Por Humberto Orozco Cera
Es el prototipo perfecto de político vencedor, y ojalá no lo interpreten como un halago. El arquetipo que despunta todos nuestros patrones históricos y que ha hecho hasta lo imposible por buscarse su puesto en la historia nacional. Alvaro Uribe Vélez: la sed de autoridad descalza; el astro de faenas estratégicas en niveles colosales, centelleante, terco, fastidioso; constantemente amenazante, como enfermo de una lisonja que lo oprime como él a sus “enemigos”. Sus palabras contra el actual gobierno, llenas del fanatismo propio y exclusivo de quienes se autodenominan exageradamente poseedores de las más altas virtudes morales, dejan entrever su malestar despótico. Tan imperioso como antojadizo e inmoral, tiránica su memoria al olvidar que jamás escuchó a quien se le opuso, a quien le contradijo, a quien no estuvo en su favor durante los ocho años que gobernó. Posición antípoda, evidencia de su alto desbalance moral, desacertado para alguien que gobernó intolerante con la oposición e inamovible en sus posiciones.
La función de un ex presidente requiere mayor mesura que la de un gobernante, y la posición de Uribe no es para nada mesurada, por lo menos sus antecesores se mantuvieron e incluso profundizaron, su fugaz historia, Pastrana, Samper y Gaviria no pecaron por artistas y, aunque lejos de ser estadistas, por lo menos se comportaron como lo que son, ex presidentes. Pero Uribe no, dominado por su agitación constante nos ha develado su mayor fracaso: existe uribismo sin Uribe. Esta afirmación está directamente vinculada con lo que él ahora encarna, su vida e imagen se pertenece mejor con el mundo de la comedia que con el quehacer político.
A pesar de su vasto calculo y su prodigiosa prevención, a Uribe se le pasó por alto un detalle, puede que su política de Seguridad Democrática haya sido la responsable de la elección de Santos, es más, puede que, como ya es costumbre el presidente Santos diga que le respeta, admira y hasta agradece el país que le dejó; sin embargo quizás Uribe olvidó que en Colombia manda el que gobierna y nunca el que gobernó. El dato definitivo que le ha arrojado al fracaso es la victoria de Roy Barreras en la pugna interna de la “U” por la presidencia del Senado. Barreras ha pasado de ser el mayor de los uribistas a convertirse en una de las piezas más importantes del santismo, en pocas palabras, hoy es uno de los mayores contradictores del ex presidente Uribe. Su sola presencia en la presidencia del Senado dará cuenta de que el Uribismo está en crisis, porque contrario a lo que piensa Juan Lozano, el que crece es el santismo, el ala uribista está literalmente diezmada, y por más que falten dos años, ese sector del partido no vislumbra una figura que pueda hacerle peso a Santos en la carrera reeleccionista. Algo que le quita el sueño al ex presidente Uribe e inquieta a sus más cercanos colaboradores.
Pues bien, ser el prototipo perfecto de político vencedor de poco le ha servido a Uribe para contrarrestar a Santos, ni para detener al santismo que el mismo Uribe ha procurado calificar como “politiquero”; “derrochador”, y desmotivador de las Fuerzas Militares, al asumir una posición favorable frente al tema de la legalización de la droga. Algo de razón tiene el periodista Germán Yances cuando afirma, desde su cuenta de twitter: “Tan desalmada es la Derecha colombiana que Juan Manuel Santos parece de izquierda”, algo de razón tiene, porque evidentemente la Derecha colombiana es tan desalmada como rancia, sin embargo no es que Santos se esté inclinando hacia la izquierda, es que el Uribismo está girando hacia la ultraderecha, y es el propio Uribe quien está asumiendo esta posición; no todos los que en su gobierno lo acompañaron girarán con él, porque ya lo dijo el presidente Santos durante la Cumbre de las Américas, con su fotografía en la portada de la revista Time, "cada presidente es presidente en su momento". Santos se ha inventado el uribismo sin Uribe.
(*) Desde Cartagena (Colombia)
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