Por Roberto Actis
Definitivamente, en la Argentina se vive en un permanente clima de desconfianza, todo, o casi todo se encuentra bajo sospecha. Y no faltan razones para que sea de esa manera, los acontecimientos justifican ese modo de ser que se ha instalado como algo propio de todos nosotros, se ha naturalizado de forma tal que no causa sorpresa, sino todo lo contrario, se toma como normal. Desconfiamos de la justicia -un primer lugar que nadie le quita desde hace tiempo-, de quienes nos gobiernan, de los legisladores, de los gremialistas, de los empresarios, de los curas, de los periodistas, y si lo pensamos bien hasta del verdulero de la esquina que cuando puede mete un par de picadas en el kilo de manzanas. Así la cosa, está demasiado arraigada y tal vez sea parte de la grieta, o al menos ayuda a profundizarla.
La verdad que motivos hay de sobra para vivir en este permanente estado de sospecha. Y cuando no tiene demasiados argumentos, entonces se los inventa. Se ha llegado a un estado de situación en que lo más campante cada uno dice lo que se le ocurra sin tartamudear ni sonrojarse, aunque ayer nomás haya dicho todo lo contrario.
No descartamos -como vemos, la desconfianza nunca puede soslayarse del todo- que alguna clase de trampitas puedan hacerse con las estadísticas, pero ¿quién podría comparar el actual INDEC con el que antes comandaba Moreno? Sin embargo ni bien Macri salió a anunciar que la pobreza había bajado, desde los cuatro costados saltaron como resortes kirchneristas para decir que era una mentira absoluta, que se habían disfrazado las cifras y que nadie podía creer en eso. Justo ellos que nos decían que teníamos menos pobreza que Alemania, o que en el Chaco de Capitanich había pobreza ni desocupación cero.
Uno de los casos más flagrantes en la generación de desconfianza es la justicia, con credibilidad por el piso. Distintos jueces, ante las mismas leyes, uno dice blanco y el otro negro. Una cuestión de interpretación, sin grises en el medio, es la argumentación falaz detrás de la que tratan de escudarse. Veamos estas oleadas enfrentadas de encarcelamientos y liberaciones por la década de corrupción K. Una confrontación entre los "legítimos" que creó el kirchnerismo arremetiendo con renovados bríos y entusiasmo, aunque nunca falte una Lilita Carrió que diga que el combustible sean billetes verdes con el rostro de próceres estadounidenses, y por el otro lado los que siguen dentro del poder judicial sin identificarse con militancias. Claro, que mirando bien la cosa, la mezcla ha sido tanta últimamente que resulta difícil identificar entre unos y otros, conviviendo dentro de una gran simulación. Un escenario que lleva a una reflexión: mucho ruido y pocas nueces.
Convengamos que el clima y marco en que vivimos no ofrece otra alternativa que la desconfianza, pues si ya lo somos por naturaleza, cuando se incentiva de esta manera se convierte en algo superlativo en esta época, aunque venga desde bastante más lejos. ¿Quién no se acuerda de "el que apuesta al dólar pierde"? Lorenzo Sigaut, uno de los tantos cara de piedra de la historia reciente, que fue siendo opacado estos últimos años. Para mencionar a todos los que nos mintieron y siguen haciéndolo cara a cara por la TV, no alcanzaría el espacio de toda la página. Cómo entonces no vivir en un estado de desconfianza permanente.
La recomposición de la Argentina que ahora se intenta, un poco con el bisturí y otro con el hacha, será un objetivo lejano si no se restablece la credibilidad y la confianza. Se nos reclama paciencia, y tal vez haya que ejercitarla al extremo, pero es más sencillo hacerlo cuando los esfuerzos son compartidos por todos. Mientras existan tan grandes e irritantes privilegios, no hay confianza que valga. ¿Por qué un juez que gana mucho no paga impuesto a las ganancias y alguien que cobra diez veces menos si debe hacerlo? ¿Por qué los legisladores tienen tantos adicionales encubiertos, como pasajes de avión que después no usan pero sí cobran o negocian? ¿Por qué los trabajadores de algunos gremios fuertes cobran hasta 16 salarios en un año? ¿No es demasiada diferencia los 360.000 pesos de un jubilado de la Corte con los 7.200 de un autónomo? Y así podría seguirse por un rato con porque interminables.
Depositemos este domingo nuestra confianza en la resurrección del Señor, seguro que no nos defrauda. ¡Felices Pascuas!
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