Por Edith Michelotti (*)
Todos podemos hacer algo o podemos no hacer nada. En cada uno de nosotros está la decisión. No estamos muertos, sólo algo apabullados porque la tragedia está instalada en la Argentina, haciendo marco a una realidad social
desoladora. Salvo excepciones, la suma da como resultado una población entristecida, desalentada. Todos tenemos problemas al enfrentar la lucha cotidiana, pero eso no debería restar lugar a la participación. Ha llegado la hora de ampliar nuestro horizonte y mirar más allá de nuestras narices. Y crecer. Crecer y aprender.
Escuchar a todos los que opinan. Despojarnos en lo posible de nuestro apasionamiento y prestar atención. Al que habla todos los días o al que no quiere decir nada, al que miente, al que nos subestima. Observar si los que nos gobiernan, cumplen o no con lo que prometen o prometieron. Lo que no va más es la indiferencia. Todos somos la Patria, el Pueblo, la República y como tales nos ha llegado el momento de hacer cumplir aquello que reza en los solemnes juramentos:… “y la Patria os lo demande”. Se supone que Dios hará lo suyo. ¿Qué es lo nuestro? Demandar. Demandar. Demandar.
Para eso también votamos. Y aunque no juramos como nuestros elegidos, no estaría mal, en el juego democrático, comprometernos para que entre todos logremos que reconozcan que la pobreza aumenta, la inflación nos come, los jubilados con 2.750 pesos no sobreviven, los jóvenes se drogan, delinquen, los Jorge Massin continúan siendo asesinados, los jueces absuelven delincuentes, las mujeres continúan agredidas, la educación no es prioritaria, la salud
duele. Somos 40 millones de argentinos. Y como siempre una cuarta parte (10 millones de personas) puede salir de vacaciones. Resulta una cortina de humo que también se reduce poco a poco. Porque al llenar las rutas o las estaciones de colectivos parece como que todos los argentinos estuvieran de vacaciones, comprando y gastando por doquier. Si observamos qué le pasa al tres cuarto restante (30 millones) veremos que en el momento en que entra en la verdulería, la carnicería, panadería, hospital, sanatorio, librería, farmacia, descubre que todo es más caro cada día y que sus ingresos no cubren las necesidades básicas.
Y casi todos los peatones seguimos sin comprender muy bien cuando hablan de devaluación, inflación, dólar, cepo, o las mismas palabras disfrazadas, sin mencionar jamás la inseguridad que nos agobia, o los porqués de la disconformidad generalizada. Observamos las disputas palaciegas, la falta de reconocimiento público de la realidad
verdadera, el enriquecimiento inmune de unos pocos. El futuro corrompido de los humildes y el incierto de la clase media. Sí. No estamos muertos, sólo posicionados de cara a la adversidad que no elegimos. En lo personal la vida me
enseñó que se puede hacer dos cosas con ello. Entregarnos, con los brazos caídos vencidos por el agobio, o crecer, reflexionar, participar, sumar para modificar la realidad, porque, de izquierda, de derecha o lo que sea, sin duda
alguna somos todos hermanos argentinos.
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