Por Edith Michelotti (*)
Entiendo que el elemento esencial en la violencia es el daño, tanto físico como psicológico que se construye en las relaciones interpersonales o sociales. Siempre destruyendo, ese daño puede manifestarse de múltiples maneras: lesiones físicas, síquicas, humillaciones, amenazas, desvalorización, rechazo, falta de respeto, etc. Puede ser encubierto o abierto, social y/o individual.
Mi análisis casero, incompleto, sólo está basado en la observación de los acontecimientos que invaden nuestra vida en su conjunto. Coincido con el documento de la Iglesia donde afirma que nuestro país está enfermo de violencia. Sólo se necesitan dos dedos de frente para reconocer su nefasta presencia. Independientemente de la violencia individual incrementada en los últimos años, la violencia social, nos aterra.
Quizás porque va creciendo como si fuera una bola de nieve que rodando en su caída hacia un precipicio mortal, nadie pudiera pararla. Y los que alimentan esa bola, disfrutan, enfermos de satisfacción, mientras giran un rostro diferente
hacia la sociedad, tratando de disimular esa realidad. O lo que es peor, algunas veces, con absoluta falta de conciencia. De cualquier modo no se logra engañar a nadie. La sociedad está alerta. Va comprendiendo lo dificultoso que es frenarla, quizás porque se está prolongando demasiado su existencia, quizás porque recuerda que prefirió “no meterse” durante la dictadura que hacía desaparecer jóvenes soñadores. Y sale a luchar con lo que tiene. Como hacemos los que usamos una humilde computadora tratando de elevar la voz con optimismo, o como algunos comerciantes reiteradamente atacados en su integridad que abandonan la resignación y se defienden. U otras personas que se resisten a entregar con ligereza su celular, cartera o cualquier otra pertenencia. O los jubilados que se reúnen a juntar firmas, disimulando lágrimas amargas mientras los profesores de educación física tratan de demostrarles que ellos importan y que deben luchar por su calidad de vida. O las madres del dolor que exigen una justicia justa que no sea tan esquiva. Como sea. La sociedad no está quieta. Y crece. Crece porque piensa, razona, se agrupa, deja de balancearse sobre la cuerda floja de su propio miedo. ¿Y saben qué? Eso no le viene bien a la violencia. Su tiempo de reinado va a finalizar. Confío en que la suma de la experiencia de los mayores de buena voluntad y la audacia de los jóvenes valiosos cargados de ideales, dé el resultado que la sociedad reclama.
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