Por Gabriel Profiti
El retiro espiritual de Mauricio Macri y su gabinete buscó trazar
una bisagra entre un año que se va con gusto a poco y otro que
llega con metas ambiciosas y un desafío mayúsculo para el proyecto
de Cambiemos como son las elecciones de medio término.
El gabinete entró a boxes sabiendo que el 2016 pintaba para
mucho, con decisiones clave que fueron ejecutadas con solvencia en
el primer tramo, pero que se desdibujó a partir del paso en falso
dado con la readecuación de las tarifas de servicios públicos.
Con ese tarifazo, luego cercenado por la presión judicial,
social y opositora, Macri tacleó las expectativas de los
consumidores, que dejaron de consumir por imposibilidad de hacerlo
o por prevención para solventar la nueva economía familiar. La
pérdida del poder adquisitivo del salario contra la inflación
-cerraría en torno al 40% anual- completaron el combo.
Ese golpe político y el freno de la actividad parecieron
postergaron la promesas de inversión empresariales a la espera de
que el panorama político aclare. En definitiva, el Presidente
logró muchos acuerdos a través del diálogo pero su capacidad de
maniobra es limitada entre errores propios y ambiciones ajenas.
Un ejemplo de ello ocurrió esta semana con la discusión sobre
ganancias. El Bloque Justicialista que conduce el sindicalista
Oscar Romero acordó con el Frente Renovador de Sergio Massa un
dictamen con mejoras sustantivas para trabajadores en relación de
dependencia, autónomos y jubilados.
Sin embargo, los gobernadores que patrocinan esa bancada -Juan Manuel Urtubey, Sergio Casas, Lucía Corpacci,
Domingo Peppo o Rosana Bertone) no quieren saber nada con que se
apruebe ese proyecto porque lo que se recauda por ganancias se
coparticipa en un 50 por ciento a las provincias.
METAS RENOVADAS
Con límites a la reducción de subsidios y erogaciones
inesperadas -emergencia social, ganancias- el Gobierno puso en
duda el cumplimiento de sus metas fiscales, un pilar de lo que la
nueva Argentina quiere mostrarle al mundo sobre una administración
responsable, que puso fin al populismo.
El acuerdo con los sectores de la economía popular que ató la
ministra Carolina Stanley, destinado a aumentar el presupuesto
social en al menos 25 mil millones de pesos en tres años,
garantiza la paz social hasta marzo.
Ese es el plazo que el gobierno espera para mostrar números
relativamente coordinados y consistentes de una reactivación.
La esperanza de que la economía va a crecer en 2017 se mantiene
y es compartida por una mayoría de analistas económicos, pero
también despierta dudas después del frustrado "segundo semestre" y
de la helada que cayó sobre los "brotes verdes".
La recesión trajo aparejadas fricciones que salieron a
superficie como los cuestionamientos planteados por el reelecto
presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, que se sumaron
a las clásicas objeciones de Elisa Carrió.
A propósito, la fundadora de la Coalición Cívica generó mucho
ruido en la relación entre Macri y el presidente de la Corte
Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti.
Un ministro nacional y
otro bonaerense le contaron a este columnista sobre la obsesión
que tiene el supremo con la diputada chaqueña.
Macri también está disconforme con varios de sus ministros. En
ese contexto, el encuentro de Chapadmalal buscó combinar un tirón
de orejas con una nueva cohesión interna que permita encarar el
crucial 2017 sobre caminos sin sorpresas desagradables.
El relanzamiento del gobierno incluye 100 objetivos
estratégicos, cuya matriz es el Plan Productivo Nacional que
presentó hace varias semanas el coordinador del gabinete y uno de
los cerebros del gobierno, Mario Quintana.
Ese programa propone que la Argentina se vuelva competitiva sin
que quede afectado el poder adquisitivo de los salarios. Es el
modelo australiano, que requiere de un amplio sustento político
para llevarlo a cabo con reformas estructurales en ocho áreas.
El
diálogo tripartito con empresarios y sindicalistas por ahora roza
ese esquema. Pero el tiempo pasa.
Por eso para Cambiemos es crucial hacer una buena elección en
2017 y el termómetro será la provincia de Buenos Aires. Allí
surgen las diferencias de criterio con Monzó, el ala
comunicacional del Gobierno que lideran Marcos Peña y Jaime Durán
Barba y la gobernadora María Eugenia Vidal, pieza clave en el
ajedrez venidero porque es la figura más popular del país.
Vidal resolvió sus antiguas cuitas con Monzó, pero no está
claro que ambos piensen igual en el armado. La gobernadora
considera que lo mejor para Cambiemos es crear candidatos a su
imagen y semejanza, es decir mujeres, en lo posible caras nuevas,
con sensibilidad social.
En ese prototipo entra la diputada
nacional e interventora del gremio de los marítimos, Gladys
González. También Facundo Manes, que no comparte el género, pero
si ese aire de lo "nuevo" que quiere proponer Vidal.
Otros creen que Carrió sería la mejor opción para enfrentar a
peces gordos como Cristina Kirchner, Daniel Scioli o Sergio Massa.
Pero no es la visión de la gobernadora.
Por lo pronto, la ex vicejefa de Gobierno planea una jugada
estratégica: socializar la principal preocupación que tienen los
bonaerenses, que es la inseguridad. Entre enero y marzo convocará
a una mesa de diálogo amplio a miembros del poder judicial, del
servicio penitenciario y de la oposición para construir un
política de Estado sobre la que avanzar conjuntamente.
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