual estaría definitivamente lejos del objetivo, pero de aquí a las elecciones de 2013 falta bastante.
Después de 9 años en el gobierno, de no ser Cristina no aparece otro. Se lo estaba preparando a Boudou, pero quedó hecho trizas. A Scioli lo declararon enemigo, aunque ahora con tregua porque necesitan los votos de Buenos Aires. En este tipo de regímenes tan absolutistas, generalmente suelen surgir continuidades familiares. Quizás se llegue a pensar en Máximo, que tiene enorme poder con La Cámpora, pero una por ahora inexistente participación pública.
Rafaela adhirió al cacerolazo. La participación de algo más de 400 personas para algunos fue importante, para otros comparada con los 100.000 habitantes es un gota en el mar. Lo cierto es que aquí no hay gran poder movilizador y generalmente estas manifestaciones agonizan antes de empezar. No fue el caso del jueves.
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