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Notas de Opinión Miércoles 27 de Junio de 2012

Programar a puertas cerradas

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Edith Michelotti (*)

Por Edith Michelotti (*)

Casi todos los futuros padres ante la presencia de un embarazo, llegan a la consulta cargados de múltiples interrogantes demostrativos de la ansiedad que esperar un hijo les provoca.

Ansiedad que notamos incrementada cuando la futura mamá circunda los cuarenta años de edad, o en su familia o la de su pareja, existen antecedentes de anormalidades.

Allí es donde los viejos mitos comienzan a jugar sus malas pasadas. El temor a tener un hijo que no sea normal resulta inevitable en la mayoría de esas situaciones.

Comienza el accionar profesional que no deberá olvidar la importancia de que cada mujer sea tratada junto a su pareja, con la individualidad que su historia familiar, genética, emocional, cultural, presenta.

Se les brindará toda la información sobre el preciado abanico de estudios avanzados con los que cuenta la ciencia y que acercarán un resultado con un elevado porcentaje de certeza, sin dejar de mencionar el pequeño riesgo que muchas investigaciones conllevan.

Por ejemplo el análisis de las vellosidades coriónicas, (CVS por sus siglas en inglés), se realiza alrededor de las once o doce semanas de embarazo, y detecta anormalidades cromosómicas en el feto, como el síndrome de Down y la rara y poco frecuente enfermedad de Tay-Sachs.

Este estudio tiene más de un noventa y nueve por ciento de aciertos en la detección de centenares de trastornos genéticos y anormalidades cromosómicas.

Sin dudas la ciencia flamea orgullosa sus avances en la investigación.

Más todo presenta su costo beneficio. Existe un riesgo que va del 0,5 a 1 % de aborto espontáneo.

Y la amniocentesis, que se realiza alrededor de las quince semanas de embarazo, estudio en el que se extrae una mínima cantidad de líquido amniótico, sirve para descartar defectos cromosómicos o genéticos.

Los riesgos de aborto espontáneo aquí, son menores.

 Así las cosas debemos ahora hacer hincapié en el interrogante fundamental.

El que debemos plantearle a la pareja, sin dudar, en la primera consulta.

¿Para qué quieren saber antes del nacimiento el estado general del futuro bebé?

¿Interrumpirían el embarazo en la situación de que tuviera Síndrome de Down o alguna malformación?

¿Piensan en la posibilidad de un aborto aún estando prohibido?

¿Apuestan sí o sí a un niño sano?

¿O quieren saber simplemente cómo se está desarrollando el bebé para prepararse ante una anomalía?

Estas cuestiones, nada sencillas por cierto, deben ser abordadas desde un comienzo.

Indudablemente que se darán cita para la respuesta, análisis religiosos, filosóficos, culturales, emocionales.

Todo puede darse en la decisión. Las estadísticas a puertas cerradas lo demuestran.

Lo que de ninguna manera puede estar ausente es el interrogante primordial ¿por qué saber, para qué?

Y luego evaluar junto al obstetra, al genetista, al sicólogo, el religioso, la familia o los amigos, si en todo esto no existe una disimulada soberbia.

Algo así como pretender sortear los intrincados designios que vaya a saber porqué, la naturaleza nos coloca en forma caprichosa y reiterativa.





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