Por Victor Corcoba Herrero
Es tiempo de remontar obstáculos, de poner sabiduría en todas las
acciones, de actuar conjuntamente por todos y para todos. No podemos continuar
haciéndonos más daño. Ya está bien de tantas violencias que no conducen a
ninguna parte, de tantas desigualdades sembradas y no corregidas, de tanta
precariedad en el empleo, de tanto comercio absurdo en definitiva. Ojalá
fuéramos la era del conocimiento para aprender a reprendernos a nosotros
mismos, a ser más honestos y coherentes entre lo que decimos y realmente
hacemos. Así, el cambio climático avanza porque no hay voluntad política para
rectificar. Los procesos de paz no llegan porque faltan manos tendidas para
crear condiciones de entendimiento. Por otra parte, no se puede reanudar nada
armónico sino somos justos y responsables. La ley internacional humanitaria y
los derechos humanos están para cumplirse. Pongamos espíritu transparente en la
concordia, y retornemos al abrazo comprensivo de la verdad. Reactivemos los
pactos con programas auténticos, que son los que únicamente, pueden cerrar
heridas. Luego, pasemos página sin levantar muros. Detengamos las amenazas.
Hagamos justicia, que no está tanto en la palabrería, como en la renovación del
corazón. Quizás será bueno que nos escuchemos más y dejemos hablar el alma más
noble que llevamos consigo. Marchemos de esta atmósfera de apariencias.
Ciertamente, la
realidad se ve mejor desde el interior de la persona, máxime en un momento de
tantas falsedades, en el que andamos desbordados por el aluvión de
contrariedades, de ahí la necesidad de detenernos en estos tiempos azarosos
para buscar puntos de encuentro. De este modo, podremos abandonar este clima de
violencias que nos asolan. No me cansaré de repetir en todas mis columnas
periodísticas, que el fruto de la paz llega cuando evidentemente colaboramos en
la rectitud, de manera conciliadora, pues no olvidemos que tenemos una
dimensión esencialmente social. Nada somos por sí mismos. A propósito, los
líderes de todos los campos (económico, político, judicial, religioso,
cultural…) tienen un compromiso específico, el de colaborar y cooperar en favor
de la dignidad de todo ser humano, activando todo tipo de diálogo por ínfimo
que nos parezca, mediante la clemente pedagogía de la reinserción. Ha de
movernos, por tanto, a que ese bien que todos deseamos, junto al de la sociedad, vaya a la par. Por eso, es fundamental
impulsar una verdadera revolución solidaria y global. Nadie puede quedar en las
orillas, entre chantajes, coacciones, encerronas, y otras miserias humanas. El
camino para construir un mundo habitable, una Comunidad mundial fraternizada, nos
exige una confianza recíproca, que ha de apoyarse principalmente en los
ciudadanos más frágiles, a fin de que no se queden marginados y puedan
desarrollar plenamente sus propias actitudes y potencialidades.
La debilidad humana
es grande, en parte por la forma superficial de considerar la vida. Da constancia
de ello, nuestra propia historia. Aunque también es cierto que tras esta fuente
de inquietud por el futuro de la especie, hay también un gigantesco empuje
dentro de la misma familia humana que nos injerta coraje y esperanza. Frente a
tantos sembradores de envidias, celos y ansias de poder, hay un sector
importante de la humanidad sumamente implicado en iniciativas de acción en el
compromiso colectivo, incluso mediante la diplomacia bilateral entre naciones,
fortaleciendo alianzas con pueblos e instituciones. Se me ocurre pensar en la
incondicional labor del Servicio de las Naciones Unidas de Actividades
Relativas a las Minas (UNMAS), centrado en las necesidades de las personas
afectadas, ante los peligros causados por los artefactos explosivos a los que
se exponen los civiles, el personal de mantenimiento de la paz y los mismos trabajadores
humanitarios.
De igual modo, también las estructuras económicas han
de ajustarse a la decencia del ser humano. En este sentido, nos consta que con
la ocasión de las Reuniones de Primavera del Fondo Monetario Internacional
(FMI), se pondrá empeño en una perspectiva económica mundial más ética, más
contundente con la erradicación de la pobreza, el desarrollo económico y la
eficacia de la ayuda. Algo esencial de acuerdo con las exigencias del bien
común, al que con frecuencia solemos acudir, más bien con palabras que con
hechos. En cualquier caso, las estadísticas son fiel reflejo de unos datos que
nos dejan sin aliento. Según las Naciones Unidas, en 2018 necesitarán ayuda
humanitaria 136 millones de personas. Indudablemente, entre las crisis más
profundas, se incluyen las provocadas por los conflictos de: Siria, Yemen,
Sudán del Sur y la República Democrática del Congo. Sea como fuere, en un mundo
donde casi veinte personas se ven obligadas a desplazarse cada minuto a causa
de conflictos, amenazas o persecuciones, el trabajo generoso y solidario es más
primordial que nunca. No fracasemos en el auxilio, pero tampoco en conciliar la
justicia y la libertad, y aún menos, en perdernos el respeto mutuo. Al fin y al
cabo, nuestra mejor herencia cultural será la de aprender a convivir con ese
gran instrumento que es la consideración y el razonamiento. Pongámonos en
servicio.
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