Por Fernando Ramírez
El presidente Javier Milei es claramente el mandatario más disruptivo desde la democracia recuperada en 1983, especialmente por los recursos estrambóticos y triquiñuelas elegidos para sortear dificultades.
Al asumir el 10 de diciembre de 2023, en un país tórrido por la inflación, Milei aplicó su medicina de quirófano: un brutal ajuste en las cuentas públicas con eje en recortes en estructuras administrativas y despidos de empleados.
El líder de La Libertad Avanza (LLA) iniciaba así el período de la famosa “motosierra” en el Estado “Leviatán”, que obligó también a los titulares de la Cámara de Senadores, Victoria Villarruel, y de Diputados, Martín Menem, a reducir gastos.
El recorte inicial fue de tal magnitud que los legisladores libertarios no tenían siquiera oficinas alternativas para reunirse fuera del Palacio Legislativo.
Al mismo tiempo, Milei encaraba su ofensiva contra la “casta política”, pese a que él tenía en su Gabinete a experimentados y “borocotistas” políticos como Patricia Bullrich, Daniel Scioli y Guillermo Francos.
La política de choque contra el Congreso tuvo sus bemoles, ya que la ley madre libertaria, la Ley de Bases, estuvo a punto de naufragar estruendosamente como el Titanic.
Ese fue el hito para que entrara en acción un personaje clave en este gobierno como lo es el enigmático e irascible asesor presidencial Santiago Caputo.
Caputo -a quien Milei considera un “genio” por haberlo encumbrado como presidente en un lapso de un año contra las dos fuerzas predominantes: el PJ y Juntos por el Cambio- cambió la historia.
El asesor tomó las riendas del gobierno e inauguró el período de la rosca libertaria en las sombras, con sobresaltos, como la sospecha de cómo se consiguieron los votos para aprobar finalmente la trabada Ley de Bases.
La detención del senador nacional peronista Edgardo Kueider —en Paraguay, con 200.000 dólares en su poder—, cuyo voto por la ley madre fue clave, encendió las alarmas en la política argentina.
Pero Caputo domó al Congreso, al Gabinete nacional, a Macri y tomó control peligrosamente de la oficina de los espías (SIDE), de la repartición que maneja los activos de los ciudadanos (ARCA) y de las empresas estatales que distribuyen secretamente la pauta oficial.
Otro eje de la política de comunicación disruptiva de Milei fue la confrontación por la red social X con todo el espectro político y social, pero especialmente con la ahora detenida expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, que le conviene a ambos.
Y con Mauricio Macri, con quien tuvo un corto período de luna de miel que expiró cuando el expresidente se dio cuenta de que todos sus consejos caían en “saco roto” y al que suele castigarlo como nadie lo había hecho.
Mientras tanto, los números de la macroeconomía brindados por la Casa Rosada indican un bienestar que el “ciudadano de a pie” no lo nota en su bolsillo.
La clase media de Argentina siente el golpe y ha cambiado bruscamente sus costumbres y hábitos de vida: ajustes en la salud, la alimentación, la vestimenta, las salidas de esparcimiento y las vacaciones son la variable común.
El sistema libertario se sostiene en algunas virtudes como la reducción notable del gasto público, la propaganda antikirchnerista y el apoyo del establishment local y del Fondo Monetario Internacional.
Pero se vienen en octubre las elecciones legislativas y aparece en el horizonte el fantasma de un aventurado triunfo del peronismo y su regreso en 2027, por lo que el jueves Milei inició su cruzada para intentar aplastar al gobernador peronista Axel Kicillof y terminar con ese mito.
Las siete elecciones distritales de LLA en este año han sido dispares y regulares: en Santa Fe fue la derrota más dolorosa y en la ciudad de Buenos Aires la victoria más resonante.
El voltaje político sube y las calles nuevamente se llenan lenta pero progresivamente de protestas: los marginados por la “motosierra” libertaria hacen oír sus voces discordantes.
Son voces aún tenues, focalizadas, que no encuentran eco en la sociedad pero que narran el inicio de un nuevo tiempo de conflictividad que no se había advertido desde la época de los piqueteros.
Párrafo final para la incesante y renovada ofensiva del jefe de Estado contra los periodistas, a quienes incita a sus partidarios a “odiarlos” como parte de su política de desgaste.
Es la misma receta que aplicó el presidente de Estados Unidos, Donald Trump: el objetivo es que cuando aparezcan hechos de corrupción y la prensa los publique, nadie le crea. (Fuente www.periodismofederal.com)