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Notas de Opinión Sábado 27 de Agosto de 2022

San Martín, un simple atrevido

Un punto de inflexión de la desgajada Revolución de Mayo fue el arribo a lo que sería un país, en 1812, del por entonces teniente coronel de Caballería, Don José Francisco de San Martín. Los sanmartines de nuestras wikipedias escolares no fueron especiales sino atrevidos.

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FOTO CLARÍN Crédito: SAN MARTÍN. El artista Ramiro Ghigliazza reprodujo el rostro del Libertador mediante el uso Photoshop y reemplazó cada segmento de la cara tomada de la base de viejos cuadros.
REDACCION

Por REDACCION

Por Marcos Javier Delfabro*

Vicios de adoración. Ante todo soy de los que cree que a las personas se las debe honrar el día de su nacimiento y no el de su muerte, y menos aún adornar su defunción con términos de idolatría celestial como el “paso a la inmortalidad”. Como bien expresa Luis Caro Figueroa “Es absurdo pensar, por ejemplo, que Güemes se convirtió en inmortal solo una vez que fue abatido por una traicionera bala invasora; es decir, que no haya sido inmortal antes o, incluso, desde siempre.” A lo que agregaría ¿y si lo es/fue por qué murió? En todo caso su obra o logros serán los perdurables en el tiempo pero ni aun así es propio dotarlos de rasgos prosopopéyicos o de personificación. Simplemente porque tal halo de excepcionalidad aleja las hazañas de las inspiraciones, y a los hombres de los ejemplos, posiblemente imitables o al menos tentadores para que cada habitante tiña su vida de bronce y éste de laureles a alguien. Adorar, lejos de acercar aleja. Idolatrar, lejos de abrazar lo torna inimitable.
Si sobre héroes y mártires se trata aquella convicción se me hace aún más arraigada. Se debiera agasajar su alumbramiento, momento desde el cual realmente las epopéyicas obras empiezan a tomar cuna. La ciencia misma reconoce que los primeros años de una vida marcan su esencia, capacidades de asimilación del mundo y personalidad que la harán más o menos trascendente para sí y los demás. En el caso particular de San Martín su distinción como hombre de charreteras pesadas y bien ganadas (no de auras de divinidad) se cimentaron desde mucho antes de portarlas, mancharlas con sangre o crujirlas con el frío de montañas gigantes. Es más, soy de los que cree que la raíz de una existencia es aún más importante que su propio tallo, y de ser así me gusta resaltar la fecha de concepción (con certeza o aproximación) puesto que desde ese momento la vida lo eligió y se apoderó de su esencia, y con ello nos lo entregó para hacerlo inolvidable, incluso nombrando escuelas, cincelando bustos o adornando notas de reflexión, como esta.
En el caso del Libertador General San Martín, este derrotero de idealismo me invita a portar la escarapela cada 25 de febrero, cuando su nacimiento en 1778, y profundamente simbólico cada 25 de mayo, coincidente fecha de la Revolución con la gestación del héroe exactamente nueve meses antes de haber tomado luz. ¿Coincidencias proféticas para quien sería desde esa génesis uno de los principales salvadores tiempo después del impoluto cabildo blanco, los actos escolares con mazamorreras y los años francos de deslucida libertad? Recordemos que un punto de inflexión de la desgajada Revolución fue el arribo a lo que sería un país, en 1812, del por entonces teniente coronel de Caballería Don José Francisco de San Martín. Valioso valiente que al ser “ungido” por un Triunvirato (reconozco que cedí a la tentación y caí en el yerro de un irrespetuoso barniz trinitario) y movilizado por el fervoroso espíritu independentista, aceptó el desafío de dar vida al Regimiento de Granaderos a Caballo, y con él a la paternidad de la Patria semanas antes que a la vida de su Vida, acurrucando a una Merceditas en la Mendoza que lo vestiría de gloria un puñado de meses después, sobre el “caballo blanco no blanco” del ya General con nombre de Santo (¡zas! cuesta desprenderse de las divinidades).
Y si se me permite el juego cabalístico la suma de las cifras de la fecha de su concepción (25/5/1777) es coincidente (34) con los años que distaron entre su nacimiento físico (25/2/1778) del heroico, simbolizado con su llegada al país el 9/3/1812. Y dando un paso más, la adición de
la data de su nacimiento (25/2/1778) es también y por fruto de vaya a saber qué astro rey, exactamente igual (32) que los años que lo distaron del nacimiento de la Patria (25/5/1810). Y qué decir, haciendo dulce ludopatía, sobre el número 777 definido por la ciencia numerológica como un “presagio de estar en el camino para encontrarse con un destino afortunado, asegurando protección ante los peligros que aparezcan por medio de un ´Ejército´ de cuidadores.”
En lo particular, nuestro homenajeado de hoy, a nueve meses de su festejable concepción (calculadora en mano por favor), es como un Quijote argento quien hizo de molinos de viento helado, erguidos hace 120.000.000 de años, simples planicies insubductas para esparcir libertad entre dos océanos. Sin dudas el más grande José correntino bañó de méritos sus epopeyas con hazañas torciendo las mismísimas reglas de la física y lo posible, alimentadas con inventiva militar, desbordante amalgama entre capacidad, hidalguía, sapiencia y valentía. Y sin embargo, este estratega al que los poetas se empecinan en encumbrar nuevamente y hasta el hartazgo como el Santo de la Espada, no fue Santo, ni único, ni especial ¡entendámoslo de una vez!
Este Patriota no fue excepcional y mucho menos único, el mismo héroe definió a su admirado albiceleste General Belgrano como el “Napoleón americano”, otro embanderado al que el cotidiano recuerda (también cuando su muerte) más por méritos que zurcidas cedas robadas al cielo que por valerosas batallas norteñas que atravesaron como sable cualquier pensamiento que hiciera trastabillar la libertad “del gran pueblo argentino, salud”. Él tampoco fue especial. De ahí lo fascinante de nuestros héroes. Hombres de carne que con ella alimentaron ejemplos, pero también de huesos quebrados, miserias y errores. Como todos. Los sanmartines de nuestras wikipedias escolares no fueron especiales sino atrevidos. Porque haber hecho lo que hicieron siendo simplemente paridos por la tierra viva y desgajados como polvo oscuro por la muerte, sólo lo logran seres inspiradores a los que respeto le debemos no por sus logros, que sí fueron únicos, sino por lo que pusieron de sí para expeler su esencia de humanidad.
Todos tenemos un San Martín dentro. Todos tenemos números mágicos. Todos somos valientes. Todos somos patriotas. Todos somos dignos de admiración. Todos somos héroes. Pero algunos, como ellos, tienen el don de atreverse a hurgar, rascar y hasta desgarrar su interior para que su sangre bañe su invisible alma y con ella lucir el purpura a través de sus actos, y desde ella sembrar ejemplos y parir excepcionalidades. San Martín no fue el Quijote, San Martín fue el Cervantes de nuestras vidas y si bien supo escribir la historia en libros, aún tiene la dura encomienda, el tremendo desafío desde la inmortalidad mortal, de inspirarnos a ser tan atrevidos como él, un simple parido de Yapeyú que le ganó su primera batalla a la nada un concebido 25 de Mayo de 1777, exactamente treinta y tres años antes de presentir que nos haría libres. Tal cual el único “ÉL”, verdadero ungido de celestialidad.

* Licenciado en Publicidad y ex docente universitario en Rafaela.

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