Por Victor Corcoba Herrero
Estoy convencido
de que somos exploradores de vida, nos ensimisma indagar en nuestro propio
origen y en nuestro personal destino, buscamos en la profundidad de nosotros
mismos tantos versos olvidados, la íntima esencia de los espejos del agua que
nos circundan, nuestra innata naturaleza de caminantes en medio de los
murmullos del gran orbe, somos así, la aurora y el atardecer, la vida y la
muerte, la contradicción y la sensatez. Cada uno toma su senda y se adhiere a
ella, según su natural hallazgo. De ahí que nos merezcamos la libertad de vivir
según los principios éticos descubiertos. Este es el gran reto en un mundo
globalizado como el actual, donde muchos ciudadanos no pueden ser ellos mismos,
persiguiéndoles hasta el extremo de aniquilarlos. No importa que defiendan su
especifico camino, connatural a la inseparable esencia de la persona, se les
tortura y se les machaca hasta su congénita dignidad.
Ante estas duras
realidades, la labor de las Naciones Unidas resulta más imprescindible que
nunca en esta época de múltiples contrariedades y de multitud de abusos. ¿Habrá
algo más denigrante que la trata de seres humanos?. Pues resulta que en la
Unión Europea se ha incrementado un veintiocho por ciento en tres años,
llegando a convertirse en una de las mayores lacras del momento presente. Las
afectadas, una mujer, mayor de edad, europea y explotada sexualmente. He aquí la
verdadera Europa del retroceso, donde vidas y sueños se truncan como si nada
sucediese. Esto, mal que nos pese, hiere el raciocinio, atenta contra el
corazón de la especie humana y humilla hasta su propia razón existencial. No lo
olvidemos. Yo sé que existo porque tú me recuerdas. Inmortalicemos este pensamiento.
Con urgencia
tenemos que retornar a las raíces de la propia vida, la que todos nos
merecemos, no la que nos quieren imponer los endemoniados poderes mundanos.
Precisamente, la fundación de las Naciones Unidas constituyó un solemne avance,
por su compromiso con la población del mundo de poner fin al diluvio de
atropellos humanos, abriendo el camino a la esperanza. No podemos seguir
sufriendo reveses en un planeta en el que todos somos hijos del mismo tronco.
Demasiadas personas en todo el mundo viven con miedo y así no se puede subir a
ninguna cúspide. Por tanto, sería saludable para el planeta, que coincidiendo
con el Día de las Naciones Unidas (24 de octubre), se afianzara la unidad de la
especie, puesto que ante la mundialización de los problemas, no hay otra salida
que soluciones mundiales.
Hay que estar
dispuesto a abrirse en el diálogo y también a compartirlo todo. No tiene
sentido avivar la indiferencia ante el cúmulo de calvarios que viven algunos
seres humanos. Tampoco es racional que las emisiones globales de dióxido de
carbono procedentes de la quema de combustibles fósiles y la producción de
cemento no dejen de crecer, puesto que seguramente a final de este año volverán
a marcar un nuevo récord. A lo mejor tenemos que empezar a vivir seriamente por
dentro para reencontrarnos al menos liberados de comercios corruptos. Lo decía
Gandhi, "no se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta
en que hayamos sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad
interna". En efecto, si uno no tiene la libertad interior, ¿qué otra
libertad puede conquistar?. Por desgracia, cada día los ciudadanos somos menos
dueños de nuestra patrimonial existencia. Hay que hacer algo por ser poseedor
de sí. Cuando menos pensarlo. Población que no cultiva el intelecto, para
empezar difícilmente puede vivir.
Efectivamente, la
vida es un patrimonio que hemos de vivir en relación con los semejantes, de
manera libre y responsable, en correspondencia con los intereses comunes, no
con los privilegiados como viene sucediendo hasta ahora. Lo decía Albert
Einstein, "solamente una vida dedicada a los demás merece ser
vivida". Y así es, hemos de adaptarnos a vivir en colectividad, adoptando
el más alto nivel de ética y sentido social. Sin duda, Naciones Unidas es el
foro perfecto para consensuar horizontes y estructuras más allá de las
diferencias existentes. En este sentido, es preciso contraponerse a los intereses
económicos miopes y a la lógica del poder de unos pocos. Su manera de actuar
por si misma ya fomenta la exclusión. Disgrega sin miramiento, donde tiene que
haber todo lo contrario, mayor unión. La situación que estamos viviendo, aunque
esté directamente relacionada con factores financieros y económicos, es también
consecuencia de una fuerte crisis de convicciones y valores. Debemos tener
presente, que toda persona pertenece a la humanidad, y como tal, se merece la
esperanza de un futuro mejor. Tampoco podemos acotar la libertad de movimiento.
Verdaderamente causa espanto, y auténtico bochorno los intentos de salto de la
valla de Melilla. Los flujos migratorios van a ir creciendo, pero esto a mi
juicio no justifica las operaciones de violencia utilizada, que son, en todo
caso, incompatibles con los derechos humanos.
I
ndudablemente
necesitamos ser más persona, más ciudadano del mundo, y por ello, emigrantes y
refugiados, indefensos y marginados, no pueden considerarse un producto de
desecho sobre el tablero de la humanidad. No son peones o burros de carga. Cuántas
víctimas de poderes corruptos deambulan por el mundo, sin que nadie les tienda
una mano; porque a esta generación, sí la nuestra, le falta un genuino espíritu
de profunda solidaridad y compasión. Las vallas de Melilla son el claro ejemplo
de la cultura del rechazo, cuando debiera activarse la cultura del encuentro,
de la hermandad en el mundo. Naturalmente, la vida no es para que la vivan unos
pocos en detrimento de otros. Por eso la importancia de darle sentido, no en
vano tenemos el deber de amarla, con todo lo que eso conlleva de misión
armónica entre el cuerpo y el espíritu. En consecuencia, uno jamás debe darle
la espalda bajo ninguna razón. Téngase en cuenta que vivir no es solo respirar,
es obrar con coraje y decencia, y después dejemos, -como decía Molière-, que
los murmuradores digan lo que les plazca.
Desde
luego, nos iría de otra manera dejándonos escuchar por dentro. Los obstáculos a
la vida, en muchas ocasiones, nos los ponemos nosotros mismos. En lugar de
buscar el bien colectivo, seguimos con la testarudez del poder, del éxito, del
beneficio a cualquier precio. Hay otros caminos de liberación, por donde
transita el infalible amor, que no es seguir nuestras ciegas pasiones egoístas,
sino la de la capacidad de discernimiento para escoger aquello que es un
acertado camino para toda la humanidad. Tanto la libertad para vivir sin
miseria como la libertad para vivir sin temor, son vitales para impulsar un mundo más humano.
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