Por Roberto Actis
Estela Carlotto, integrante de esa legión de cortesanos que se disputan codo a codo tratar de estar lo más cerca posible de la presidenta Cristina Fernández, o al menos dar la impresión que es de esa manera, había dicho días atrás que este fin de semana se produciría la reaparición pública de la jefa de Estado. Sin embargo, lo que realmente sucedió es lo que sabíamos todos, el parte médico oficial al cumplirse 30 días, dándose el alta por la intervención quirúrgica pero siguiendo estudios por su condición cardíaca.
No hay seguridad en cuanto al regreso, pero cualquiera sea el desenlace y las circunstancias, es buen momento para poner algunas cosas en claro en medio de la confusión, producto mismo del sistema absolutista que gira en torno de una persona, donde todo el resto y con mayor razón el vicepresidente Amado Boudou que viene siendo acorralado por la justicia por toda una serie de episodios sospechosos, carece de la más mínima credibilidad pública. Dos cuestiones que el gobierno ha venido malgastando aceleradamente, descendiendo como por un tobogán aquel 54% de hace dos años, que daba en ese momento un enorme respaldo para hacer las correcciones prometidas y modificar algunas formas, pero que en cambio se utilizó para "el vamos por todo". Ese es, en definitiva uno de los mayores problemas del gobierno, la falta de confianza. El descreimiento gana todos los rincones, y la verdad que muchos de sus conspicuos miembros ayudan para eso. Basta y sobra verlo al senador Fernández (Aníbal) diciendo lo más suelto que "no hay inflación y algunos precios bajan".
Tal vez no deban generarse expectativas, al menos de ciertos cambios. El famoso y legendario "rumbo" del modelo nacional y popular, aún con el trastabillante paso que observa en la actualidad, seguramente no tendrá la menor variante, al menos aquellas que deban admitirse, ya que por ejemplo, debe recordarse aquella frase "mientras yo sea presidenta no esperen que haya devaluación", sin embargo la moneda viene siendo devaluada gradualmente a razón del 30% anual. Quizás haya querido decir que no habría devaluación abrupta, o probablemente haya sido una de esas muchísimas expresiones de barricada, de las que arrancan aplausos y vítores, pero alejadas de la realidad. Hubo tantas, que se perdió la cuenta.
Que la economía está en emergencia, dan cuenta algunas medidas recientes. La urgencia por hacerse de dólares está llegando casi a la desesperación, ampliándose las restricciones del cepo, que ahora también alcanzarán a las cerealeras, que deberán financiarse en el exterior y dejar aquí los dólares ingresados al cambio oficial. El cepo fue sin dudas una pésima medida, de la cual ahora no se sabe cómo salir por temor a provocar un mal peor. ¿Se imaginan si anunciaran el levantamiento? ¿Quién se quedaría con un peso en su bolsillo? La corrida para comprar dólares se convertiría en una estampida. Una situación parecida ocurre con los subsidios, los pusieron en un momento que eran necesarios para atender a mucha gente que había quedado marginada -y así sigue estando-, pero no fueron selectivos y alcanzaron a todos, incluso a quienes tenían capacidad de pago, y nunca han sabido cómo quitarlos, habiéndolo intentado y dado marcha atrás rápidamente por el caos que se generaba.
En definitiva lo que falta es confianza, credibilidad. Retrocedamos algunos años, con esta misma gestión ¿quién compraba dólares allá por 2006? El propio gobierno debía salir a sostener su cotización para no afectar las exportaciones. Lo complicado es que quedan dos años por delante, que serán difíciles sino se aplican algunos "correctivos". Aunque sea la Presidenta la que define casi todas las cosas, según se dice, mientras los rostros visibles de los anuncios sigan siendo los de siempre, con Moreno, Kiciloff, Boudou, Lorenzino, Marcó del Pont a la cabeza, difícil que la gente crea.
Mientras tanto, las metodologías, esas mismas que fueron desencadenando este agotamiento, continuaron sin variantes. El envío de una inspección de la AFIP a la periodista Magdalena Ruiz Guiñazú, en clara represalia por sus dichos sobre las restricciones impuestas al periodismo ante un foro internacional, tarea compartida con Joaquín Morales Solá, es la muestra más exponencial que nada ha cambiado y que muy difícil cambie.
Ni siquiera el salvavidas que le tiró la Corte Suprema con el fallo de la Ley de Medios para reponerse del tropezón electoral, parece haber sido suficiente. También se está malgastando su efecto, incumpliendo la parte que le corresponde al gobierno, y además, con todo ese montaje de histrionismo que genera más rechazos que adhesiones.
Un fallo que parece haber llegado tarde, cuando se está en proceso de retirada. Unos años atrás, en pleno apogeo, hubiese sido lapidario, algo así como una sentencia de muerte para la libre expresión. Aunque, todo está por verse.
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