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Notas de Opinión Martes 27 de Mayo de 2014

¿Sensación de violencia?

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Alberto Asseff

Por Alberto Asseff


Negacionismo. Creer que gobernar es relatar. Esconder la basura debajo de la alfombra. Pensar que la propaganda manipula y domestica a la sociedad y sobre todo la alucina. No se sabe bien por qué, pero lo cierto es que las autoridades han apostado todo a embozar la realidad. Le pusieron una careta al gobierno. Lo hicieron con la inseguridad y la inflación, esas dos azotantes íes que nos tienen con el Jesús en la boca. Ahora lo practican con la violencia social que sufrimos y nos está enfermando. Y que, para colmo, ahonda la fractura social, de antemano dividida por obra y (des) gracia del ideologismo y de la idea perversa que cuanto más confronto y enfrento, más apoyo y respaldo cuento, conforme ‘enseñaba’ el recientemente desaparecido Laclau.

Atemoriza mirar fijamente a un transeúnte ocasional pues ignoramos si extrae un arma y nos hiere o mata. Ese es el grado profundo y desquiciante de la violencia mucho más que larvada que nos aqueja.

Ni hablar de nuestro civismo, ese que nos impele a señalarle al prójimo que está cometiendo una infracción, sea porque su can defeca y él no recoge las heces, o porque está obstaculizando la senda peatonal, o con motivo de que está vaciando la yerba usada de su mate en la calzada de todos. La reacción puede ser peor que intempestiva o furibunda. Puede ser una desmesurada agresión física.

Íbamos a los estadios en familia, a gozar o sufrir con nuestra camiseta, pero también a compartir un domingo familiar y, con ayuda del tiempo, de sol y oxígeno. Hoy las barrabravas se han enseñoreado. Nos han desplazado. Ellos se entronizaron con sus armas y drogas y con sus negociados que criminalizan al más bello y popular de los deportes. Este flagelo data de más de una década y media y día a día se agrava, ante la impotencia de las autoridades públicas y deportivas.

El coche – sobre todo el de fin de semana –era la expectativa de las jornadas previas de trabajo y rutina. Salir a pasear con la familia y estacionarlo en los alrededores de un espectáculo. Hace un buen lapso, el espacio público está copado por los “trapitos” que ejercen una violencia tácita: o pagas o podrá sufrir tu automóvil, desde una visible rayadura hasta un neumático desinflado.

Las escuelas de antaño siempre tuvieron indisciplina y los estudiantes díscolos solían tomarse a puñetazos, pero hoy son puntazos mortales, cuando no balazos. Sean por odio – motivado por envidia u otras causas – o por ‘cuentas pendientes del barrio’, los hecho de violencia escolar son cada vez más y sobre todo más crueles. Pasó hace poco en Junín y en estos días en Santa Fe. Son recurrentes y los docentes han sido sobrepasados.

A la violencia de género no hay ley que la acote. Crece casi exponencialmente, al igual que la que castiga a los indefensos bebés y niños intramuros o, más rigurosamente expresado, intracartones, dada la nefanda realidad del descomunal déficit de viviendas, que ni la década de la plata fuerte propia del 1 a 1 ni la ‘ganada’ de los precios récord de nuestra soja, posibilitaron ir reduciendo con un plan nacional de construcción de viviendas accesible a los sectores de bajos recursos.

Se compran vagones nuevos - ¿qué acaeció con nuestra industria? -, pero son vandalizados a las dos o tres semanas, en una expresión de violencia irracional que nos emparenta – para peor - con los bárbaros que estigmatizaba Sarmiento en la mitad del s.XIX.

Podríamos proseguir, pero la cuestión es que la Argentina padece también la enfermedad de la violencia, indubitablemente originada en gestiones abandónicas – gestión indiferente al bien común, aplicada sólo a hacer negocios propios o, en el mejor de los casos, ejercida por incompetentes, con devastadores pésimos resultados.

La violencia, como la inseguridad, la inflación, la falta de inversiones, la obsolescencia de la infraestructura, la caída de la instrucción, la incivilización, la (a)institucionalidad (instituciones funcionalizadas por las personas en lugar de ser exactamente a la inversa) y todas las lacras que sufrimos tienen solución si logramos arrinconar a la corrupción –para lo cual la clave es inhumar a la impunidad – y encumbrar gestores de lo público capacitados – la idoneidad que exige la Constitución – que trabajen inspirados en el famoso, pero olvidado hasta el enmohecimiento, bien común.


(*) Diputado nacional (provincia de Bs.As.) Unir Frente Renovador.

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