Por Dr. Enrique J. Marchiaro
Un mundo inviable, en eso nos estamos convirtiendo. No solo en lo económico, donde el sistema planetario se contrae escandalosamente año tras año (el Club del 1 %, donde los más ricos controlan más de la mitad de la riqueza mundial). En lo ético, lo ambiental y lo político el modelo que impera a escala global es injusto, irracional, inviable.
Todo es tan absurdo que los mismos sectores que generan esta situación convencen al pueblo de votar a un líder antisistema que los redimirá. Bolsonaro es su nueva estrella.
Estamos en un momento crítico, pues si estas tendencias no se corrigen es probable que el futuro imaginado por la ciencia ficción sea cierto: un mundo donde inmensas mayorías sobrarán, abandonadas a su suerte; donde una selecta minoría controlará el orbe y donde algunos cientos de millones sobrevivan merced a una renta básica universal cuyo objetivo será mantenernos como consumidores de tecnología, nuevas drogas y alimentos inmundos producidos por ejércitos de robots que no harán huelga ni cobrarán un solo centavo por su labor. El mundo perfecto para Trump o Elon Musk.
Claro que nadie quiere esto, sin embargo muy poco hacemos para evitarlo. ¿Quién puede racionalmente sostener a un Trump o un Bolsonaro? Pero el voto no es un acto racional sino emotivo, lo cual lo saben perfectamente los beneficiados con estas autocracias.
Lo real es que quienes promueven estos liderazgos no tienen escrúpulos y por ello apelan al más poderoso de los recursos: el miedo. Cuando hay crisis este es su gran activo.
Desde tiempos inmemoriales la humanidad ha sido manipulada por el miedo. La teoría política clásica y la actual hacen un culto de los bajo fondos del alma humana, para sacar de cada uno lo peor y construir un frankestein o aprendiz de brujo que a veces se les escapa de las manos (los cuentos populares tienen esa sabiduría acumulada que como ya no se enseñan tampoco no recordamos).
Hoy no hay proyectos alternativos ni líderes que los encarnen. Las cartas están echadas para un largo invierno político, el que refleja un darwinismo económico-financiero que hace más de 40 años nos corroe y nadie quiere asumir, ni en los países centrales ni en los periféricos.
En 1989 cayó el muro de Berlín. Muchos festejaron y algunos con razón, pues el comunismo real fue cruel y tal vez inviable. Nadie imaginó entonces lo que pasó: al quedar sin un competidor, el capitalismo no tuvo más contenedores externos. Eric Hobsbawm lo demostró al final de su célebre obra como historiador.
Desde ya que todo es mucho más complejo, solo estamos dando unas pinceladas para soportar lo que como testigos de un mundo que ya murió (el del S. XX) debemos comprender un nuevo mundo que no termina de nacer.
Las viejas categorías como fascismo, nueva derecha o estados de excepción no dan cuenta de la política nacional e internacional. Las palabras por ahora no alcanzan y sin palabras no podemos entender. Y si no entendemos no sabemos adónde ir.
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