Por Por José Corriga Zucal (*)
Los riesgos del autogobierno policial
Una de las deudas de la democracia, no la más importante pero sí de suma relevancia, es la gestión política de la policía. Desde 1983 en adelante y sin importar los colores políticos, los gobiernos nacionales y provinciales -con algunas muy pocas excepciones- han renegado de gobernar a la policía. En un pacto que se repite desde entonces, les otorgan autonomía a cambio de la regulación del delito. Aquí nos encontramos con una verdad que muchas veces negamos: las policías, en su gran mayoría, no previenen ni reprimen el delito, sino que lo ordenan, lo "controlan". En el debe queda la intervención política sobre las policías, cortar de cuajo una sociedad contractual-cúpulas policiales y altas jerarquías políticas que da a las policías una libertad de acción irracional.
Los acontecimientos policiales que tuvieron en vilo al país en estos días permiten dos reflexiones sobre la autonomía. Los policías ahora estarán mejor pagos, un merecido aumento que no asegura la prosperidad de las funciones policiales. El incremento salarial no los vuelve ni mejores profesionales ni los aleja por golpe de magia de excesos. abusos y corruptelas varias. Es obvio que no todos los policías cometen estas aberraciones, y que pagan justos por pecadores en este tipo de generalizaciones; sin embargo, las malas formas en que se obtuvo el aumento no sólo no limitan estas prácticas, sino que las fomentan al promover el autogobierno. Es necesario construir una policía más profesional, capacitada para el autocontrol de los excesos y el cumplimiento de la ley. Varias instituciones de formación recorren actualmente este camino, guiadas por la estricta mirada ministerial, pero de nada vale esta formación si estos saberes profesionales son rápidamente desvalorizados una vez que los uniformados salen de las escuelas policiales. Aquí una paradoja: el control político férreo en las instancias de formación policial se diluye hasta desaparecer en la cotidianeidad laboral.
Por otro lado, es necesario re pasar la representación de la homogeneidad policial. Las policías construyen una fuerte idea de co munidad que obtura las múltiples diferencias internas. Hay oficiales y suboficiales, hay quienes hacen tareas administrativas y otros que realizan labores operativas, y así muchas diferencias internas, todas rápidamente borradas al conformar la comunidad policial. Ahora bien, los sectores corruptos y los cómplices de la delincuencia que también están dentro de la po licía terminan siendo una minoría apañada por un sentido perverso de pertenencia. En ese camino, los policías que hacen bien su trabajo se funden con los corruptos, con los que disparan a los gendarmes o promueven saqueos en una complicidad inentendible.
En una charla informal un policía criticaba los enfoques negativos de la sociedad sobre su institución, diciendo que cuando un policía hace mal las cosas se habla de "la maldita policía" y que cuando un médico protagoniza un caso de mala praxis nunca se generaliza de la misma manera. Este ejemplo habla más del espíritu de cuerpo policial que de las miradas sociales sobre los policías. El espíritu de cuerpo formado al calor de la autonomía es un ejemplo del desgobierno político que repercute negativamente en la credibilidad de la institución.
Si el poder político, kirchnerista o no kirchnerista, no toma las medidas necesarias para terminar con el autogobierno de las policías, aquellos que han aprendido en su gimnasia reivindicativa a reclamar por lo suyo ejercerán nuevamente este poder y no sólo para mejorar sus salarios, sino también para negociar su autonomía. .
(*) El autor es doctor en Antropología, investigador del Conicet y docente en la Unsam. Publicado en La Nación.
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