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Notas de Opinión Miércoles 29 de Enero de 2014

¿Pobres empobrecidos?

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Roberto F. Bertossi

Por Roberto F. Bertossi


Si fuéramos capaces de restaurar la dignidad personal a cada pobre

empobrecido, el mismo recuperaría todo lo demás por añadidura.

Para ello resulta imprescindible disolver las causas más profundas de toda

inequidad, exclusión, desperdicio y descartes inhumanos resaltando que

hablamos de dignidad no sólo alimentaria sino aquella que incluye legítimas

expectativas de prosperidad sin exceptuar bien alguno.

Cuando Juan Pablo II propuso globalizar la solidaridad, fue (es) mucho más

que un eureka semántico sino que, a partir de la misma y con la misma,

devolverle al pobre empobrecido todo lo que naturalmente le corresponde en

términos de ciudadanía.

Habiendo fracasado la guerra declarada formalmente a la pobreza por la

primera potencia terrenal un día 8 de enero de 1964, Lyndon B. Johnson

(Presidencia de EE. UU.); habiendo fracasado entre otros fracasos, también

los Objetivos del milenio no obstante los maquillajes y eufemismos de la ONU

para disimularlos, la necesidad de resolver las cuestiones estructurales de

la pobreza no puede esperar más, no sólo por una exigencia pragmática de

obtener resultados y de ordenar la sociedad, sino para sanarla de una

enfermedad que la vuelve frágil e indigna y que sólo podrá conducirla a

renovadas crisis.

Por eso, en tanto no se resuelvan radicalmente los problemas de los pobres

empobrecidos, renunciando a la autonomía absoluta de los mercados, de la

especulación financiera y del lucro voraz, atacando simultáneamente las

causas estructurales de la inequidad, no se resolverán los problemas del

mundo de esos pobres empobrecidos y, en definitiva, ningún problema en

razón de que, toda inequidad es la raíz más profunda de nuestros males

sociales, personales y comunitarios.

Ante tanta inequidad, indolencia, indiferencia e ignominia, una proposición

fraterna, debiera provocar en nuestras vidas y en nuestras acciones la más

sublime reacción en orden a contribuir para recuperar toda dignidad humana y

todo bien común, ´amalgamándonos´ al originario destino universal de los

bienes, a la función social de la propiedad y teniendo muy presente que,

¡sobre toda propiedad privada “late” una hipoteca social!

Esta maravillosa amalgama dando prioridad al tiempo más que al poseer o

usurpar espacios, será ocuparnos de iniciar procesos proactivos en pos de

resolver cuestiones nucleares que deben estructurar e integrar toda política

económica como toda economía política.

La palabra solidaridad, hoy está demasiado desgastada y bastardeada ya que

en su cabal acepción, pretende reflejar mucho más que algunos actos

esporádicos de fraternidad. En efecto, su genuina acepción supone crear una

nueva mentalidad y recrear la cultura del encuentro para actuar en términos

de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los

bienes por parte de algunos.

No debería extrañarnos pues, que los flagelos relacionados -repotenciados

por un descalabro ecológico-, torne harto dificultoso encontrar soluciones

locales para las enormes contradicciones globales, razón por la cual, toda

política local y regional afronta (en casos, se satura también) problemas

propios y ajenos a resolver satisfactoriamente.

Toda paz social que no surja como fruto del desarrollo integral de todos,

tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de

variadas formas de violencia conforme lo acreditan miserias concretas que

encontramos a nuestro paso, por caso, en cada retrato de cada habitante de

la calle, de cada adicto, de cada desahuciado. …

Escandaliza el hecho de saber que existe alimento suficiente para todos y

mucho más, de manera que el hambre se debe concretamente a inhumanas

distribuciones de los bienes y de las rentas. Este problema se agrava

espantosamente con especuladores, intermediarios y lucros apabullantes que

vienen engendrando dolosamente toda práctica de desperdicios y descartes …

aún “humanos”.

Esto es tan claro, tan directo, tan simple, sencillo y elocuente que ninguna

hermenéutica puede relativizarlo y mucho menos, abortarlo.

¿Entonces, para qué complicar y continuar postergando lo que es tan simple,

justo e inclusivo total; para qué oscurecer lo que es tan claro?

Las metodologías conceptuales son para favorecer y facilitar el contacto con

la realidad que pretenden explicar, y no para alejarnos de ella.

Habitualmente, nada bueno acompaña a los defensores de “la ortodoxia”. No se

olvide, que todo extremismo de lo relativo, fundamentalismos ahistóricos,

etnicismos y eticismos sin bondad ni solicitud, intelectualismos sin

sabidurías y, más de menos; son esencial e inherentemente viciosos. Sus

titulares merecen el reproche de pasividad, de indulgencia y de complicidad

culpables respecto a situaciones sociales humanas de injusticia

intolerables como a los regímenes políticos que las conservan y reproducen,

¿definitivamente?

Finalmente, soy de los que piensan y sostienen largamente una auténtica y

dinámica ética equitativa humana tanto como una economía solidaria civil

consecuente, desde la experiencia personal que nunca son lugares de

comodidad y menos de rentabilidad para sus propulsores más, siempre

implican el admirable don y compromiso de mejorar y cambiar el mundo, de

transmitir valores, de dejar algo mejor detrás de nuestro paso por esta

bendita tierra.

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