Por Roberto Actis
Cambian algunos nombres, se barnizan ciertos actos, van rotando los voceros, pero las metodologías de ocultamiento continúan igual que siempre. Antes era Guillermo Moreno quien adulteraba las estadísticas de la inflación tratando de presentar un escenario que absolutamente nada tenía que ver con la realidad. Hoy tomó la posta Axel Kicillof, quien tiene la tarea de esconder los índices de pobreza e indigencia.
Es que como se debieron acatar ciertas recomendaciones del FMI, como por ejemplo ir sincerando la inflación, para dejar abierta la posibilidad de salir a tomar préstamos que permitan llegar al final del mandato de la presidenta Cristina Fernández sin que la situación social estalle en sus manos, los valores de las canastas alimentarias de la pobreza y la indigencia se fueron a las nubes, y consecuentemente siguieron igual destino esos índices tan urticantes para el kirchnerismo. Es que la sostenida cantilena de la inclusión y mejor distribución de la riqueza, quedó poco menos que hecha polvo.
El miércoles pasado debían darse a conocer los porcentajes de pobreza e indigencia del segundo semestre de 2013, ya que a partir de este año se resolvió que el INDEC no elabore más estas estadísticas, altura en la que habría que preguntarse ¿para qué corno está entonces?, hoy símbolo de la truchada más grande que hubo todos estos años, y por lo que se advierte sigue siéndolo. Hasta se podría llegar a entender que oculten los niveles de carecientes en estos últimos meses, porque por el impacto negativo de la devaluación y de los 10 puntos inflacionarios acumulados en el trimestre, esos números podrían provocar espanto. Y por sobre todas las cosas, una rabieta de la Presidenta, pues arruinarían el país de las maravillas que se empeña en demostrar en cada una de sus reiteradas apariciones.
¿Saben las razones de no difundir estas estadísticas del segundo semestre del año pasado? Certeza plena no hay, pero según lo dijeron variadas fuentes, les dio vergüenza hacerlo. ¿Quién pone la cara para decir que la indigencia fue del 1% y la pobreza del 4%? Una cosa es hacerlo en pleno apogeo, en tiempos de euforia y del 54 por ciento, cuando una mancha más al tigre casi pasaba desapercibida, pero otra muy distinta cuando se está en retirada, en un final de ciclo. Se imaginan lo que es decir que una persona podía alimentarse con 6,56 pesos por día. A esta altura ya no hay más voceros para esa clase de desatinos, aunque quizás la excepción sea Jorge Capitanich, que embiste con lo que le manden.
Tantos porcentajes terminan confundiendo la realidad, siendo mucho más preciso y contundente hacerlo con la cantidad de personas. Según el Gobierno en el país hay 1,6 millón de pobres, en tanto que las otras mediciones dan entre 13 y 15 millones. Una diferencia realmente abismal, que parece estar regresando el país al punto de partida de esta década que se ve tan diferente.
Otro tanto está dándose con la desocupación, la cual sería de un escuálido 6,4% según el dato oficial, muy alejado de las demás mediciones, de las cuales tomaremos la de la CGT moyanista que la fija en 18,3%. Cifra a la cual llega tras la borratina de todos los asistidos por planes asistenciales y subsidios, como igualmente de los que trabajan sólo algunas horas semanales y sin embargo terminan engrosando el sector de los ocupados plenos.
Dos situaciones realmente sensibles e interrelacionadas como la pobreza y la desocupación, de fortísimo impacto social, sobre las cuales no se trepida en manipularlas para mostrar lo que en realidad no son.
En lo estrictamente político, la semana dejó muchísimo para decir, con una oposición o parte de ella, que no da pie con bola. El lanzamiento de UNEN con cinco aspirantes presidenciales que prometen dirimir en las PASO, dejó una imagen incierta, mucho más cargada de dudas que de certezas. Se preocuparon tanto por tratar de diferenciarse de la Alianza del desastre que había llevado a De la Rúa-Alvarez, que terminaron pareciéndose.
Pocas horas habían pasado cuando el quinteto compuesto por Pino Solanas, Hermes Binner, Lilita Carrió, Julio Cobos y Ernesto Sanz, sin necesidad que nadie los incite, ya habían provocado los primeros fogonazos.
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