Por Roberto Actis
Con mucho esfuerzo, y resultados vidriosos, Jorge Capitanich y Axel Kicillof están tratando de llevar adelante la tarea encomendada por la presidenta Cristina Fernández, que es nada menos que sostener una comunicación con la gente a través del periodismo, que hasta el derrumbe electoral de octubre pasado jamás se había intentado, y que cuando se ofreció alguna parodia de conferencia de prensa fue justamente eso, una mascarada. Es que se controlaban las preguntas a rajatabla y cuando alguien intentaba salirse del molde, como en realidad ocurrió de parte de los "medios hegemónicos", podía recibir un virulento reto como respuesta, siempre dentro de un clima de gran tensión impuesto por la masiva presencia de los militantes aplaudidores.
Se pasó de un extremo al otro, pues ahora Capitanich habla todas las mañanas, aun cuando a veces no tenga nada para decir, incluso llegó a efectuar el anuncio de una campaña de vacunación. Y en muchas otras que se pasó de la raya con su entusiasmo, rápidamente debió emprender algunos retrocesos notables, para finalmente quedar expuesto sobre quién da las órdenes. El ministro Kicillof en tanto, aparentemente con más autonomía para tomar decisiones, igualmente tuvo algunos despistes enormes, llegando a dejar la sensación que iba aprendiendo la tarea de ministro sobre la marcha, ensayando algunas medidas e intentando rápidamente con otras a la menor señal de fracaso. Aunque claro, todo esto es muy subjetivo, tal vez la realidad haya sido absolutamente diferente. Lo cierto es que para contener la encabritada del dólar prevaleció la idea del presidente del Central Juan Carlos Fábrega tratando de secar la plaza de dinero volcando el interés hacia los plazos fijos, desviando el interés por el dólar. Así se logró aquietarlo, pero esto es pan para hoy y hambre de mañana ya que se sigue alimentando la inflación.
Volviendo a los dichos de Kicillof, seguramente con la intención de aportar algo de tranquilidad pero logrando exactamente lo contrario, fue cuando días atrás sostuvo que "la Argentina no tiene grandes problemas económicos". Inflación del 40% y en alza, caída de reservas del Central, retracción del consumo, pérdida de poder adquisitivo del salario, mercado laboral cada vez más comprometido y pobreza en crecimiento. Si frente a este escenario el responsable de encontrar soluciones dice que no existen problemas de magnitud, es evidente que estamos en problemas. Lo que no se admite es imposible de corregir, así nos fue durante todos estos últimos años con la inflación.
Habría que saber qué es en realidad grave para Kicillof. Tal vez algo como la crisis de 2001. Si es así entonces coincidimos en que no hay problemas graves. Pero si no se corrige la inflación y sólo se espera hacerlo con los "precios cuidados", entonces vamos realmente mal y llegar a fines de 2015 será toda una peripecia, ni parecido al tránsito que imagina la Presidenta.
Tanto Capitanich como Kicillof representan algo así como dos prestidigitadores de las palabras, una figura imaginada, ya que el juego de la prestidigitación se realiza con las manos. Menos mal, porque de lo contrario, casi siempre les descubrirían el naipe marcado. A las palabras en cambio, más en este tiempo, se las lleva el viento. ¿Cómo era aquello de jamás verán a esta Presidenta hacer una devaluación?
Con relación a todo lo referido, en cuanto a problemas, están las paritarias en marcha y el poder adquisitivo. Todo va ocurriendo según la fuerza que tenga el sector en pugna. Los jubilados, ya vimos, un 11% hasta septiembre. Lejísimos de los policías que pusieron al país en vilo. En el medio, cada uno luchando como puede. Aunque el gobierno se guardó el as de espadas, simbolizado por el Impuesto a las Ganancias, ya que según un estudio del IARAF de Nadín Argañaráz, de no darse una actualización de los montos mínimos de esa imposición, se terminará llevando hasta el 35% de los aumentos que se consigan en las paritarias, en algunos casos, en otros menos pero nunca inferior al 14%. Es decir, con este peleado aumento salarial, las arcas fiscales serán más beneficiadas que los bolsillos de los trabajadores. O por ahí anda.
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